“Estoy descubriendo esta hermosa ciudad” fueron las primeras palabras de la ilustradora argentina Jimena Tello a la diaria. Nacida en Buenos Aires, a los cuatro años, cuando comenzó la dictadura en Argentina, se fue junto a su familia al exilio en París, donde vivió hasta los 24, es decir, toda su etapa de formación: “Soy mitad y mitad, pero mi cabeza fue formateada en Francia por mi educación y, en particular, mis influencias gráficas”, se define, en referencia a sus estudios de diseño editorial en la Escuela Superior Estienne, en París, y de ilustración en la Escuela Superior de Artes Decorativas de Estrasburgo. Estuvo en Montevideo con su libro Mamá al galope (Flamboyant, Barcelona, 2017; disponible en Uruguay distribuido por Dinámica, va a estar en la Feria del Libro Infantil y Juvenil), en el que mediante trazos de gran dinamismo y una pizca de humor pone en página la mirada asombrada con la que un niño ve a su mamá, una mujer alienada por sus obligaciones cotidianas que, de tanto correr de acá para allá, termina por transformarse en caballo.

Reconoce como una influencia fundamental, antes que nada, un hogar que fue campo fértil para su vocación artística: “Cuando era chica, mis papás se separaron y mi madre se casó con un francés muy amante de la historieta franco-belga y de la historieta en general: nuestra casa estaba llena de bibliotecas con historietas. Por otra parte, vivíamos en París, así que hacíamos visitas al Louvre, teníamos a mano todos los museos, y cuando llegó la hora de definir una carrera, en Francia hay escuelas de arte muy fuertes para poder dedicarte de lleno a eso. Tener historietas en mi casa me llevó naturalmente al formato libro y, en particular, a los libros para chicos. Ese combo entre el libro y las bellas artes es lo que me encanta, porque uno cuenta historias y porque la ilustración toca otros ámbitos del arte: el cine, la comunicación, la publicidad, la historieta, la literatura”.

De regreso en Buenos Aires, además de desarrollar su trabajo como ilustradora, siguió formándose en las escuelas de arte Sótano Blanco y Color Café, en las que también fue docente, y posteriormente abrió su propio taller, Dos Meninas, junto con su colega Gabriela Burin. Publicó sus trabajos en diversas editoriales argentinas, así como en Francia, México, Corea del Sur, Emiratos Árabes y España. En 2008 fue seleccionada para participar en el catálogo de ilustradores argentinos en la Feria de Bolonia, en Italia, y en 2011 expuso en la Bienal de Bratislava, en Eslovaquia. En cuanto a las diferencias entre ilustrar para destinos tan dispares, comentó: “Depende del proyecto, del tipo de cuento. Por ejemplo, el trabajo para Emiratos Árabes [Bayna Houna Wa Hounak (Entre aquí y allá), Kalimat, 2014] era una historia bastante moderna, que hablaba de padres divorciados, de un niño que tiene que ir de una casa a la otra, que está como dividido, pero me dieron ciertas pautas gráficas de cómo representar a las mujeres: no debían estar demasiado descubiertas. Está la cuestión cultural de cada país, que uno debe respetar. Por lo demás, al ilustrar no pensás tanto en tus lectores; si no, estás medio frito: se trata de tu lenguaje, de tu manera de plantear la historia. El editor te llama para que propongas un universo que te es propio, con lo cual el trabajo, antes que nada, te tiene que gustar a vos”.

Mamá al galope es su primer libro como autora integral, un desafío que resultó arduo y seductor en partes iguales: “Es difícil, es largo, estás solo con vos mismo trabajando el texto y la imagen en un circulito cerrado, más allá de que cuentes con la mirada de pares que den su opinión, de que puedas testearlo con otra gente, tener una devolución de otras personas. El hecho de hacer todo vos te da una libertad que asusta un poco pero, a la vez, es maravillosa. Y una vez que probaste esa libertad, después la extrañás”. Con respecto a la producción de este título, que surgió a partir de que lo presentó en la Feria de Bolonia en 2016, cuenta: “Partí de una idea muy autobiográfica –tengo dos hijos y estaba a las corridas todo el día como la mamá del cuento–, la anoté en un cuadernito y volví a mis trabajos por encargo. Después la retomé, le di forma de libro, armé una maqueta y la llevé a Bolonia, donde me reuní con distintos editores. Fue interesante la recepción porque es un libro que trabaja con el humor, que si bien es bastante universal, no es igual en todos los países. Por ejemplo, hay una parte en la que esta mamá retoma sus quehaceres cotidianos bajo su nueva forma, pero como es un caballo, en un momento en que la situación los desborda a todos, a ella se le escapan algunas caquitas en el supermercado. En esa parte escatológica los chicos se mueren de la risa, y a mí me parecía graciosa porque era parte del personaje, pero a la editora inglesa le pareció terrible. A la de Emiratos Árabes le encantó, pero observó que la pollera de la mamá era muy cortita: ‘Se ve mucho la cola del caballo’. Después, tuve la suerte de cruzarme con las editoras de Flamboyant, y en el libro hay un trabajo de edición muy importante porque a Eva [Jiménez Tubau] y Patricia [Martin] no les terminaba de cerrar la historia original, y lo trabajamos juntas; lo fui construyendo junto con ellas. Trabajé con fondos blancos para resaltar esa cosa dinámica y ágil; me interesaba trabajar la velocidad, eso de correr, de estar sobresaltada todo el tiempo. Sin ese final habría concluido de manera más seria, con una bajada de línea solemne, del tipo ‘hay que tomarse el tiempo’, pero al convertirlo en chiste, el remate permite que la historia no se cierre con un mensaje tan claro”.

Sostiene que es importante tender puentes entre los autores de los distintos países de América Latina, conocer más de nosotros. “Es cierto que Europa sigue siendo el ombligo del mundo editorial y que estamos muy lejos de ese centro neurálgico. Para un francés, por ejemplo, América Latina es el fin del mundo porque ellos están en el centro: nosotros estamos acostumbrados a mirar para allá, mientras que ellos se miran a sí mismos. Tendríamos que mirar más hacia adentro, porque tenemos unos talentos increíbles. En Francia hay escuelas de ilustración y una estructura que hace que en general ya tengan lo que necesitan. Claro que hay excepciones; por ejemplo, nosotros tenemos a Isol, que ha trascendido fronteras: el premio que recibió [Premio Memorial Astrid Lindgren, 2013] nos vino bárbaro a todos, porque ‘es argentina’ o ‘es argentino’ pasó a tener otro significado, otra relevancia, empezó a ser atendible; hizo visibles a los demás ilustradores”.