El domingo, como parte de los festejos del 70º aniversario de El Galpón, se estrenó Mi pequeño poni, una obra del español Paco Bezerra, dirigida por su compatriota Natalia Menéndez, quien, dentro de su extensa trayectoria, el año pasado dirigió a la Comedia Nacional en Tartufo, un impostor, adaptación del clásico de Molière, en la sala principal del Solís. “Lo de Tartufo fue una aventura maravillosa; es otro teatro, donde actuó Margarita Xirgu. Para mí es uno de esos teatros donde entras y te impacta. Es como un templo, y como yo soy una persona de fe teatral, adoro los teatros de este tipo. La sensación de dirigir en el Solís es conmovedora, y luego la Comedia Nacional tiene un elenco maravilloso con el que me siento muy a gusto”, comentó en diálogo con la diaria. Este año, además, su trabajo en la dirección de El pequeño poni se inscribió en el proyecto Bitácora, del Instituto Nacional de Artes Escénicas, y es la primera extranjera en participar: “Celebro la suerte de que tienen a José Miguel Onaindia, que es una persona que está ofreciendo un panorama favorecedor para Montevideo. En concreto, él nos ofreció la bitácora para arrancar los ensayos, y yo le propuse que fuera en la primera semana, de arranque, con todos los creadores, con el inicio de ensayos, con el proceso de maqueta... Ese espacio es una maravilla y fue una experiencia que estuvo muy bien, porque salimos de El Galpón y, en el fondo, a todos nos venía bien estar en un espacio neutro y trabajar de una manera más profunda. Se trata de espacios muy enriquecedores, y ser la primera extranjera en hacerlo en Montevideo es una alegría”, comentó al respecto.

La obra está inspirada en un hecho real: en 2004, en Carolina del Norte, Estados Unidos, un niño de 11 años, seguidor de la serie infantil My Little Pony, intentó suicidarse porque no soportaba los insultos y agresiones de sus compañeros de escuela, y como consecuencia permanece hasta hoy en estado semivegetativo; un mes más tarde, la dirección escolar le prohibió ingresar al centro con su mochila de My Little Pony a otro niño. De este material se vale Bezerra para construir una obra movilizadora que enfrenta a los espectadores a sus prejuicios y los conduce a cuestionarse acerca de la libertad y la seguridad. “La obra se inspiró en una noticia que leí y, a partir allí, todo es ficción, no investigué en esa familia ni en casos de acoso de gente a la que le había ocurrido de modo personal. Es como [Federico García] Lorca, cuando leyó en un periódico lo que le llevó a escribir Bodas de sangre [1933]; no se pone a investigar en casos de maridos abandonados en el altar, sino que le dispara la imaginación y ve que ahí hay una historia posible. Un día, leí en un periódico español la noticia de que en Carolina del Norte la dirección de un centro escolar había prohibido a Grayson Bruce, un alumno de diez años, volver a entrar al colegio si llevaba la mochila de My Little Pony, porque consideraba que la mochila era la causante de provocar disrupción en el área. Esa era la noticia. A partir de ahí vi una obra de teatro, la vi muy claramente; normalmente uno está pensando todo el rato, no le viene así un fogonazo de la nada. Pero esta vez, la obra se armó muy rápido en mi cabeza, porque vi claramente un problema, el punto de arranque: en la puerta de la escuela el conserje no le va a dejar entrar si lleva la mochila. Ya hay una especie de prohibición, una ley que se acepta o se lucha contra ella para cambiarla. La reflexión filosófica, algo de lo que normalmente te vas dando cuenta a medida que vas avanzando, surgió de inmediato con claridad: la libertad frente a la seguridad”, contó Bezerra.

Aunque el tema del bullying escolar se ha puesto en el tapete en los últimos años, es un asunto de larga data, que se vincula con el rechazo al diferente. Con respecto al tratamiento que la obra da a esta cuestión, Menéndez comentó: “El rechazo no está sólo en el colegio, sino en las casas. A mí me interesó lo que refleja Paco en la casa: entre los padres hay un debate de ideas. El espectador va a pasar a ser tanto Irene como Jaime: vamos a ser los dos, vamos a transitar por ambos, y al tiempo espero que no sean ninguno y puedan ir un poquito más allá. A lo que dice Paco añado que está en juego la visión del otro, cómo uno ve al otro. Eso es algo que me ha interesado siempre en teatro y en el mundo. Cómo nos vemos y cómo vemos al otro, y cuáles son nuestros prejuicios, nuestros miedos y nuestras inseguridades. Eso me parece que está muy claramente reflejado en la obra”. El planteo dramático lleva al espectador a cambiar de postura, a cuestionar sus creencias previas, lo trastoca. “Al ver por primera vez la obra, en el estreno, sentí que me alteraba, porque podía entender o empatizar con un punto de vista que, al minuto, me producía un rechazo brutal. Estaba viva. Me sentía viva. Y no todos los textos permiten ser espectadora viva”, destacó Menéndez.

Cómo gestionar el bullying

Aunque en escena se ve a dos personajes, el padre y la madre, el niño aparece como un personaje ausente pero cuya presencia en el sonido, en lo visual, es constante –y tiene nombre y apellido incluido en el programa de mano, tal como puntualiza Menéndez–. “Paco crea un mundo invisible que el espectador ve pero los padres no. Lo ahogan. Por eso hay personajes anegados; entre esa familia reducida de padre, madre e hijo sientes que hay muchos más, que somos un poco todos nosotros. Yo me siento un poco ahí. Personajes que no saben caminar, o que caminan totalmente a la contra de lo que creen que caminan. Todo lo que llamamos prejuicios. También rescato esa poética, que me parece esencial para poder dirigir”, dice Menéndez. Y comenta Bezerra: “La fuerza del personaje ausente es precisamente que no lo vemos, entonces puede ser cualquiera. Al igual que la mochila: no es víctima de bullying porque lleve una mochila de niña. No se habla de eso, no se usa la palabra ‘gay’, no se sabe si es trans, porque la mochila quiere hablar de que también son otras cosas. Es un símbolo: podrían ser también unas gafas, la tartamudez, que el niño tenga muchos granos o que sea muy inteligente... En todo caso, es lo que provoca el rechazo, aquello en lo que te excusas para no decir que es el niño: es la mochila. Por eso me parecía bien que el chico fuese un personaje ausente, como es Pepe el Romano en La casa de Bernarda Alba [1945], o Sebastian en El último verano [1958], o Brik en La gata sobre el tejado de zinc [1958]. Son esos personajes que no aparecen pero que son el detonador de la acción. Me servía para hacer una obra adulta, porque el problema al final no es tanto sobre el bullying sino sobre cómo los padres gestionan ese problema. O sea que hay un doble problema, el bullying y luego otro más grande: en la casa se genera otro problema, porque cada parte de la familia considera que tiene que actuar de una forma diferente con respecto al problema que tiene el niño”.

Se pone en escena, pues, el fuerte contraste entre el mundo del niño, que insiste en aparecer, que se hace oír, que se hace ver, y que choca contra la imposibilidad de verlo de sus padres, que abordan el problema sin ser capaces de tenerlo en cuenta. “Es alucinante porque el niño está en la habitación y ellos hablan –como hacen muchos padres– como si no existiera. Es algo muy común: pasa acá, en España, en Carolina del Norte, en China y en Tumbuktú. Porque a este señor le han representado la obra en muchos países, y por algo es. Pero no deja de sorprenderme. Eso es trasladado muy claramente por Paco en la obra: la presencia del niño en la casa y los padres hablando, desfogándose. Es una bofetada al espejo”.

El pequeño poni, de Paco Bezerra, dirigida por Natalia Menéndez. Con Estefanía Acosta y Paulo Robles. Funciones: sábados a las 20.30, domingos a las 19.00. Teatro El Galpón.