“Debes tener un propósito”, dicen tu jefe, tu gurú de autoayuda, tu entrenador, dicen el marketing, el branding, las técnicas psicoterapéuticas de resultados, las teologías de la prosperidad, las celebridades y otros personajes que representan ejemplos exitosos. El mismo mandamiento se hace eco en pensadores, consejeros y terapeutas que afirman ser críticos del statu quo, la corriente principal, la cosmovisión convencional, la “matriz de la realidad normal”.

¿No es curioso que la misma demanda resuene tanto en los discursos que están más integrados con los modelos de pensamiento dominantes como en los que se presentan como alternativas?

Probablemente siempre se haya sabido que tener un propósito es importante en varios ámbitos de la vida. Pero esta palabra comenzó a usarse con más frecuencia y ha adquirido una visibilidad y brillo especiales.

Cuando una palabra adquiere un aura de revelación y llega a ser adorada como algo tan indispensable para las personas como el oxígeno, a menudo nos encontramos con un síntoma de vacío. Una impresión de exceso de significado en realidad puede ser la expresión de un agujero, de una ausencia incómoda. La palabra mágica de la época puede ser el emblema de un fetiche. Algo que toma el lugar de una “cosa en sí misma” cuya falta, si se enfrenta a secas, sería muy inquietante.

Un ejemplo anterior pero aún reciente y muy actual es el de “comunidad”. Actualmente, la presencia verbal y virtual de “comunidades” en la vida cotidiana de la mayoría de las personas en el planeta es proporcional a la ausencia de prácticas y experiencias que dieron sentido y consistencia existencial a la palabra misma.

Cuatro desastres anunciados

Más de 13.000 millones de años desde el comienzo del universo, más de 4.000 millones desde la formación de la Tierra, más de 3.000 millones desde el comienzo de la vida en el planeta, y más de 300.000 años desde la aparición del Homo sapiens, la humanidad dispone de una gran cantidad de conocimientos y tecnologías capaces de llevar a cabo proyectos que promuevan el bien común en una medida que hubiera sido un simple delirio hace unas décadas. Pero los modelos dominantes de organización y funcionamiento social y mental no sólo limitan drásticamente la difusión de los beneficios potenciales de la etapa actual del viaje humano: también empujan a la especie a abismos profundos y posiblemente definitivos.

Si se mantiene el curso actual, en el mejor de los casos, la devastación y los cambios ambientales en curso harán que la Tierra sea inhóspita para la mayoría de las especies, incluida la nuestra. El crecimiento explosivo de las desigualdades se traducirá en la producción tecnológica de diferencias biológicas tan significativas como para implicar la división de la humanidad en diferentes especies, como sugieren algunas de las distopías de ciencia ficción más oscuras. Además, por supuesto, está el riesgo constante de una hecatombe bélica, que crecerá junto con los conflictos causados por estas mismas crisis sociales y ambientales.

El orden hegemónico impulsa la acumulación de recursos y poder en una escala insostenible. Esta lógica, que alguna vez fue funcional, ahora amenaza la vida y, sin embargo, se sigue aplicando.

Existe otro riesgo potencial, señalado por mentes poderosas, como el físico Stephen Hawking, de que el proceso de desarrollo de inteligencia artificial (IA) alcance un punto comparable a la masa crítica en los fenómenos de energía atómica o los saltos en la capacidad cognitiva en la propia evolución humana. Si es así, una superinteligencia puede surgir repentinamente, y probablemente esté hiperconectada a las redes que mantienen la vida cotidiana de las personas, las ciudades y las sociedades de todo el mundo. Un bebé poderoso con el joystick del mundo en sus manos.

¿Cuál sería el propósito de este hipotético ser no biológico? Dado que la conciencia humana en sí está lejos de ser entendida satisfactoriamente, una conciencia cibernética emergente sólo puede ser objeto de especulación.

Un punto de partida razonable para este ejercicio de imaginación son los propósitos humanos que hoy impulsan el desarrollo de la IA. ¿Cuáles son? En gran medida, en conformidad con la lógica de los mercados financieros –el lugar central de poder y riqueza en el mundo contemporáneo–, los propósitos incluidos en los algoritmos que constituyen el “modelo mental” de AI se relacionan con la búsqueda competitiva de ganancias, beneficios, poder, control y dominio.

¿Cómo se entenderá un ser resultante de un proceso evolutivo guiado por tales propósitos y cómo actuará en el momento hipotético en el que adquiere conciencia? Si la criatura AI “despierta” para pensar y actuar sobre un sustrato tecnopsicológico comparable a las disposiciones psicológicas del inversor, cuyo propósito es la ganancia y acumulación ilimitadas, ¿cómo nos verá y tratará?

Frankenstein y la esfinge

Hace dos siglos, Mary Shelley pensó en una criatura aberrante producida por la aplicación de los poderes de la ciencia y la tecnología, que le parecía inminente cuando la Revolución Industrial comenzó a transformar el mundo al iniciar un proceso sin precedentes de aceleración de las innovaciones tecnológicas, de marketing y socioculturales. La criatura producida por el doctor Frankenstein sería entonces el trabajo más avanzado y extraordinario del ingenio humano, pero debido a la afectividad primitiva que había heredado y llevado en su corazón, comparable a los impulsos egocéntricos del científico que lo había creado, era una creación peligrosa.

La gran aberración engendrada por los procesos técnicos y económicos lanzados en el tiempo de Shelley es el hombre que busca, disfruta y acumula recursos y poder en una escala creciente e insostenible. Propósitos que podrían tener sentido para los primeros cazadores y guerreros frente a las incertidumbres y amenazas de la naturaleza y los grupos rivales, pero que hoy en día resultan en la destrucción de miles de formas de vida y presentan riesgos cada vez mayores para la especie humana.

Estos propósitos particulares, impuestos a aquellos que no se benefician de ellos, contaminan enorme y profundamente las formas de pensar y de existir de las sociedades, y subyacen a la sensación de falta de sentido, de despropósito, que se está extendiendo hoy junto con los suicidios juveniles y los estados y síntomas de la depresión.

Cuando, entonces, en este momento, en diferentes entornos y contextos, nos enfrentamos a la pregunta “¿cuál es su propósito?”, vale la pena mirar más allá de cada persona o discurso que lo repita. Al ver más lejos, quizás descubramos el origen de esta exigencia –o demanda, o súplica–. Me imagino que es una esfinge de cuya boca brota una narración que pocos creen hoy pero que aún enreda, une y lidera. Podemos identificar a esta criatura y su letanía con los modelos de organización mental y social que articulan nuestra realidad, cambiando, de vez en cuando, las consignas en un intento por preservar y reproducir la lógica fundamental. Pero quizás sea más inspirador verlos como el espíritu ansioso de estos tiempos, lleno de poderes creativos y amenazas existenciales, al mismo tiempo a escala íntima y planetaria, buscando la respuesta en nosotros mismos y en cada uno de nosotros.

Flavio Lobo es magíster en Comunicación y Semiótica. Esta columna fue publicada originalmente en Outras Palavras.