El 19 de octubre de 2018 en Uruguay se produjo una sesión histórica del parlamento (1). Por primera vez en la historia un país reconoció a las personas trans en su especificidad, admitió el maltrato al que se ven sometidas producto de la cultura machista imperante, sus pésimas condiciones de acceso a la salud, a la educación, a la vivienda; su trágicamente corta expectativa de vida. Reconoció también la violencia institucional a la que habían estado sometidas por parte del Estado en sus diversas variantes: el maltrato policial en las calles, el maltrato judicial desconociendo sus derechos elementales, el maltrato en los ámbitos educativos fruto de la ignorancia y la falta total de empatía, el sufrimiento de transitar por un sistema de salud que no estaba (y en buena medida aún no lo está) preparado para una atención que resguarde sus derechos, ni que hablar de la violencia desde el sistema carcelario.
Y esta lista es corta. Pero sobretodo ponía en el centro del debate político la necesidad de tomar medidas como sociedad, porque como sabemos, las leyes estructuran la moral. De establecer políticas de Estado para cambiar una situación dramática. El reconocimiento a la situación de las personas trans, era una gran paso para que puedan estar menos relegadas de la sociedad (con todo lo que ello significa) y al mismo tiempo invitaba a un cambio cultural, a aceptar las diferentes formas de ser y sentir.
No podemos olvidar ese festejo contenido, que era mucho más que un festejo por la aprobación de una ley, era el grito de años de desconocimiento y sometimiento, un grito de emoción y liberación, y una esperanza de un futuro mejor.
Sin embargo, esa victoria magnífica de la sociedad organizada y de un gobierno y un parlamento que buscaron acuerdos se vio mancillada por una serie de discursos que no entienden de qué estamos hablando.
No se trata de opciones. Nadie se levanta un día y elige cambiar su vida como quien cambia de menú. Al contrario, hay profundas implicaciones biológicas, psicológicas y sociales que determinan nuestras formas de ser y sentir. ¿Alguien cree que es un camino fácil transitar del género biológico asignado a la identidad de género? ¿Porqué alguien lo llevaría adelante sabiendo que va a tener que enfrentar la mirada culposa de la familia, amigos, vecinos, compañeros de clase, la mayoría de las veces quedando la prostitución como único medio de vida, perdiendo muchas veces esos vínculos, terminando otras tantas en la calle?
No es posible imaginar el dolor de estas personas, la valentía de pararse frente al espejo y asumir todas las consecuencias en su cuerpo de aceptar su sentir, no es posible imaginar más valentía, por ello, merecen toda nuestra admiración y respeto.
Al mismo tiempo nacía una campaña de odio, mentiras y falsedades que se han repetido. Se juntaron firmas diciendo cosas que la ley no dice y ¡hablando de privilegios!(2). Es insólito que una sociedad democrática acepte ese tipo de discursos. El principal argumento de los promotores del recurso de referéndum es que se permite hormonizar y realizar cirugías a niños y niñas sin el consentimiento de los padres. Es falso y la ley es clara en ese respecto (3). Tanto el Sindicato Médico del Uruguay (4) como la Sociedad Uruguaya de Medicina Familiar y Comunitaria (Sumefac) han dado su respaldo a la ley, expresando esta última, que se ha tratado de “tergiversar la realidad para hacer prevalecer intereses que están alejados del saber científico” (5). La propia Organización de Naciones Unidas ha expresado su apoyo a la Ley integral para personas trans, ya que “...es clave para crear condiciones de igualdad para el cumplimiento de los derechos de todas las personas en el país y consideramos que se encuentra alineada con las normas internacionales”. (6)
El domingo cuatro tenemos la responsabilidad de decirle a nuestros vecinos, a nuestros amigos y amigas en los grupos de whatsapp, telegram, en instagram y twitter, en el almacén, la feria y la panadería, que no vamos a votar para habilitar que se derogue una ley tan necesaria, que viene a cubrir una deuda histórica y continúa profundizando nuestra democracia.
“Cuidemos a nuestros niños” dicen, como si alguien fuera a obligar a sentir a otra persona. No se puede con tanto cinismo. En definitiva lo que en realidad les duele a los promotores de la derogación es la libertad ajena.
Ante este escenario, solo puedo recordar a Mario Benedetti que se preguntaba en otro contexto, “¿dónde carajo queda el buen amor? porque vienen del odio”.
1- Para una descripción sobre el contenido de la Ley Integral para parsonas trans, ver esta nota.
2- A modo de ejemplo, la senadora Verónica Alonso se ha expresado en esos términos en varias ocasiones.
3-Disponible en esta nota de Sudestada .
4- Disponible en esta nota en el sitio del SMU.
5- Disponible en esta nota.
6- Disponible en esta nota.