Termino de leer la nota de Soledad Platero titulada “Empezó el recreo”, publicada en la diaria el jueves 9 de enero, cuyo disparador es el asesinato de Fernando Dávila Cabrera en el marco de un arresto ciudadano ocurrido en un centro comercial de la ciudad de Paysandú. Un artículo con una narración tan buena como hemipléjica o sesgada, si se prefiere.

Mi intención es ser breve y, para ello, considerar de la manera más concreta posible las ideas o las creencias fundamentales que la autora exhibe en un artículo cuya puerta de entrada –el título– “marca la cancha”, situándose en uno de los dos grandes bandos del actual tablero político partidario vernáculo, lo que se contradice de manera frontal con una de las conclusiones finales: “Es hora de pensar muy bien la política. De pensarla como construcción de un horizonte común, y no como un tablero en el que se gana o se pierde”.

El “horizonte común” de una sociedad más justa y solidaria es posible pensarlo sólo si tenemos en cuenta a todos los ciudadanos que la conforman y hacemos un esfuerzo por comprender las diferentes razones y las tendencias ideológicas que la componen.

Tuve la desdicha de vivir mi adolescencia bajo la dictadura cívico-militar que durante trece años gobernó con mano dura a Uruguay. Como hijo de votantes del Frente Amplio en las elecciones de 1971, naturalmente me sentí una persona de izquierda, y desde esa cosmovisión sociopolítica observé y experimenté el devenir de esos años, a los que hoy se les llama “historia reciente”. Con el paso del tiempo comprendí que esa “mirada izquierdista” era, por definición, hemipléjica. Y también poseedora de una actitud soberbia –casi ingenua– de creer que los izquierdistas tenemos la razón y los derechistas están absolutamente equivocados. Nosotros somos los buenos y ellos los malos. En fin, de más está decir que hace tiempo ni siquiera creo en las categorías izquierda y derecha.

¿A qué viene esta digresión de carácter confesional?, se preguntará el lector. Es para que se entienda que comprendo cabalmente ese lado desde el cual está mirando los hechos Soledad Platero (y miles de uruguayos más, por supuesto). Su óptica me resulta familiar, a pesar de que mi esfuerzo por tratar de ser un librepensador me alejó cientos de kilómetros de ese lugar que tanto quise y tanta seguridad me dio en materia política.

En el cuarto párrafo del artículo que estamos comentando, luego de consignar los dos casos de justicia por mano propia que les costó la vida al infortunado ladrón sanducero y a un “artista callejero” que en Mercedes robó unos palos de leña, aparece el primer link del texto con el título: “Es difícil no asociar esta violencia justiciera de los ciudadanos con el clima de fiesta punitivista que parece anunciar el nacimiento de Cabildo Abierto y su excelente performance electoral. La presencia en el Parlamento y en el Poder Ejecutivo de personas que hablan de enderezar palos torcidos y que repiten como una gracia la frase ‘se acabó el recreo’ abre, sin duda, un amplio campo de aceptación social para estos episodios de linchamiento”.

Creo que la relación causa-efecto que establece la articulista resulta, si no tendenciosa, a todas luces errónea. La impotencia y la indignación que gran parte de la población viene sintiendo desde hace años frente a la relativa impunidad con que se mueven los delincuentes en las ciudades y en el campo uruguayos llevaron hace muchísimo tiempo, antes del nacimiento de Cabildo Abierto, a que los ciudadanos comenzaran a llenar sus casas y comercios de rejas, alarmas, cámaras, tejidos electrificados y guardias de seguridad privados, a organizar rondas nocturnas de vecinos, a comprar armas para su defensa personal, etcétera.

¿Qué puede esperar de la seguridad pública y de la justicia una familia de un barrio humilde, propietaria de un pequeño almacén al cual han robado 15 veces? ¿Qué siente el padre o la madre que ve cómo a una cuadra de su casa le venden pasta base a su hijo adicto y cómo, habiendo denunciado a la Policía la existencia de esa boca 25 veces, pasan los meses y nadie interviene en nombre del Estado? Las preguntas podrían seguir y seguir. Sucede que, cuando la permisividad y la pasividad de las autoridades que deben ordenar y controlar una convivencia digna entre los integrantes de una sociedad, por omisión o ineficacia, han inclinado las acciones a favor de quienes no dudan en avasallar al otro, en no respetar (y reírse de) las más elementales reglas, en tomar para sí lo que es ajeno o en matar al otro porque es hincha de su equipo rival, surge inevitablemente una ola reaccionaria, esto es: que reacciona frente a un estado de cosas que siente como intolerable. ¿Es tan difícil de entender? Por favor, ¿es necesario decir o creer que esta reacción popular es consecuencia de un complot, de “un relato sostenido y alimentado desde hace años por esa máquina infernal que se arma entre los medios masivos, los operadores políticos y la masa informe y manipulable que llamamos ‘opinión pública’”? No, Soledad, seamos autocríticos en la medida de lo posible.

Más adelante, la articulista insiste en su mirada sesgada, casi partidaria: “Los próximos años no van a ser fáciles en este sentido. La coalición que ganó las elecciones no ha ocultado su vocación de pacificar a la fuerza a los revoltosos, y el Ministerio del Interior va a estar a cargo del hombre que impulsó una reforma constitucional que proponía reducir libertades, aumentar penas, incluir la prisión perpetua revisable y poner a los militares en las calles a controlar la seguridad interna”. A ver, no está en discusión que la manera más efectiva para que en algún futuro más lejano que próximo Uruguay vuelva a ser un país donde un ciudadano no mata al otro para robarle una mochila es la educación. Mientras tanto, hay que intervenir de forma decidida para que quienes no aceptan las reglas del más elemental contrato social hagan caso a la fuerza si no es por conciencia propia. ¿Acaso no se leyó con la debida profundidad que el resultado más contundente arrojado por las últimas elecciones nacionales fue que una reforma no apoyada por ningún candidato a presidente consiguió más de un millón de votos?

Antes o después del recreo (por definición, espacio de relajación y esparcimiento), la convivencia humana necesita reglas claras que deben cumplirse aun cuando no sean de nuestro agrado.

Por último, el artículo que motivó este texto profundiza su visión parcial, que deja afuera a medio país, al sembrar miedo (“el miedo no es la forma”) respecto de lo que nos espera cuando asuma el nuevo gobierno: “Pero, además, los anuncios en materia económica permiten aventurar que la presión sobre los más pobres va a aumentar, así que las probabilidades de que esa presión se transforme en estallidos violentos también aumentan. Y no estoy hablando de estallidos revolucionarios: hablo de violencia cotidiana, de esa que se vuelca sobre los más próximos o sobre los más vulnerables. Pasajes al acto que pueden costar sangre, sudor y lágrimas, y que la represión difícilmente podrá controlar”.

Es difícil no advertir que el razonamiento esgrimido por la articulista se derrumba por sus propias bases: ¿es que ese costo virtual en sangre, sudor y lágrimas no lo estamos pagando de manera concreta desde hace dos décadas? ¿Cuántos ciudadanos y ciudadanas han muerto o han quedado con serias lesiones físicas y emocionales a raíz de robos, ajustes de cuentas, balas perdidas, violencia doméstica, etcétera?

Antes o después del recreo (por definición, espacio de relajación y esparcimiento), la convivencia humana necesita reglas claras que deben cumplirse aun cuando no sean de nuestro agrado. Es una de las claves para que los países funcionen y crezcan de forma saludable. Creo que no existe un ciudadano uruguayo bienintencionado y/o sensato que no esté de acuerdo con esto, votante del partido político que sea o sin partido. Es que construir un país para todos sus habitantes –un “horizonte común”– requiere como primer paso escuchar al que piensa diferente con la menor cuota de prejuicio posible, una actitud para la que se necesita un importante grado de humildad y honestidad intelectual.

Eduardo Roland es profesor de literatura, escritor y periodista cultural.