La saga de películas sobre juguetes que cobran vida cuando los humanos no están mirando comenzó en 1995 (con Toy Story), cuando Pixar le demostró al mundo que la capacidad de las computadoras ya era suficiente para permitir la producción de un largometraje 100% animado en forma digital. Cuatro años más tarde, y de nuevo con John Lasseter en la silla del director, llegó una de las excepciones más fuertes a aquella frase de “segundas partes nunca fueron buenas”. En 2010, con Lee Unkrich a la cabeza y siempre subiendo la vara de lo que la animación por computadora tiene para ofrecer, Pixar nos recordó que el cine puede hacernos llorar a moco tendido.

Cuando parecía que el cowboy Woody (voz de Tom Hanks) y el superhéroe espacial Buzz Lightyear (voz de Tim Allen) estaban limitados a cortometrajes o apariciones en los parques de Disney, la compañía del ratón Mickey anunció que se venía una cuarta entrega de la franquicia millonaria, y allí surgieron dos voces muy encontradas: los adultos consideraron que se trataba de un error, ya que Toy Story 3 había puesto un hermoso moño al arco de Andy y sus juguetes, cuando el jovencito los entregaba a la pequeña Bonnie para que ella siguiera disfrutándolos (el famoso momento del moco tendido). ¿Podría Pixar regresar a ese universo sin que los episodios anteriores sufrieran en forma retroactiva? Y, por otro lado, los niños festejaron por tener una nueva aventura de Buzz y Woody. Con este espíritu, el de los pequeños a quienes poco les importan las ganancias de Disney ni el precio de los vasos de plástico con la efigie de nuestros héroes, conviene llegar a la sala de cine para disfrutar de Toy Story 4 (Josh Cooley, 2019).

La trama mantiene varios elementos representativos de la saga, pero con originalidad suficiente como para mantenernos bien entretenidos. Otra vez un juguete se separó del grupo, y habrá que organizar una misión de rescate para traerlo de regreso sano y salvo. Ya sabemos que uno de los dos protagonistas comandará las acciones, que conoceremos a juguetes nuevos y que la victoria llegará con alguna sencilla enseñanza de vida.

En cuanto a las novedades, el guion vuelve a la pregunta primigenia de hace casi 25 años. ¿Por qué los juguetes cobran vida? Eso (por suerte) sigue sin ser respondido. Ahora, si los juguetes cobran vida, ¿qué sucede cuando una niña crea su propio juguete?

La respuesta es Forky (voz de Tony Hale), el gran hallazgo de este episodio. Hale, conocido por sus papeles de Buster en Arrested Development (2003) y Gary en Veep (2012), es perfecto para interpretar al neurótico monstruo de Frankenstein, nacido a partir de un cuchador (cuchara-tenedor), un limpiador de pipas y un par de ojitos saltones pegados. Este neurótico, que todavía se debate entre ser “basura” y ser un “juguete”, aporta las necesarias risas a la película, al tiempo que, entre implicancias filosóficas demasiado complejas para el público pochoclero, nos hace una pregunta más familiar: ¿cuál es el sentido de la vida?

The Meaning of Life

La respuesta que escuchamos en las entregas anteriores casi siempre llegó de la boca de Woody: los juguetes están para hacer feliz a su dueño. Al principio fue Andy y luego fue Bonny, pero el propósito no se modificó. El grupo (que incluye a los señores Cara de Patata y los dinosaurios Rex y Trixie) tiene una existencia plácida en el dormitorio, pero todo es dejado de lado cuando alguien llega para comenzar con el juego.

Un viaje en autocaravana los llevará hasta un parque de diversiones en el que Woody se reencontrará con Bo Peep (voz de Annie Potts), aquella muñeca de porcelana que fue lo más parecido a un interés romántico que tuvo. Ella le enseñará que existen otras formas de “vivir la vida”, justo cuando Bonnie estaba ignorando cada vez más al simpático sheriff. De paso y para seguir con estas temáticas, Buzz hará grandes descubrimientos con respecto a su voz interior.

Con eso no alcanza para sostener los ágiles 100 minutos de historia, así que se precisa un villano, que repite características del Stinky Pete que interpretó Kelsey Grammer en Toy Story 2, y el oso Lotso de Ned Beatty en Toy Story 3. Christina Hendricks es quien presta su voz a Gabby Gabby, una muñeca antigua resentida con el mundo humano (cuándo no) que se convirtió en ama y señora de los muñecos de una casa de antigüedades.

Otros personajes que se incorporan a este universo son Ducky y Bunny (Keegan-Michael Key y Jordan Peele), dos premios de feria que tienen poco respeto por aquello de quedarse quietos cuando aparecen las personas. Sus gags aportan las mejores risas, en especial uno que se estira de manera poco usual para una película de Pixar. Por último, Keanu Reeves es el temerario canadiense Duke Caboom, con tiempo para pronunciar una de las frases características del actor (habrá que verlo para saber cuál).

En cuanto a los cameos, un grupo de figuras de acción al mejor estilo G.I. Joe protagoniza un chiste que se extiende hasta la escena poscréditos, mientras que cuatro enormes comediantes de la vieja escuela (Mel Brooks, Betty White, Carl Reiner y Carol Burnett) interpretan a cuatro juguetes de los que Bonnie se olvidó hace rato.

Todos estos roles se pueden disfrutar en las copias subtituladas que llegaron hasta nuestro mercado. Como de costumbre, se exhiben en horarios de la noche, pero hay que reconocer que hasta hace poco tiempo esta clase de cinta habría llegado sin una sola copia en su idioma original.

Hora (y 40) de Aventura

No hay grandes debilidades en esta cuarta Toy Story, que, de todos modos, no llega a la redondez de la segunda ni a la emotividad de la tercera. La broma de Forky y la papelera se estira un poco, y por momentos se hace un poco evidente que los personajes se mueven del punto A al B porque la siguiente gran escena es en el punto B. Pero estas escenas, en particular las de rescates y otras acrobacias plásticas, están muy bien llevadas a cabo. Y los momentos emotivos serán pocos (dos, uno más telegrafiado que el otro), pero de todos modos son suficientes para que a uno le entre tierrita en los ojos.

¿Había necesidad de que Woody y Buzz regresaran? Ninguna secuela es realmente necesaria, excepto El regreso del Jedi (Richard Marquand, 1983), porque queríamos saber qué sucedería con Han Solo luego de que lo congelaran en carbonita al final de El imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980). Sin embargo, uno imagina lo bien que habrán pasado los niños que la vieron en las funciones dobladas al español, y lo mucho que habrán sufrido sus adultos responsables cuando les pidieron los vasos de plástico.

Toy Story 4. Dirigida por Josh Cooley. Estados Unidos, 2019. En varias salas.