¿Entreverar y dar de nuevo los viejos naipes garantiza mejores resultados que crear una nueva baraja? Depende de lo que se busque y, sobre todo, de lo que se alcance. Para preguntarlo de otro modo, ¿qué significa que La extinta poética, que la semana pasada cerró el festival flamenco del teatro Solís, es un derivado de Hamlet centrado en Ofelia? Puede significar que logró extraer la esencia de un clásico, lo diluyó en las aguas de la contemporaneidad y se lo dio de beber a los espectadores. O puede resultar, como ocurrió, que el griterío desabrido del esperpento –con más de Ramón María del Valle Inclán que de William Shakespeare– no conservó nada del principio activo original.

Mejor le fue, en la sala contigua, seis meses antes, a la Comedia Nacional, cuando reversionó otro clásico. Éramos tres hermanas fue una exitosa manipulación genética de Las tres hermanas, de Antón Chéjov, salida del laboratorio de José Sanchis Sinisterra. No es sólo el talento de las personas involucradas. Es como si la pieza de Chéjov tuviera la nobleza de la madera y el drama mayor de Shakespeare fuera inalterable como el níquel. Se podría decir que todo lo que nace de Hamlet hay que verlo hecho Hamlet. (Aunque no sea cierto, ya que ahí está Rosencrantz y Guildenstern han muerto para desmentir el axioma, pero ni Paco de la Zaranda es Tom Stoppard ni ninguno de sus actores es Gary Oldman).

Shakespeare, que no pierde en perfección con nadie, pierde con Chéjov en maleabilidad. La cartelera montevideana reciente muestra otros dos intentos chejovianos. Ayer bajó Los cumpleaños de Irina, versionada por Villanueva Cosse en El Galpón, en tanto que los jueves, en La Gringa, Andrés Papaleo vuelve, con Aerolíneas Moscú, a desmembrar la historia de Olga, Masha e Irina (en 2013 dirigió una versión a género cambiado del argentino Daniel Veronese).

Pueden señalarse muchos otros antecedentes locales. El Circular la hizo en dictadura. La Comedia Nacional se dio el lujo de hermanar a Estela Castro, Susana Bres y Estela Medina, dirigidas por Eduardo Schinca. Como docente, Mariana Percovich escribió una Guía para montar a Chéjov, que traza un mapa para quien quiere acercarse a esta obra.

No es una exclusividad charrúa. Isabella Rossellini, Olympia Dukakis y Vanessa Redgrave han sido Olga. Con pésimas críticas, Kristin Scott Thomas fue Masha en Londres, aunque, justo es decirlo, ¿quién podría compararse con la Masha moscovita que compuso Irina Grineva dirigida por Declan Donnellan? Antes, en 1901, la primera en interpretar a Masha había sido Olga Knipper, quien se casó con Chéjov ese mismo año. Sarah Bernhardt, no. La actriz que Chéjov odiaba no necesitaba ninguno de esos tres roles. Porque Bernhardt fue y será Ofelia.