Óscar Andrade, dirigente sindical y precandidato del Frente Amplio (FA), sostiene que el desafío político más grande de la izquierda es combatir la “anemia emocional” y el “individualismo extremo” con “más pueblo organizado”. Esa batalla, dice, no es de gestión, es política, y además es uno de los énfasis de su precandidatura. Sobre la campaña, el escenario en el que se encuentra la izquierda y los temas que considera centrales en un eventual cuarto gobierno dialogó en esta entrevista con la diaria.

Las encuestas lo sitúan en tercer lugar de la interna frenteamplista. ¿A qué cree que se debe?

Las encuestas tienen mucha dificultad para medir la intención de voto en las elecciones nacionales, y en el caso de las internas puede que sean una timba. En las elecciones internas el Frente Amplio [FA] tiene un voto organizado y estructurado cada vez menor, producto de que la izquierda y su capacidad de movilización política está en un proceso de retroceso muy importante. Ese fenómeno no me alegra, pero existe. La disminución de la capacidad de movilización y organización política de la izquierda influye en que una parte importante del electorado sea más volátil durante la elección interna. Cuando Cifra me duplicó en las encuestas –pasé de 7% de intención de voto a 14%– dije que el parámetro de las encuestas puede entusiasmar, pero el foco tiene que estar en otras cosas. Lo que nos tiene que importar es si el proceso político-social de organización y las ideas sobre las que nos paramos están contribuyendo a que más gente se organice.

Después de varios meses de campaña, ¿cuál es su evaluación?

Queremos ganar la interna porque nos parece que el FA tiene que acumular en esta dirección. Las elecciones internas son un termómetro; si desde 1997 movilizábamos cerca de 200.000 uruguayos y ahora son menos de 100.000, eso nos tiene que preocupar. Un proceso político tiene que medir si los grados de conciencia, de organización del pueblo, están en un estado superior. La contradicción entre la izquierda institucional y la social no es menor, no es algo ornamental, es algo notorio: la mayoría de los partidos principales de la izquierda parecen agrupaciones de gobierno. Están casi integrados exclusivamente por funcionarios de gobierno, directores o cargos de representación. Tienen que estar ahí, pero me parece que está bastante desproporcionado.

¿Le preocupa ganar un gobierno sin mayorías parlamentarias?

Lo que me preocupa es que haya una mayoría parlamentaria conformada por el herrerismo, [Guido] Manini, [Edgard] Novick y [Julio María] Sanguinetti. Esa es una mayoría parlamentaria que me da pánico. La disputa va a ser entre tener unas mayorías parlamentarias para un proyecto conservador o unas mayorías parlamentarias para un proyecto progresista y de izquierda. Con la misma importancia que vamos a buscar la mayoría parlamentaria, creo que tenemos que luchar por construir mayorías sociales. El programa del FA es para muchos más sectores que el 50% de la población que nos ha acompañado en las últimas elecciones, y es ahí que tenemos el desafío político. Tenemos que poder mostrar que el proceso de país en este escenario regional tan complejo sólo es posible con más pueblo organizado, y el otro proceso de país solamente es posible si hay mucha anemia emocional e individualismo extremo. Esa batalla, que es apasionante, no es de gestión, es política. Ahí creo que tenemos acentos diferentes en la campaña. El centro de la discusión está en lo político; capaz que somos minoría, pero eso lo dirán las urnas el 30 de junio.

¿Le parece que las otras precandidaturas del FA ponen el énfasis en la gestión?

Creo que por lo menos no se coloca tan claramente la tensión social en la que se está construyendo un eventual cuarto gobierno. El retiro de la Asociación Rural del Uruguay y la Federación Rural de los Consejos de Salarios es un elemento de tensión que va a haber que administrar. Hay sectores que lucran con la mercantilización de la salud; vamos a tener que tocar esos privilegios. Ese no es un problema de gestión, es un problema político. Cada vez que tocás un privilegio no es gratis. Tenés gente que es la billetera o la tumba. Antes había un amplio consenso en que pague más el que tiene más, eso estaba muy claro en el panorama político de izquierda de los 70. Hoy tenemos una enorme dificultad en defender los aspectos programáticos que ponen esto arriba de la mesa.

El déficit fiscal es uno de los temas centrales en la campaña. ¿Cuál es su propuesta para reducirlo?

Tenés una posibilidad de reducir el déficit fiscal trabajando sobre la evasión tributaria, en particular la del Impuesto a las Rentas de las Actividades Económicas, que es una de las más importantes, junto con la evasión del Impuesto al Patrimonio. Una segunda medida es una reforma verdadera de la Caja Militar. No podés sostener un déficit de ese tamaño y no reestructurar la caja de manera prioritaria. Otro componente es la eficiencia del gasto y la mejora de las empresas públicas. Un tercer conjunto son medidas impositivas; las empresas grandes tienen que tributar más que las pequeñas. También incorporaría el Impuesto a la Herencia como un elemento coadyuvante. Se tiene que pensar en modificar los aportes patronales a la seguridad social del medio rural. Parece sensato que para los 25.000 pequeños productores, que tienen apenas 5% de la tierra y son los que están en mayores dificultades, mantengas una forma de aporte patronal que es mucho menor a la de la industria y el comercio, pero para los grandes no hay motivos para que se mantenga.

Óscar Andrade.

Óscar Andrade.

Foto: Federico Gutiérrez

¿Qué evaluación hace de la política de seguridad actual?

Creo que tenemos que recuperar un planteo que aborde el tema de la violencia en la sociedad entendiendo que los países menos violentos son los que tienen menos segregación territorial, mejor distribución de la riqueza y mayor acceso a la cultura. Tenemos que garantizar una sociedad con menos violencia y menos desigualdad, y eso no se hace pensando que las construcciones sociales y culturales nada tienen que ver con lo que sucede en la actualidad. Tenemos una cultura que construye tu identidad a partir del consumo, y si tu realidad económica no te permite tener cosas, eso es caldo de cultivo para que termines de campana del narco. Otro elemento principal tiene que ver con la educación. La inmensa mayoría de los estudiantes no tiene acceso a educación artística, y yo te puedo jurar que tener ese acceso hace a una sociedad menos violenta y a una construcción de identidad distinta. Otro componente tiene que ver con las adicciones complejas, el sistema carcelario y los menores privados de libertad. Tenemos que pensar cómo resolvemos la fractura social. ¿Esto significa que no precisás policías? Precisás, sí. Necesitás una Policía con mucha tecnología, capacitada, que use la inteligencia policial para desbaratar bandas mafiosas y combatir el narcotráfico, sobre todo la parte más arriba del narcotráfico, la que lava dinero en el sistema financiero. El abordaje de las cuestiones de seguridad sólo desde el paradigma de la represión me parece parcial, y dar una respuesta parcial a un problema complejo es un camino equivocado.

¿Cuál es su valoración de los megaoperativos policiales?

Yo no voy a estar de acuerdo con ningún abordaje de la violencia que no tenga esta integralidad, es decir, que no opere simultáneamente en toda esta cancha. Si se piensa que el problema solamente se resuelve con el megaoperativo, es un discurso que voy a enfrentar. Desconozco el proceso de inteligencia policial que se lleva adelante para descubrir a las bandas de narcos; por lo tanto, pienso que tienen que ser los técnicos los que hablen de los megaoperativos. Desde el punto de vista político, defiendo el proceso de pensar cómo construimos una sociedad menos violenta. ¿Cuánto tiene que ver la cultura del encanto neoliberal con la violencia? ¿Y la lógica del éxito y el fracaso? Me parece que tenemos que pensar cómo construimos una forma de organización de la vida distinta, y esa organización debe ser material pero también cultural.

Varios grupos que apoyan su precandidatura fueron críticos con la adhesión de la Lista 711. ¿Por qué decidió aceptar su apoyo?

Creo que le suma al proyecto del FA que yo no haya rechazado a la Lista 711. Si yo decía que no los aceptaba, le generaba un nuevo escándalo político al FA, que es absolutamente innecesario, porque los frenteamplistas tuvimos un año de discusión de qué era lo que teníamos que hacer con la situación de [Raúl] Sendic y la resolvimos. Yo acompañé la decisión del Plenario de inhabilitar para este período a Sendic por las situaciones que se dieron respecto del uso de las tarjetas y la falta de comprobantes, pero nunca sancionamos a un sector. Tomarse la atribución individual de sancionar a un sector, aparte de una actitud soberbia (quizás por una comodidad electoral, que vaya a saber si electoralmente es cómodo o no, o por un mensaje para el aplauso), es estar por encima del Tribunal de Ética del FA y del Plenario. Si yo sancionaba a un sector de militantes frenteamplistas, hubiera sido una señal pésima para el FA.

Hace poco Danilo Astori dijo que la corrupción también había llegado al FA, y eso motivó varias críticas por parte de la 711. ¿Cuál es su lectura de este cruce de declaraciones?

Creo que las declaraciones de Astori fueron inconvenientes, y me refiero a varias de ellas. Hablar de la educación como el “gran retroceso” es un error. Soy el primero en decir que hay desafíos en la educación, pero la frase de Astori termina ayudando a que los dirigentes de la oposición digan que fuimos un desastre en inversión pública y social. Lo otro es que Sendic tuvo problemas con los comprobantes de las tarjetas corporativas, pero de ahí a pensar que hay un fenómeno de corrupción es mucho. Hubo un manejo irresponsable. Cuando te parás ante un Plenario Nacional y decís que vas a traer un título que no tenés, comprometés a una fuerza política que te dio respaldo. Si te faltaban los comprobantes, capaz que bastaba con decir: “Me faltaron comprobantes, me hago cargo de los que no aparecen”. Y no es que no hubo sanción: salió de la vicepresidencia y no puede ser electo a nada por cinco años. Es verdad que desde el punto de vista de la ética es reprobable, y que fue un error no haber rendido cuentas de su gasto con la tarjeta prolijamente, pero estás hablando de un tipo que se fue con la mitad del patrimonio con el que entró en la función pública. Una vez superado ese tema, volverlo a traer en el medio de la campaña me parece inconveniente. Corremos el riesgo de transmitir que todo es igual, y no es todo igual.