Danilo Astori ha liderado la política económica del progresismo uruguayo durante 15 años. A su entender, en materia de impuestos, “los objetivos son tres: el primero, equidad, esto es, coherencia con la capacidad contributiva de la población; el segundo, eficiencia, cada vez menos impuestos e impuestos absolutamente sólidos, recaudables, sin evasión o con la menor evasión posible; el tercer objetivo es el estímulo a la inversión productiva”.1

En estos días se verifica una notoria baja en el precio del asado. Dicen que el asado –y otras carnes– se caen de las doradas nubes porque los chinos decidieron pagarnos menos –¡30% menos!– por el noble producto. ¿Este desplome del precio significa una hecatombe, la fundición total de productores consignatarios y frigoríficos? No parece. El negocio sigue en marcha y el churrasco nuestro de cada día se pone un poco más a tiro de la billetera... Bienvenida buena nueva.

Me pregunto cuáles son los márgenes de ganancia de la cadena cárnica. ¿Cuánto queda para la sociedad en momentos de increíble bonanza? Creo que serían aceptables algunos “ajustes menores”, pero se repite con insistencia que el sistema tributario no admite aumento de gravamen alguno. Cualquier modificación, nos advierten, podría tener consecuencias catastróficas y contrarias a las intenciones de quienes las proponen. Un ejemplo de modificación que podría tener consecuencias nefastas es gravar actividades o sectores que, debido a circunstancias coyunturales, obtienen ingresos muy importantes. Poner algún impuesto más, por ejemplo, a las exportaciones de carne... antes de la baja, claro. ¡Vade retro!

El discurso está al filo del terrorismo ideológico y no facilita una buena discusión. No ayuda descalificar por ignorante la opinión de la gente común (la mía incluida) ni descartar la de economistas que ven las cosas de otra forma. No ayuda que proponer algo distinto sea tachado de irresponsable.

En realidad, es cierto que algunas modificaciones podrían tener aterradoras consecuencias. Pero no son muchos los que proponen la expropiación ¡ya! de la propiedad privada. Sí se habla de cambios graduales que apuntan, en las posturas más radicales, a que “pague más el que tiene más”. En las actuales circunstancias eso parece cada vez más lejos.

Todos los sistemas tienen composición, estructura y entorno. Por lo tanto, es razonable suponer que si modificamos en algo su composición o estructura, el sistema como tal se verá afectado. De qué forma y cuánto, depende de qué se modifique y cómo. Hay componentes esenciales y otros que no lo son. Las modificaciones pueden impulsar cambios en una dirección o en otra. Es esencialmente opinable cómo y a qué velocidad se puede mejorar la distribución de los excedentes o tomar medidas que, por el contrario, concentren cada vez más los beneficios.

Debería concluirse que el sistema vigente es malo –desde el punto de vista de su estructura– por el peso de los impuestos indirectos y por lo poco que se usan los directos para gravar la concentración del capital.

Los impuestos indirectos como el IVA son esencialmente injustos; son mejores los directos (aunque más difíciles de cobrar), como los que gravan la renta y el patrimonio. Debería concluirse que el sistema vigente es malo –desde el punto de vista de su estructura– por el peso de los impuestos indirectos y por lo poco que se usan los directos para gravar la concentración del capital. ¿En qué sentido empujan las previsibles modificaciones que vienen de la mano del nuevo gobierno?

La Red de Economistas de Izquierda ha publicado análisis críticos del sistema, que merecen ser estudiados y considerados. Al momento de escribir estas líneas comienzan a conocerse algunas ideas que manejan en la “coalición multicolor”. Aplauden las cámaras empresariales y los grandes medios. Abre un compás de espera optimista Un Solo Uruguay. Los discursos sugieren conformidad con el futuro, más allá de las referencias al “costo del Estado”, que son una especie de reflejo condicionado.

No quiero –quizá por falta de capacidad– entrar al fondo del asunto. Estas líneas apuntan a legitimar el disenso, aventar los temores a discutir y alentar la participación de todos en esas discusiones.

El sistema impositivo no es el único que funciona en el seno de la sociedad. Son sistemas la educación, la salud y el acceso a la vivienda. También la seguridad y otros. Todos funcionan en un “entorno” capitalista y tienen una lógica economicista. No fueron organizados con el propósito de satisfacer las necesidades humanas (ni siquiera las básicas). Son sistemas construidos para generar “un buen clima de negocios” y asegurar la rentabilidad del capital. El gran sistema (capitalista) que los enmarca y contiene tiene como lógica esencial producir bienes y servicios para obtener rentabilidad. La gente y sus derechos no son el objetivo central.

Si la medida del buen funcionamiento de los sistemas aludidos fuera considerada por la forma en que logran resolver los problemas que les competen: la salud, la educación, la vivienda, la justicia social, etcétera, todos serían evaluados con mala nota, a pesar de las mejoras: innegables pero insuficientes.

Cambiar aspectos sustanciales de un sistema importante genera conflictos que pueden ser virulentos. Hay intereses, grandes intereses de por medio. En el caso del sistema impositivo, 10% de aumento en los gravámenes a la exportación de carne hubiera significado un montón de dólares, y la carne es un negocio muy concentrado. Son pocos para resignar esos millones; meterían presión... Pero no dejarían el negocio.

El sistema impositivo puede servir para “redistribuir” y para fomentar la inversión de forma más selectiva.

Como ejemplo distante y distinto puede usarse el impuesto a los alquileres. ¿Lo paga el propietario o lo termina pagando el inquilino? ¿Los latifundios urbanos deben pagar lo mismo que la familia que tiene alguna casita para alquilar y complementar sus modestos ingresos? ¿Ese impuesto alienta la inversión en viviendas para alquilar? ¿Las políticas locales pueden hacer cosas importantes en este rubro?

Para Ignacio Ramonet, el “pensamiento único” es la traducción, a términos ideológicos, de la pretensión de universalizar los intereses de los grupos dominantes y, como consecuencia, que todos terminemos convencidos de que los intereses generales de la sociedad coinciden con los suyos. El humor de época empuja en ese sentido.

Discutir la distribución del ingreso lleva a analizar los distintos “sistemas” y, en última instancia, a cuestionar la utilidad, la necesidad y la legitimidad del gran sistema dominante.

David Rabinovich es periodista de San José.


  1. Declaraciones a El Observador, 11 de abril de 2011.