Recuerdo que hace más de un cuarto de siglo, estudiando, relevando fuentes no trabajadas, escribiendo sobre la historia de Cuba, la revolución, su repercusión en la prensa nacional, tomé conocimiento de que en la isla se consideraba vago al guajiro. Increíble, ¿verdad? Pero no tanto; los conquistadores consideraban apáticos, haraganes, a los pueblos originarios y, más tarde, difundieron las mismas ideas sobre los negros traídos forzosamente como esclavos desde África. La misma “verdad” impusieron sobre el gaucho. Esto no tiene nada de extraño ni de novedoso. Se trata de algo que las clases dirigentes saben hacer muy bien y sobre lo que la izquierda actual debe aprender y ocuparse, que no se resuelve con “viveza” y con “calle”: la construcción hegemónica, dirigir. ¿Puede la izquierda dirigir a un pueblo que subestima, que no respeta? ¿Qué sentido tiene, a no ser para dominarlo, representar a alguien o a un pueblo que se desprecia? La sarta de vulgaridades del tipo de “el pueblo uruguayo es un pueblo conservador”, “el uruguayo es un pueblo cornudo” y “para el uruguayo el año comienza cuando llega a la meta el último ciclista” no son más que la repetición de un sentido común creado y difundido como verdad revelada e indiscutible por las clases dirigentes; de eso se trata, precisamente, dirigir, ejercer la función hegemónica. Lo grave es que las repita quien pretende dirigir a un pueblo en su lucha por transformar la realidad. ¿Cómo dirigir la lucha de un pueblo por su liberación repitiendo como loros las “verdades” de quienes lo dominan?

Una vez más, el pueblo uruguayo nos dio una lección y superó con éxito el escollo, a pesar de los desaciertos, desvíos, divisiones, inconsecuencias y soberbia de su estado mayor.

El 27 de octubre y el 24 de noviembre el Frente Amplio (FA) sufrió la peor derrota política desde su creación. Fue una crónica de una muerte anunciada. ¿Es el pueblo uruguayo el responsable? Es raro de ver que un ejército alcance la victoria o, por lo menos, sortee con éxito semejante escollo con un estado mayor desorientado, desconcertado, que hace tiempo que dejó de ejercer su responsabilidad, la de dirigir realmente. Sin embargo, una vez más, el pueblo uruguayo nos dio una lección y superó con éxito el escollo, a pesar de los desaciertos, desvíos, divisiones, inconsecuencias y soberbia de su “estado mayor”.

No fue sino el pueblo uruguayo el que el 27 de octubre nos mantuvo como la primera fuerza política del país con la mayor bancada parlamentaria, con 40% de los votos emitidos, y nos dejó a pocos puntos porcentuales de convertirnos nuevamente, en cinco años, en la mayoría absoluta del país.

Más aun, el 24 de noviembre nuestro pueblo nos volvió a sorprender, nos volvió a enseñar (el educador también debe ser educado), y, en este caso, casi nos da la victoria y nos puso a nada de obtener la mayoría absoluta en 2024. Claro está, depende de nosotros mismos, depende de que ese estado mayor restituya la humildad, la coherencia, los principios y los valores éticos, que no se deje tentar por atajos que, en el mejor de los casos, nos ofrecen victorias pírricas. Depende de un debate autocrítico, humilde y realmente unitario.

Pero nuestro pueblo obtuvo otras victorias. Impidió que se retrocediera y mantuvo en pie todos los derechos conquistados, la agenda de derechos, los valores de solidaridad, libertad, contra la represión, contra la discriminación racial y nacional, en favor de la igualdad de género, de la diversidad, etcétera.

Mantuvo la Ley de Salud Sexual y Reproductiva, derrotó la reforma constitucional que pretendía bajar la edad de imputabilidad penal, venció el intento de derogar la Ley Integral para Personas Trans y el engendro de la campaña Vivir sin Miedo. Es decir, una posición avanzada, democrática y progresista en todo el frente de lucha. ¿El pueblo uruguayo es un pueblo conservador? ¿Comparado con qué pueblo? ¡Qué soberbia!

No faltan quienes han dicho: “Sí, pero el voto para Vivir sin Miedo sobrepasó el 40%”. ¿Y qué esperaban? Me hacen acordar a un profesor del Instituto de Profesores Artigas que, al hacer un comentario sobre el plebiscito de 1980, sostenía: “Pero el Sí obtuvo un porcentaje muy alto”, obviamente sin poner un solo ejemplo en el mundo de un pueblo que haya protagonizado una gesta semejante. Es no entender nada de los tiempos de la evolución histórica, de los tiempos de la lucha y la transformación social, que no son los tiempos de la vida de una persona. ¿Qué esperaba, después de siete años de fascismo y con la absoluta prohibición de propagandear el No? ¿Y qué esperaban, después de años de una impresionante campaña, en casi todos los grandes medios de comunicación, sembrando el clima de caos, miedo e inseguridad? Lo increíble, lo admirable de nuestro pueblo, es que en ambos casos haya triunfado el No.

Por último, alguien podrá preguntar: ¿qué ocurrió con la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado? En este caso también el comportamiento de nuestro pueblo es ejemplar. Nunca hubo posibilidades para el surgimiento de organizaciones de masas que defendieran los crímenes del fascismo. El pueblo uruguayo, también en este asunto, volvió a protagonizar un acto probablemente único: por su propia voluntad obligó a que se pronunciara democráticamente el pueblo todo. Pero ese resultado electoral no fue a favor de la impunidad, sino en defensa de la democracia. Los sectores democráticos de los partidos tradicionales (que en aquellos tiempos expresaban a la mayoría de la ciudadanía) no defendieron sólidamente la impunidad, sino que crearon la farsa de que si se derogaba la ley de impunidad podrían producirse una crisis institucional y un levantamiento militar. ¿Ingenuidad del pueblo? Lean y escuchen a los analistas y politólogos hasta hoy repiten como veraz esta farsa.

Dos confirmaciones populares de lo que se afirma aquí. El lunes 19 de diciembre de 1988, a las 14.00, momento en que se ratificaron las firmas y se obligó a convocar un plebiscito, fue una de las explosiones populares y de exteriorización de alegría más contundentes del pueblo uruguayo. El 16 de abril de 1989, cerca de la medianoche, cuando se confirmó la derrota del “voto verde”, Uruguay parecía un cementerio y el silencio fue atronador. Pero como, al decir del maestro, en la historia las cosas suelen ocurrir dos veces, primero como tragedia y después como parodia, así ocurrió también en esta cuestión. Durante el primer gobierno del FA, después de que el Congreso de diciembre la fuerza política había definido democráticamente en su órgano superior no derogar la ley de impunidad en ese momento, el gobierno y el movimiento popular alcanzaban avances en la materia que esperamos durante dos décadas. Sin embargo, por intermedio de la Comisión de Derechos Humanos del PIT-CNT se convocó a juntar firmas para un nuevo plebiscito. Algunos sectores y partidos del FA apoyaron, en tanto por lo menos las dos fuerzas mayoritarias de la fuerza política (que probablemente representaban 50% de esta), y el presidente Tabaré Vázquez no estuvieron de acuerdo con la convocatoria. En lugar de construir los consensos necesarios, se apuró el paso. El “educador” que había educado al pueblo durante más de medio siglo en la cultura de la unidad y el consenso actuó en contra de sí mismo, y el pueblo quedó a la deriva, entre desavenencias y discusiones, durante aproximadamente dos años; a pesar de ello, casi logra derogar la ley. El pueblo, una vez más, no votó por la impunidad –si no, que se explique cómo durante el primer gobierno del FA los sondeos de opinión pública marcaban el apoyo a la política de Derechos Humanos como uno de los más altos, en una administración que culminó su período con un alto nivel de apoyo–. Se trató de la primacía en el estado mayor de una concepción estratégico-táctica errónea, un grave error político que generó desacumulación en el movimiento popular y en la izquierda.

No tenemos derecho a cargar sobre nuestro pueblo las responsabilidades de su estado mayor. La humildad y la inteligencia nos exigen admirarlo y reconocerlo.

Aldo Scarpa es profesor de Historia, militante del movimiento popular y de la izquierda uruguaya desde los 13 años.