Figura ineludible de las letras hispanoamericanas, Roberto Fernández Retamar, que desde 1986 se desempeñaba como director de Casa de las Américas y que había estado al frente de su revista desde 1965, integraba la Academia Cubana de la Lengua y era miembro correspondiente de la Real Academia Española.

Nacido en La Habana en 1930, ya a los 17 años integraba el equipo de la revista Alba, para la que llegó a entrevistar a Ernest Hemingway. Se doctoró en Filosofía y Letras por la Universidad de La Habana en 1954, estudió lingüística en La Sorbona de París en 1955, y realizó cursos en la Universidad de Londres en 1956. Viajó luego a Estados Unidos para desempeñarse como profesor de Literatura en la Universidad de Yale, y en 1958 regresó a Cuba, en donde se incorporó a la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista.

Tras el triunfo de la revolución estuvo entre los fundadores de la Unión Nacional de Escritores y Artistas Cubanos y, junto a Nicolás Guillén, Alejo Carpentier y José Rodríguez Feo fundó la revista Unión.

Entre su bibliografía corresponde destacar los poemarios Elegía como un himno (1950), En su lugar, la poesía (1959), Buena suerte viviendo (1967), Que veremos arder (1970), Circunstancia de poesía (1974), Hacia la nueva (1989) y Juana y otros poemas personales (1981), en donde se incluye la elegía “¿Y Fernández?”, dedicada a la muerte de su padre. Entre los textos de ensayo y crítica, en tanto, se destacan obras monumentales como La poesía contemporánea en Cuba. 1927-1953 (1954); Idea de la estilística (1983); y Para una teoría de la literatura hispanoamericana (1975), pero sin duda el texto más conocido y estudiado es Calibán: apuntes sobre la cultura en nuestra América (1971).

En ese ensayo, que reelaboró en varias ocasiones, Fernández Retamar subvirtió la interpretación política que hasta entonces se hacía de la obra La tempestad (1611), de William Shakespeare. Desde finales del siglo XIX, el francés Renan, Rubén Darío, y especialmente José Enrique Rodó en su Ariel, habían buscado hacer analogías entre movimientos de su época y las figuras del sabio Próspero, el etéreo Ariel y el nativo Calibán, entre otros personajes que se hallan recluidos en la isla imaginada por Shakespeare.

Rodó fue el primero en advertir en Próspero un representante del pragmatismo y el utilitarismo estadounidense; trasladándolo a una clave continental, le opuso el espiritualismo de Ariel, a quien colocaba como modelo para los intelectuales hispanos. Fernández Retamar le dio un nuevo giro a este juego de analogías y, reconociendo el mensaje anitiimperialista de Rodó, postuló que Calibán, visto como el bruto o la masa inculta en interpretaciones anteriores, era en realidad un símbolo del sujeto latinoamericano, que busca emanciparse mestizando habilidades propias y herramientas –como la lengua europea– traídas por el colonizador.

Calibán suscitó varias réplicas y desató nuevas reflexiones en torno a la identidad latinoamericana, a la vez que se constituyó, junto a la obra de Edward Said, Frantz Fannon y Gayatri Spivak, en un trabajo de referencia para los estudios poscoloniales. Sigue vigente su poderoso mensaje: “Asumir nuestra condición de Calibán implica repensar nuestra historia desde el otro lado, desde el otro protagonista”.