La despedida de los Patos Cabreros de 1953 mantiene su estatus clásico del repertorio carnavalero en una fiesta que cada año renueva saludos, despedidas y cuplés por decenas. Allí la pluma de Eduardo Gamero describe una serie de postales del universo barrial en carnaval de una manera que, podría decirse, es tanto una canción murguera como un cortometraje. Todo remite a una época lejana (al menos en el imaginario uruguayo, que va del “todo tiempo pasado fue mejor” a una postura entre esnob y parricida que borra todo lo que huela a mantel de hule y estufa a kerosene). En las escenas que relatan los Patos están los vecinos que “calientan sillas”, las parejas que sólo (o “solos”, según versiones alternativas) tomando mate programan su ilusión. Y está la comisión. Esa que pedía un aporte a los vecinos para que el barrio pudiera tener un lindo carnaval. Uno que también significaba compromiso con cada auditorio sin perder rasgos de amateurismo y en el que se podía ver al vecino de peluca y atavíos para, por un rato, ser –o jugar a ser– otra cosa. Algo de ese espíritu pobló el Parque Capurro el sábado 1o de noche cuando el colectivo de artistas Más Carnaval (no “otro carnaval” ni “carnaval alternativo”: más y punto), apoyado por el Sindicato de Carnavaleras y Carnavaleros de Uruguay, unió fuerzas para esta instancia con la Cooperativa Cultural Capurro en la realización de una propuesta de tablado autogestionado y ajeno a la lógica organizacional y económica que ha predominado durante tantos años, que, para muchas y muchos, ha sido y es el único modelo posible e incuestionable, con Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay y la Intendencia de Montevideo como protagonistas. “Está bárbaro que exista todo eso, el concurso, los tablados privados... pero tiene que pasar esto también. Tiene que haber lugar para otras propuestas”, dice a la diaria Horacio Pezaroglo, integrante histórico de La Gran Siete, mientras no deja de mirar el gentío. Sobre el césped de ese espacio enorme que bordea la rambla Baltasar Brum y mira hacia la bahía se multiplican las sillas, las bicicletas, los termos y los mates. La convocatoria superó las expectativas y entre los conjuntos participantes hay satisfacción lograda. Cuando la murga se apronta para subir, Pezaroglo reconoce, emocionado, que tiene un nudo en la garganta y que en treinta años de hacer carnaval nunca vio algo así.

“El carnaval está donde lo hagamos
sin esperar permisos ni papeles
ni la opinión de un grupo de peleles
ni el veredicto de cinco fulanos”
(Saludo de la murga La Gran Siete, 2020)

En el tablado de Capurro (que ofrecerá una nueva función el sábado 22) dos murguistas pasan un paño enorme y colorido a modo de “gorra” entre los asistentes.

También se diferencia de los demás tablados en el horario de funcionamiento. El conjunto que cierra la programación subió al escenario sobre las 22.00, y ya había buena concurrencia a las 18.00, cuando se presentaron los primeros conjuntos provenientes del Encuentro de Murga Joven (La Debutante, Mamá Está Presa, De Bigote P’arriba y Mi Vieja Mula). “Es para no generar inconvenientes con los vecinos por los ruidos molestos”, comentan desde la organización. Para los puristas afectos al combo noche-luna-bohemia-madrugada aplicado a la murga quizá sea un desafío, aunque no hace tanto los tablados funcionaban incluso al mediodía.1

La verdad, al tablado no le falta nada. La gente se sigue arrimando. De una Van blanca, de esas que hacen traslados y excursiones, emergen los integrantes de Falta y Resto con un vestuario que podría describirse, a golpe de vista, como “futurista”. El tradicional transporte en camión mutó en bus o bañadera y ahora en camioneta. El futuro llegó hace rato y bien lo sabe la Falta, quizá la murga que más veces se haya reinventado a lo largo de sus casi cuatro décadas de vida. “Mirá lo que son las cosas, volvimos a Capurro”, cuenta sonriente Raúl “Flaco” Castro (aka “Tintabrava”), aludiendo a los orígenes de la Falta, a pocas cuadras de allí, en el Club Atlético Fénix. La murga estrena su espectáculo 2020, llamado, precisamente, “Futuro”. Lo que sí es “presente” es que el coro murguero paritario ha probado no ser menos que ningún otro. Posiblemente, que haya sido equitativo en su conformación entre mujeres y varones le otorga potencia y sonoridad propias y con niveles parejos entre las cuerdas, algo que venía ganando lugar, naturalmente, en la Murga Joven. “Es nuestro primer tablado de este carnaval”, dice Castro al micrófono, y el público siente ver en ese estreno de la Falta un premio. Rodeando el auditorio hay puestos de artesanías, tejidos, piedras energéticas y uno muy ocurrente con vestuario carnavalero y máscaras para que quien quiera se tome una selfie. Está el vendedor de caretas y el bingo. Y sobre el escenario, un vecino con peluca: Nicolás Lomazzi, cupletero de La Gran Siete, que además lleva una túnica blanca e interpreta a Doña Cultura en un cuplé en el que se llevan palos, entre otros, las aptitudes de Daniel Martínez como candidato, las políticas culturales y hasta el Antel Arena. En el salpicón cobraron también el presidente electo, Manini y sus acólitos. Criticona y con una fuerte apuesta al humor sin concesiones, La Gran Siete 2020 no cae en el recurso actual de cantar para los conversos (para evitar esa paparruchada resumida en el dislate que llama a “no hacerle el juego a la derecha”) y su presencia es festejada por toda la concurrencia. En todas las murgas participantes hubo compromiso con la causa, que no implica solamente participar. Se trata de respetar al público: que no por ser autogestionado, amateur, estar por fuera del circuito percibido como “profesional”, haya que ir a actuar al tablado en modo kermés sin cuidar la ejecución. Guillermo Lamolle, director y libretista de La Gran Siete, lo expresaba de esta manera en su cuenta de Facebook: “Pero a nosotros, los conjuntos, nos corresponde meter nivel. Acá es, entre tantos otros sitios, donde se ve si el arte sirve para algo. Si vamos y llegamos a cualquier hora, si cantamos mal, si falta gente, si hacemos actuaciones aburridas o divagantes, todo lo demás es inútil. A la gente le encanta la idea cuando se la contás, pero la frutilla de la torta será cuando lleguen y escuchen y vean y piensen ‘opa, era en serio’”.

Mientras baja la murga, el público se dispersa y el locutor recuerda a los asistentes que recojan los residuos para dejar el predio limpio, resumiendo en ese pequeño y significativo gesto cotidiano que este espacio hay que cuidarlo.


  1. A pesar de su exposición a los rayos UV, los murguistas se empeñaban en seguir pálidos, prueba de que la radiación solar no era tan dañina. Datos, no opinión.