Estos días nos tocó salir de apuro con los franceses residentes en Wuhan en medio del calvario de una epidemia terrible.

De la experiencia no puedo decir mucho. Me llamó un amigo una mañana y me dijo que la epidemia estaba avanzando y que no fuera al instituto porque iban a cortar el transporte. Me fui a comprar cosas al supermercado y nos quedamos una semana en el apartamento para cuidarnos, mirando mientras tanto las mismas noticias que todo el mundo.

Ahí surgió que estábamos “atrapados” en cuarentena... El lector desatento nos podría imaginar en una carpa entubados y rodeados de médicos en trajes blancos de Teletubbies. En vez de esto, seguimos trabajando desde casa, esperando que la situación mejorara.

Algunos medios en Uruguay difundieron nuestros nombres e información personal. Aún no entiendo cómo aportó esto a la noticia, más allá de preocupar a nuestra familia y amigos, y de paso comprometer una complicada evacuación para la cual accedimos a guardar silencio mientras se concretaba.

De estos días como mediático fortuito (y forzado) me quedaron aprendizajes importantes. Lo principal es que más que cualquier virus, me asustó la violencia xenófoba expresada con liviandad en algunos medios, enfocados en el posible riesgo de nuestra vuelta a Uruguay o el rechazo hacia los chinos y sus hábitos higiénicos o alimenticios. Como si la cultura china fuera tan conocida en nuestro país o nuestros hábitos higiénicos fuesen los mejores.

Lo otro fueron las expresiones de odio en redes sociales que, luego de haber captado el guiño mediático sobre el potencial agente infeccioso, pusieron el grito en el cielo para que no volviéramos. De los detalles de nuestra vida los medios olvidaron mencionar que vivimos en Dinamarca, por lo que en ningún momento la “vuelta” refería volver a Uruguay, al menos por ahora.

Pero esas ideas reaccionarias, lineales y generalizadas no son casuales. Y sí, uno piensa que son meras expresiones individuales, pero que reflejan una violencia e ignorancia sistémicas. Y me pregunto: ¿desde cuándo tenemos ese cónclave de intolerantes xenófobos? ¿O es acaso una convergencia facilitada por las redes sociales? ¿Será que hay algo más de fondo? Algo como el regodeo continuo en noticias morbosas, inexactas o lisa y llanamente inventadas, como nuestro aislamiento o vuelta a Uruguay, seguramente para transformar a todos los uruguayos (mate de por medio) en zombies chinos.

El argumento del externo como malo o peligroso siempre es útil para unir colectivos fragmentados. Que esta exclusión deriva del miedo y la ignorancia no tengo dudas, pero que el caos y el morbo destructivo pueden expandirse en los medios porque “es lo que vende”... Bueno, eso ya lo pensaba, pero ahora lo confirmo. Apena que esto venda más que la infinidad de construcciones sociales que a diario apuestan a un mundo mejor. Apena que el nacionalismo surja para la defensa cuasi militar contra los zombies chinos, pero no para el análisis crítico de problemas sociales agudos que sí existen en Uruguay. Apena que ante estos problemas que nos fragmentan y empobrecen como sociedad, preferimos la nota de color para sentirnos participes de un mundo que percibimos ajeno.

Mientras tanto, la muerte chocante más probable no la causa un virus nuevo. Tal vez de tanto mirar hacia afuera nos olvidamos que en Uruguay tenemos proporcionalmente muchas más muertes por femicidios al año que las que China ha tenido por este virus. Sepamos separar el mensaje del ruido, lo pintoresco de lo importante.

Me tuve que ir de Wuhan porque mi período de estudio ya había terminado y necesito continuar en Dinamarca. Nos cancelaron el vuelo así que nos sacaron con los franceses en un esfuerzo impresionante de negociación con las autoridades chinas. Nos trajeron a un complejo turístico en Marsella, muy lindo, sí, pero no hay nada de feliz en ser evacuado.

De Wuhan me voy a quedar con mucho más que con una trágica epidemia. Me voy a quedar con una de las experiencias de vida más importantes que he tenido, con una ciudad donde amigos nos recibieron de brazos abiertos y de los que me tuve que ir sin poder despedirme.

En esta tragedia de la epidemia me quedo con los que la sufren de cerca: con Cao Yu, que fue padre hace poco de una nena preciosa y que sí está encerrado en su casa preocupado por su familia. Con Yang Liu, que a pesar de todo el esfuerzo para ser estudiante de doctorado en Ciencias habiendo crecido como hija ilegal en una familia rural de varios hijos durante la ley del hijo único, ahora es sólo la china a la que le cancelamos la pasantía en Nueva Zelanda (para la que se gastó hasta el último yuan) por ser uno de los 11 millones que vive en Wuhan.

Me quedo con esa gente, que nunca serán los otros y me alejo de la institucionalización del miedo.

Juan Pablo Pacheco es investigador del Centro Universitario de la Región Este de la Universidad de la República. Trabaja en el Departamento de Biociencias de la Universidad de Aarhus, en Dinamarca, y cursó estudios de posgrado en la Universidad de la Academia China de Ciencias.