Política con mayúsculas. Solo así se puede explicar la decisión de Cristina Fernández de ser candidata a vicepresidenta acompañando a Alberto Fernández como presidente. La adopta cuando la mayoría de los sondeos la situaba primera, cada vez a mayor distancia de su perseguidor, Mauricio Macri. La encuesta publicada por CELAG un día antes de la noticia, con 2.000 casos presenciales en todo territorio nacional, le otorgaba 11 puntos de diferencia a su favor, corroborando la tendencia del resto de estudios. Y a pesar de este escenario electoral, la ex Presidenta toma esta inesperada y trascendental decisión política. ¿Por qué?

Desde el lado oficialista, se han vertido casi todas las teorías maquiavélicas y maniqueas posibles. Ninguna acierta a explicar lo que ha sucedido. La raíz del desconcierto que prima en las filas del periodismo militante y del propio Cambiemos está en que construyeron el fantasma de una mujer enferma de poder, y se lo creyeron ellos mismos convirtiéndolo en el prisma desde el que mirar y analizar la realidad. Desde el odio es muy difícil encontrar alguna variable explicativa para entender la dimensión política de esta decisión. Hace tiempo que vienen errando el diagnóstico, buscando enemigos (sindicalistas, maestros, “choriplaneros”, “chorros”) creyendo que el “relato-país” tiene algo de parecido con lo que ocurre en el día a día de la gente. Ninguna comunicación puede ser efectiva si no tiene asidero en las condiciones básicas materiales. Se trata de una cuestión elemental en la política. Los resultados saltan a la vista.

Para comprender la decisión de Cristina Fernández es imprescindible poner el foco en el clima de sensaciones y percepciones que tiene actualmente la ciudadanía, lo que siente y le preocupa cotidianamente y ubicarse en el momento histórico que vive la Argentina. Porque eso es justamente la política, descifrar la calle, lo que demanda y lo que siente, y proporcionar respuestas de presente y futuro, conociendo muy bien lo que ya se ha padecido en el pasado. Y hoy en día, tal como se desprende de la encuesta CELAG, los argentinos sienten mayoritariamente enojo (23%), angustia (23%), hartazgo (8%) e incertidumbre (21%). Estas sensaciones negativas tienen una explicación: Mauricio Macri. Su evaluación negativa es del 75%, y crece todavía más si observamos áreas como la inflación (93,7%) o el control del dólar (89,9%). Puestos a hacer un balance de su gestión, un 32,6% de los argentinos consideran que “fracasó” y un 33% que “no cumplió sus expectativas”; solo el 8,5% se creyó lo de “la pesada herencia” y un 18% cree que debe tener más tiempo para lograr lo que prometió. 8 de cada 10 encuestados consideran que el modelo económico debe ser cambiado totalmente. Tres cuartas partes de la ciudadanía teme la pérdida de empleo en su núcleo familiar. Casi 6 de cada 10 argentinos afirman que han descendido socialmente. El clima de deterioro de las condiciones de vida se constata en otro dato: el 73% afirma que ha tenido que reducir gastos en luz-agua-gas y en salidas los fines de semana.

El panorama es desolador. No hay video prefabricado posible que pueda opacar que el presidente hoy principalmente despierta rechazo (45,8%) y decepción (24,5%). Es por eso que el techo electoral de Macri se ha venido reduciendo, en forma inversamente proporcional a lo sucedido con Cristina. Según la encuesta CELAG, hoy es mucho más fuerte el antimacrismo (casi 30%) que el antikirchnerismo; el clivaje se transformó luego de estos años desastrosos de gobierno.

Y los medios de comunicación hegemónicos no pueden alterar el nuevo reordenamiento del campo de la política porque entre otras cosas ya no resultan creíbles. La misma encuesta estima que el 61,8% considera que los medios de comunicación manipulan la información (por el 24,1% que cree que informan correctamente). En otras palabras, la realidad, terca como ella misma, se impone. Por ejemplo, si volvemos a mirar en la encuesta, el mito de la grieta no es una razón de peso a la hora de votar, ni siquiera entre los votantes de Massa ni Lavagna, ni tampoco en los indecisos. A la gente lo que le importa es que el país no vuelva al 2001, y a Macri ya lo ven incapaz de resolver la situación.

Sin obviar elementos personales de fondo, lo cierto es que la radiografía de la crisis económica, tanto micro como macroeconómica, con un default a la vuelta de la esquina si no se cambia de rumbo, condicionan la decisión de Cristina Fernández. La elección de ser vice se explica en gran medida por el reordenamiento del tempo político que exige el momento histórico; esto es, una propuesta política de gobierno que permita reconstruir el país sobre la base de cimientos amplios y sólidos, priorizando taponar la sangría de la crisis en el corto plazo para luego pensar en el medio y largo plazo. Los desafíos son múltiples. En primer lugar, se requiere garantizar gobernabilidad en clave territorial. En segundo lugar, se deberá lidiar con la -ahora sí- pesada herencia de la deuda, especialmente la del FMI. Al mismo tiempo será preciso generar mecanismos de fortalecimiento progresivo de la industria nacional, mejora de salarios y mayor consumo interno. En tercer lugar, se deberá tejer una dinámica legislativa que recomponga la institucionalidad en pro de reconstruir el Estado de Derecho. En la justicia, se requiere un proceso de saneamiento a fuego lento que evite contraproducentes cambios abruptos. En el plano internacional, igualmente se necesitará de un viraje paulatino para insertarse más eficaz, soberana e inteligentemente en un mundo cada día más cambiante.

En definitiva, se mire desde la dimensión que se mire, la envergadura de los desafíos que el país afronta exige un conductor político que tenga la capacidad de llevar a cabo las transformaciones necesarias en forma más escalonada, y que Cristina Fernández sea quien matice, complemente, y fundamentalmente marque el horizonte político.

Alfredo Serrano Mancilla, Gisela Brito y Sergio Pascual, CELAG