La interpretación política de la historia de un país no es una cuestión neutra, ya que refleja la memoria colectiva y la visión ideológica de quien la describe y proyecta el futuro que se quiere impulsar. La noción de la herencia histórica es, en términos políticos, absolutamente imprescindible para la construcción de un proyecto transformador. La herencia histórica tiene su base en los valores fundacionales de una sociedad y del ser nacional, y permite evaluar hasta cuándo un pueblo estará dispuesto a pelear por su destino.

Aunque, paradójicamente, José Artigas nunca pensó en que su Banda Oriental fuera un país independiente, el que luego fue Uruguay adoptó (por decisión o porque no tenía más remedio) a Artigas como su héroe nacional. Desde entonces el artiguismo está en disputa entre las diferentes visiones políticas que disputan el poder. Artiguista se definía (y define) el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros en la época de la guerrilla urbana, y artiguistas se definían los militares golpistas y dictadores que impusieron el terrorismo de Estado a sangre y fuego. Desde la ignorancia, desde el oportunismo o desde donde sea, cualquiera tiene la chance de definirse artiguista. Pero, a poco de sistematizar el legado artiguista, cualquiera se da cuenta de que Artigas no da para todo. Hay una singularidad del ideario artiguista que lo diferencia del resto de sus contemporáneos y hace difícil, si se es honesto, decir cualquier cosa de Artigas.

Mucho se ha escrito y reflexionado sobre su legado. Los aspectos principales del ideario artiguista se pueden sintetizar en cinco: en lo político, en los derechos humanos, en su visión geopolítica, en lo económico, y, por ultimo, las propuestas ideológicas del ideario artiguista.

En lo político, Artigas presenta el postulado revolucionario en la época y absolutamente vigente: el concepto de libertad política expresada en una democracia participativa, llegando a “extremos” como de que los pobres pudieran tener el derecho al voto y que los cabildos fueran “verdaderos órganos del pueblo” abiertos a todos los vecinos y no sólo a los pudientes propietarios. Se aleja así de sus contemporáneos como Bolívar y su caribeña idea de presidencia vitalicia; de San Martín y su identificación con la Logia Lautaro y su visión monárquica; e incluso, de sus mentores de la revolución norteamericana, que a texto expreso excluían de la democracia a los pobres en la constitución de Massachusetts.

Junto con la idea de democracia participativa, Artigas desarrolla cabalmente la concepción republicana de división de poderes independientes y profundiza una propuesta de democracia con igualdad de derechos entre los ciudadanos. En lo político, entonces, Artigas es un libertario.

En los derechos, dentro de esta concepción de libertad y democracia, se destaca la visión profundamente civilista de Artigas. Desde la promoción de los derechos ciudadanos extendidos a toda la población, como la educación, la salud, la gestión pública honrada, hasta la protección de la sociedad de los desbordes militares. Por eso Artigas es radicalmente antimilitarista, cosa que explicitó, entre otras, en las Instrucciones del Año XIII, en la cláusula 18ª: “el despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren la inviolable soberanía de los pueblos”. Artigas es, entonces, un defensor irrestricto y radical de los derechos civiles.

En lo geopolítico es también radical en cuanto a la independencia externa de cualquier poder o potencia extranjera. Esto lo distingue de otros libertadores latinoamericanos, que no negaban posibles relaciones de dependencia con otros reinos no españoles, por ejemplo. El proyecto estratégico artiguista es profundamente americanista y se expresa en la noción de “Patria Grande” como organización basada en el federalismo, opuesto al centralismo bonaerense, y vigente como concepto antiimperialista. Pero iba más lejos la propuesta federal, estipulando una estructura política tanto para la federación como para cada una de sus provincias. Diseñó y propuso una sucesión de etapas para la construcción de la “Liga Federal”. En la primera etapa, proponía la necesidad del logro de la soberanía particular de los pueblos en cada uno de sus estados organizacionales. Luego de esto, la segunda fase es la de integración de los pueblos libres y autodeterminados. La tercera etapa es la de la integración y la cuarta la confederación, como constitución colectiva superior, en este caso continental (emulando al proceso constitucional estadounidense). Artigas era, en términos geopolíticos, profundamente americanista, anticolonialista y antiimperialista.

Los sectores políticos que se dicen artiguistas, si son honestos, deben explicitar lo que reivindican y cómo lo pondrían en práctica desde sus programas de acción.

En lo económico, la independencia económica de las provincias vertebra su posicionamiento, y la libertad de comercio, como paradigma de independencia, complementa esa idea. La revolucionaria propuesta en su primitiva reforma agraria artiguista llegaba a incluir incluso una idea absolutamente inédita en América Latina: el reparto de tierras a los negros libres, los zambos, los indios y los criollos pobres, lo que era una suerte de colectivización primigenia del principal medio de producción, sólo desarrollada hasta ese momento por algunos primitivos planteos socialistas en la Europa anterior a la Comuna de París. Sus principios económicos tenían una estrecha relación con los principios de justicia social, de defensa de la revolución, y fue considerado base de unión indispensable de los pueblos libres. Trabajo, asentamiento en la tierra, defensa de la producción y las industrias, apoyo a la ganadería y a las colonias agrícolas, proteccionismo a la producción nacional para que compita con la producción de otros lugares mediante leyes de importación y exportación, prioridad a la integración regional y americana son las bases del pensamiento económico artiguista. Artigas fue, en términos de su proyecto económico, socializante.

Por último, en lo ideológico, Artigas está a las antípodas de las tendencias absolutistas en lo religioso que padecían otros libertadores y promueve firmemente el concepto de laicidad como libertad de culto. En la tercera cláusula de las Instrucciones del Año XIII consagra la libertad civil y religiosa “en toda su extensión imaginable”, lo que llega, por supuesto, a los cultos de esclavos e indígenas perseguidos por el colonialismo español, pero apoyado por la visión hegemónica americanista. En este contexto es fundamental y diferencial la extensión de la ciudadanía a los indígenas, sólo desarrollada en América por Hidalgo y Morelos en México, pero negada también por los libertadores contemporáneos San Martín y Bolívar.

Asimismo, avanza mucho con respecto a otros contemporáneos que contribuyeron a la revolución en América Latina, con la abolición de la esclavitud. Artigas desarrolla su pensamiento vinculado al movimiento de la Ilustración española del siglo XVIII, donde la “felicidad pública” se articulaba con la felicidad de los individuos, y en ese individuo abstracto Artigas contempla al indio y al negro. En su lucha contra España, Portugal y el centralismo porteño, Artigas ejerció un liderazgo proactivo entre las comunidades indígenas guaraníes, tapes, minuanes, charrúas y la población esclava proveniente de África. Lo suyo fue un actitud de vida destinada al respeto de las diferentes culturas, que en las noches de fogones durante el éxodo se encontraban para compartir y seguir definiendo destinos conjuntos.

Por todo lo anterior, Artigas –desde el estratega del éxodo hasta el gobernante de Purificación– es un avanzado para la época, y a 200 años de su gesta histórica, su pensamiento y acción y su coherencia hacen que esté indudablemente a la vanguardia de sus contemporáneos. Su ideario es revolucionario, democrático, participativo, promueve la justicia social, la equidad, en un marco de respeto y promoción de los derechos e inclusivo de todo el cuerpo social. En la construcción de un modelo político de desarrollo social equitativo y sustentable con pleno respeto y promoción de los derechos humanos, es decir, en el centro de un proyecto estratégico de construcción del socialismo nacional, el ideario artiguista es una referencia ineludible.

Los sectores políticos que se dicen artiguistas, si son honestos, deben explicitar lo que reivindican y cómo lo pondrían en práctica desde sus programas de acción. A la derecha vernácula le será difícil identificarse con el legado de un prócer como José Artigas. Si estuviéramos en otro país de la región, quizás les sería más fácil, pero, lástima para ellos, estamos en Uruguay, el de Artigas, el revolucionario latinoamericano por antonomasia del siglo XIX, que desarrolló en la práctica las ideas de una sociedad en la que los más infelices fueran los más privilegiados, base de la ética política de la izquierda uruguaya ayer, hoy y siempre.

Leonel Briozzo es médico, ginecotocólogo y docente universitario; Ana Saravia es licenciada en Ciencias de la Educación y profesora de Historia.