En Durazno y Yaro, donde hoy está el Museo del Cannabis, antes quedaba la sede del club Mar de Fondo. Durante un breve período, a mediados de los 80, Eduardo Mateo supo vivir en una pensión justo enfrente. Allí parió “Siestas de Mar de Fondo”, canción en la que pinta una tarde de barrio montevideana, de esas que ya no abundan en este mundo líquido de puertas para adentro, desplegando imágenes con simple genialidad, a través de una melodía descansada, entre onírica y melancólica, como si la hubiese compuesto semidormido. “Ventanal del jazmín / que al cielo de cristal / le dio al abrirse y / corazón de par en par. / De par en par el cielo, tarde la siesta / que se recuesta por la vereda, / pájaro del pretil, brisa de las hojas, / fin del febrero danzando sombras. / Poco a poco, pelota, los pibes, doña, / se van marchando dejando a solas / el murmullo de umbrales en los zaguanes / que están mirando pasar las horas”. Mateo nunca llegó a grabar la canción, que vio la luz, luego de su muerte (mayo de 1990), en varias versiones interpretadas por distintos músicos.

“¿Está grabando ya?”, le pregunta Mateo a Estela Magnone, antes de empezar a tocar y cantar a dúo una versión casera de “Siestas de Mar de Fondo” en el hogar de la cantante, con un grabador a casete como único testigo. Este registro, que se edita por primera vez, es el bonus track del disco nuevo de Magnone, justamente, titulado Siestas de Mar de Fondo, que hace pocas semanas editó el sello Bizarro en formato CD y en plataformas digitales (Spotify). Por supuesto, el título y la inclusión de esa versión casera no son para nada arbitrarios ni caprichosos, ya que Mateo es el centro gravitacional del álbum, que está integrado –sin contar el bonus– por ocho temas con letras que él escribió y le fue pasando a Magnone a lo largo de los 80. En un largo proceso, de más de 30 años, la cantante fue poniéndoles música hasta que, por fin, se decidió a grabarlas todas, dándole coherencia a la obra. De esas ocho canciones que hoy ven la luz, la mitad son inéditas.

Como si fuera un LP, se podría decir que el “lado A” empieza con las cuatro canciones desconocidas hasta ahora. Lo primero que llama la atención, sobre todo teniendo presente el disco anterior de Magnone, Telón (2016), es el efecto en la voz de la cantante en algunos temas, con una buena dosis de reverberación y algo de eco, que la hacen sonar casi espectral, como un guiño del más allá, sea lo que sea que eso signifique en donde está Mateo, pero que se materializa mediante la melodía, que lo trae a este mundo.

“Así fue que hubo una vez y del mar irolizaba / y hasta se consiguió un pez y un mar de espuma salada. / Sal de aquel que hizo el color en foto sintetizada, / una magnetización la imagen polarizaba”, canta Magnone en la que abre el disco, un collage de metáforas con colores marítimos y fotográficos, que no en vano se llama “Polaroid” y que contiene algún mateísmo típico –menjunje de palabras del que nace una nueva–, como “universoterizada”. La melodía es apacible, como de canción de cuna, y la percusión acompaña con detalles que se suman de a poco para volverse cada vez más hipnóticos. La segunda canción ronda obsesivamente sobre la palabra “llama” –y es así como se llama–, guiada por un hermoso y también apacible arpegio de ronroco.

Los temas inéditos se cierran con “Paradoja en cuarto menguante”, quizá el mejor del disco, por varias razones: la melodía, animada y bastante pop en el contexto del álbum, que hace una pareja perfecta con la letra, que relata las desventuras de la luna con despreocupada lejanía; y los arreglos, que también suman detalles estrofa a estrofa, sobre todo el colchón de teclado Hammond y la trompeta con sordina del final, que debería ser más largo de lo que es.

Viejas conocidas

El “lado B” tiene los cuatro temas que ya habían aparecido antes. Por ejemplo, “Lago”, que cerraba el disco Telón en forma íntima, de instrumentación clásica, a piano y cuerdas; en cambio, la versión de Siestas de Mar de Fondo está en plan “modernoso”, más arropada y atmosférica, con tintes electrónicos y un pulso que marca el ritmo. Al comparar ambas versiones es cuando más se nota la diferencia en el efecto de la voz: en la versión anterior parece que Magnone cantara cerquita de nosotros; en cambio, en la nueva está por allá, lejos.

Entre las ya editadas también está “Sueño del escritor”, que previamente no la había grabado Magnone sino Laura Canoura en su primer disco solista, Esa tristeza (1985), producido por Jaime Roos. Aquella versión tenía algunos paisajes sonoros típicos estilo new wave –The Police, antes que nada–, que luego explotaría Roos en temas como “Lo que no te di”. La nueva versión, de Magnone, es más orgánica, acorde a la estética del disco, y lo que en la de Canoura eran guitarras eléctricas limpias, con un riff continuo, aquí son explosiones de acordes cortantes, que la vuelven más contundente.

Más allá del gran resultado de este disco –en lo estético, interpretativo y conceptual–, hay que reconocerle a Magnone el tour de force que significa ponerles música a letras de Mateo –por algo este disco se materializó ahora y no hace 25 años–. Porque hay que tener en cuenta que si ya es difícil ponerles música a letras terminadas, y escritas por cualquier civil, más aun es hacerlo con unas de Mateo, y sobre todo con estas, que no cuentan historias ni el devenir de personajes, sino que son voladas, oníricas y universoterizadas. Ese plan es el que sigue la música del disco –sobre todo el encare de la voz de Magnone y su trabajo de melodías–, en general con tempos lentos, arreglos de guitarra, ronroco, charango, etcétera, certeros (Fabián Marquisio está a cargo de las seis cuerdas y demás), y con alguna programación electrónica minimalista que a veces apenas marca el pulso, pero que está ahí, como nuestro corazón, latiendo mientras soñamos.

Al hojear el librito con las letras caemos en la cuenta de que son de esas que nunca sobraron, y ahora mucho menos; dueñas de versos que hay que releer, ya no para entender sino para admirar. La música las lleva sin forzarlas, van de la mano con tranquilidad, como novios por la rambla en una tarde soleada, y si bien cualquiera se da cuenta de que es de ahora –por el uso de las programaciones, que suenan a siglo XXI y no a los 80–, tiene un aura descolgada, fuera de tiempo y espacio.

También ayuda la voz de Magnone, que suena intacta, aguda, angelical y etérea. Pero esa aura atemporal y por momentos alejada de lo terrenal se termina de cerrar con algunas letras de Mateo, que a la mayoría de los mortales no se nos ocurrirían ni en el mejor viaje de ácido, pero a él, para escribirlas, simplemente le bastaba con respirar la brisa de una tarde en Durazno y Yaro.

Siestas de Mar de Fondo. De Estela Magnone (con letras de Eduardo Mateo). Bizarro, 2019.