Son días agitados para el historiador Aldo Marchesi. La semana pasada estuvo en Santiago de Chile para presentar su más reciente libro, Hacer la revolución: guerrillas latinoamericanas de los años 60 a la caída del muro (Siglo Veintiuno), hoy lo hará en Montevideo, y mañana y pasado, en Buenos Aires y La Plata. El recorrido tiene sentido: es parte del universo conosureño que aborda en su investigación.

El trabajo sigue la trayectoria de militantes argentinos, chilenos, brasileños, bolivianos y uruguayos que fueron tejiendo una red de organizaciones e instituciones que promovían la violencia política y la estrategia regional como caminos privilegiados para lograr el cambio social.

Su trabajo, entonces, sigue tanto a personas como a movimientos políticos y centros de investigación en un recorrido que tiene mucho de avanzada y repliegue entre diversas capitales nacionales. La obra de Marchesi logra transmitir la idea de que, más allá de los centros más obvios de difusión revolucionaria, los países del Cono Sur eran referencias mutuas en cuanto a política revolucionaria, en espejo de la coordinación regional de la represión conocida como Plan Cóndor.

El fenómeno que investigás involucra factores locales, regionales y globales. ¿Estarías de acuerdo en que el mayor aporte de tu trabajo se centra en lo regional?

Creo que la novedad –al menos esa era mi intención– fue establecer una narrativa que trascendiera lo nacional para entender la experiencia de los grupos armados de izquierda y también la política de la Guerra Fría latinoamericana. Todos los libros de historia del período empiezan con una introducción en la que explican cómo la región y el mundo fueron influyentes en este período; sin embargo, pocas veces vinculan lo nacional con esos procesos que lo trascienden. Es cierto que hay una historia previa que ha dificultado entender las dimensiones transnacionales de este proceso. Por un lado, las narrativas de la Guerra Fría más asociadas a las derechas y también a visiones más liberales contemporáneas explicaban y explican los fenómenos de la radicalización política de izquierda como un fenómeno ajeno a la nación. Una gran conspiración de la izquierda internacional, con centro en la Unión Soviética y en Cuba, en la versión de las dictaduras; un embrujo ideológico generado por la revolución cubana, en las versiones más liberales. Frente a esto, algunas historiografías más militantes tendieron a recostarse en los escenarios nacionales para explicar y justificar que había condiciones locales que habilitaban la radicalización. Esto es muy paradójico, porque todos los grupos explicitaban la idea de la continentalidad de la revolución. Creo que, en ese sentido, era necesaria una narrativa que pusiera la atención en cómo la experiencia histórica de la región incidió en las maneras en que estos actores locales se fueron radicalizando. O sea, la crítica tenía fuertes bases locales, pero las maneras en que esa crítica se articuló se dieron en un diálogo regional, en el que lo ocurrido en el Cono Sur tuvo una fuerte presencia. Siempre se enfatiza en lo ideológico para explicar la radicalización de los 60; a mí me interesaba mostrar que la experiencia política también era muy importante. La manera en que la política, desde comienzos de los 60, evidenciaba los límites que las democracias y las dictaduras de la Guerra Fría latinoamericana, bajo la hegemonía estadounidense, imponían a las expectativas de cambio social –en sus diferentes variantes: desarrollistas, populistas, reformistas, socialistas, cristianas– era relevante. Creo que esa lectura, más política que ideológica, es central para entender la llamada “radicalización”.

Hay un elemento narrativo, aunque tal vez no sea el propósito: primero Uruguay como refugio para los escapados de la dictadura brasileña tras el golpe de Estado de 1964, Chile en un rol similar luego del triunfo de Salvador Allende en 1970, Buenos Aires desde la caída de Allende hasta 1976, cuando llega el golpe militar en Argentina.

En el libro trabajo en lo ocurrido en tres ciudades en momentos claves. El Montevideo de mediados de los 60, donde la idea de guerrilla urbana como alternativa al foquismo cubano es propuesta por los tupamaros pero en diálogo con exiliados brasileños, argentinos y paraguayos; la experiencia en el Chile de la Unidad Popular [UP], donde se construye la teoría de la dependencia en diálogo con los grupos armados y se discute acerca de la inevitabilidad del autoritarismo militar; por último, la experiencia de militarización de las organizaciones armadas en Buenos Aires entre 1973 y 1976, y la respuesta del Plan Cóndor, dan cuenta de que la identidad política de estas organizaciones se dio en un diálogo en el que la región del Cono Sur tuvo una centralidad importante. Pero también estos procesos se dan en diálogo con otras zonas del mundo. Hay un capítulo sobre La Habana y Bolivia. En otro menciono lo que ocurre con estos grupos en Europa.

Esta es una elaboración de tu tesis de doctorado, que ya fue publicada en inglés como Latin America’s Radical Left Rebellion and Cold War in the Global 1960s. ¿Cómo diste con el tema?

Tiene que ver con mi condición de historiador del pasado reciente. En el marco de múltiples seminarios y eventos a principios de este siglo constaté algo que tal vez era un poco obvio, pero aún no estaba muy trabajado. Era fácil ver que en la región existía un conjunto de discursos de diferentes actores que eran similares. Como si en el marco de la Guerra Fría latinoamericana hubiera comenzado a existir una convergencia de la experiencia política del Cono Sur en la que la política comenzó a tener características más similares entre los países. Los grupos armados de izquierda, los militares, los movimientos de derechos humanos, los discursos de los partidos de centro, la experiencia de integración del Mercosur; una serie de aspectos que parecen haber convergido hasta el último ciclo progresista. No quiero decir que la política fuera la misma, pero sí que había lenguajes políticos comunes que habilitaban una inteligibilidad como región.

Se podría decir que lo regional pesó en lo operativo, en lo institucional y en lo afectivo. ¿Podés explicar cómo abordaste cada esfera?

Toda esta experiencia tuvo mucho que ver con el exilio regional. Antes de 1976, cuando el golpe de Estado en Argentina canceló todas las oportunidades políticas, existió un exilio regional que muchas veces no fue vivido como exilio en tanto experiencia de persecución, sino como continuación de la lucha revolucionaria en otros territorios. Eso habilitó el encuentro de estos militantes. No existió un “conosurismo” previo que funcionara como identidad. Desde mediados de los 60, en lo operativo existieron coordinaciones de diversas actividades vinculadas con la solidaridad con los exiliados en los diferentes países, así como el apoyo a acciones concretas, como la fuga de diversos militantes de izquierda armada de [la cárcel de] Trelew y su llegada a Santiago de Chile. También hay diversas coordinaciones con relación a la solidaridad con el Ejército de Liberación Nacional [ELN] boliviano. En lo institucional tal vez lo más llamativo sea la creación de la Junta de Coordinación Revolucionaria, una especie de aparato militar integrado por el ELN, el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile y el Ejército Revolucionario del Pueblo [ERP] argentino; aunque de corta vida, daba cuenta de las aspiraciones militares e insurgentes de estos grupos. En lo afectivo el libro trabaja dos momentos. Por un lado, hago una lectura emocional acerca del impacto que tuvo la muerte de [Ernesto Che] Guevara sobre esta generación de militantes, y el encuentro de los exilios regionales en Montevideo y, fundamentalmente, en Santiago de Chile a principios de los 70. Todos los testimonios dan cuenta de que esa convivencia en el Chile de la UP habilitó un encuentro entre militantes de diferentes países que por primera vez sentían que estaban construyendo una comunidad latinoamericana. Esto es particularmente llamativo en el caso de los brasileños, que siempre miraban para el norte y parecieron haber redescubierto el sur al llegar a Chile.

¿Cómo manejaste lo de “hablar de tiempos revolucionarios desde una época no revolucionaria”?

Es una preocupación importante en el libro. Contar esta historia sabiendo cómo terminó tiene el riesgo de contar la historia de los vencedores. Luego de la brutal masacre y derrota posterior, parece muy simple decir que todo era muy claro y que todo intento de cuestionamiento al orden establecido era absurdo y sin sentido. Sin embargo, si retomamos la contingencia histórica del proceso, la intensidad del conflicto, la rapidez del tiempo histórico que se vivía, las dimensiones y brutalidad de la represión.... ¿Cómo explicarla si no es asumiendo que estos grupos estaban logrando alguna incidencia en el proceso político? La historia se abre y ofrece múltiples escenarios posibles, de los que el resultado fue uno entre tantos. En el libro cuento que en la asunción de [Héctor] Cámpora en Argentina en 1973 se hablaba del eje La Habana-Lima-Santiago-Buenos Aires. Ese eje se desarmó ese mismo año, pero es ilustrativo de la dimensión de los conflictos que estaban en juego. Los grupos armados de izquierda fueron un sector más en ese conjunto de actores que desde diversas tradiciones ideológicas y políticas planteaban la necesidad de una revolución antiimperialista. En alguna medida, recuperar la contingencia nos permite hacer más inteligible lo que estaba en juego en ese momento. También hay otros asuntos, que refieren a la sensibilidad moderna de la revolución. Por ahí digo que hay toda una épica de la violencia revolucionaria de la década del 60 que tiene más en común con el siglo XIX que con nuestro tiempo. El Che Guevara tiene más en común con [Giuseppe] Garibaldi que con Edward Snowden, si es que asumimos que ese sería nuestro modelo de un héroe; en realidad, no tengo claro cuáles son los héroes de nuestro tiempo histórico. Aunque se trata de historia reciente, la reflexión sobre la legitimidad y eticidad de la violencia política cambió radicalmente en esta zona del mundo luego del movimiento de derechos humanos que desde los 80 pasó por nuestra región. Y eso nos dificulta entender lo que estaba pasando. De todos modos, es algo raro, porque vivimos en una sociedad que es mucho más violenta que la de los 60.

El libro se presenta hoy a las 19.00 en la sala Maggiolo de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República (Uruguay y Magallanes). Además de Marchesi, hablarán Gerardo Caetano, Vania Markarian y Álvaro Rico.