Los tablados parecen cargados de información esta temporada. Las murgas, que en buena medida representan el sentir de la clase media montevideana ligada a la izquierda, están comenzando a procesar una revisión que hoy no encuentra espacios en la orgánica partidaria. En el imaginario popular “la política” es asimilada a “los partidos”, pero irónicamente estos se encuentran profundamente despolitizados y atados a una visión cortoplacista que no les deja mirar más allá de cinco años. Es por eso que muchos de los debates estratégicos en la izquierda se den hoy por fuera de las estructuras partidarias. Me refiero a eso que suelen denominar “organizaciones sociales” y que algunos preferimos llamar “pueblo organizado”. Son estos grupos los que están abriendo nuevas brechas hoy en el continente, como lo marcaron en los últimos meses los casos de Chile, Ecuador y Colombia. Son, además, quienes están en el territorio enfrentando el despojo, poniendo el cuerpo a la represión y a la muerte que se les oferta desde arriba. Los abajos se organizan para resistir y también para sacudir estructuras anquilosadas y así sacarles el óxido. Las luchas del abajo trascienden los tiempos electorales, aunque por momentos dialoguen con estos, como vimos en Uruguay en 2005 con el aluvión popular que llevó al Frente Amplio al gobierno, o en este último noviembre para intentar revertir los resultados electorales que en octubre anunciaban una inminente embestida de la derecha más retrógrada. Muy poco podemos esperar de lo que pueda aportarnos en este sentido una dirigencia centrada en ganar y mantener lugares de poder. Basta con ver el nacimiento en julio del año pasado del Grupo de Puebla, establecido anacrónicamente para fomentar un revival del progresismo con poca autocrítica mediante; ¿seremos capaces de tropezar dos veces con la misma piedra o tendremos algo para aprender de la historia reciente?

La crítica

Tal como podría suceder en el ámbito personal, la externalización de las responsabilidades es el resultado más frecuente de procesos introspectivos que en la mayoría de los casos no logran vencer la barrera de lo superficial. A continuación, paso a enumerar algunas de dichas posturas.

1) Muchas miradas murgueras apuntan en un primer momento a errores de campaña, a lo tarde que se impregnó en la militancia, al poco entusiasmo expresado por una fórmula con dificultades para aproximarse a la sensibilidad de la gente de a pie. “Tu parte oratoria está brava”, le señala Agarrate Catalina a Daniel Martínez, en una crítica más que superficial a la que la murga Un Título Viejo parece responder: “En eso ningún candidato se rescata: la democracia no precisa instituciones, precisa un foniatra”. Señala acertadamente también dicha murga el poco alcance que tuvo una fórmula muy montevideana en una población del interior que no se vio representada, algo propio de una izquierda muy alejada de las problemáticas del interior del país, como cuestiona La Mojigata. En este punto, lo medular sería señalar que la propia elección de Martínez como candidato debería establecerse como un punto de llegada y no de partida de un proceso de deterioro del discurso popular dentro del Frente Amplio. Ese discurso hace tiempo que dejó de hacer referencia a la concentración de la riqueza para centrarse en el “combate de la pobreza”, siguiendo pautas del Banco Mundial que buscan ocultar las raíces sistémicas de la miseria. Ya no se trata de combatir la apropiación de los medios de producción en pocas manos, ni de apuntalar el problema de la tierra siguiendo el legado de José Artigas y de Raúl Sendic, sino de generar las oportunidades para que cada quien pueda escapar de su propia miseria. El punto cúlmine de este deterioro es la emulación del discurso empresarial, con Martínez como abanderado de la política como “gestión”. No se puede cambiar las cosas, entonces lo único que queda es gestionar. Lo realmente peligroso para la izquierda es el carácter performativo de este discurso, que termina alimentando la idea de que esta es la única forma de vida posible.

2) Cayó la Cabra cuestiona el rol de los medios, ponderando la capacidad mediática y conspirativa de una derecha que renace a nivel continental. Cierto es que el bombardeo mediático generando inseguridad marcó el clima de la campaña electoral. Metele que son Pasteles en su actuación pone también en este paquete a las empresas encuestadoras, que tuvieron un claro rol desmoralizador hacia del balotaje. Sin embargo, todos estos elementos poco pueden decirnos en relación con la particularidad de esta coyuntura, ya que la derecha siempre estuvo esperando el momento de asestar el golpe. ¿Por qué pudo ahora conseguir triunfos impensados en la primera década del milenio? Resulta ilustrativo que la pírrica victoria electoral haya sido establecida por una derecha débil, que nació ya en crisis, encabezada por un personaje con un apellido más que deslegitimado y sin nada nuevo para proponer. En este sentido, las pasadas elecciones, más que una victoria de la derecha, marcaron una derrota de la izquierda.

3) Dentro del mismo campo reflexivo encontramos a quienes argumentan sobre la creciente derechización de una clase media malagradecida, haciendo referencia a todas aquellas personas que en los últimos años lograron asentarse con otras posibilidades en la sociedad de consumo. Este argumento fue un pésimo recurso de campaña, ya que culpabiliza al otro, alejándolo, en lugar de intentar ver qué hay de legítimo en lo que dice. Por otra parte, ¿no resulta esperable que una sociedad más consumista se repliegue en valores alejados de la solidaridad, la austeridad y la empatía?; ¿no se habrá alimentado, en algún punto, una derrota cultural de la izquierda?

Todas las posturas hasta aquí enumeradas tienen la elegancia de evadir sumergirse en uno mismo: se trata de críticas, más que de autocríticas.

La autocrítica

1) Adentrándose de forma muy tímida en el plano de la autocrítica, podríamos señalar la tan mentada “batalla cultural”. Concepto muy difuso y poco claro, como magistralmente señala La Mojigata. Para muchos “cuadros” de la izquierda, la “derrota cultural” se da desde el momento en que no pudieron educar a la “masa”. Esta visión partidista pone su foco en la incapacidad de la militancia para enamorar a la población y “transmitirle los logros del gobierno”. Frase muy repetida en los últimos meses y que me trae a la mente la imagen bizarra de un montón de militantes recorriendo las barriadas cual mormones pregonando el paraíso. Cierto es que la vorágine consumista, la financierización forzosa, la creciente despolitización y la ruptura de lazos de solidaridad a nivel territorial son problemas que se vieron acrecentados en los últimos 15 años y que podrían ser combatidos con lo que, desde la perspectiva de la educación popular, Frei Betto denomina “alfabetización política”. Ahora bien, resultará frustrante encaminar una campaña de este porte sin promover a la vez transformaciones estructurales. De hecho, en muchos casos, el foco puesto en “la batalla cultural” demuestra la incapacidad para plantearse dar batalla en otros frentes, como el económico.

2) Por otra parte, están quienes centran la autocrítica en la falta de políticas claras para transformar instituciones vertebradoras del poder reaccionario, como las Fuerzas Armadas y los medios de comunicación. En Uruguay, una más que tibia ley de medios no llegó nunca a cuestionar el poder de los grandes medios de comunicación privados como moldeadores del sentido común. En relación con las políticas dirigidas a la institución armada, es claro que se precisaba mucho más que cambiar los programas de la educación castrense. No sólo no se cumplió con promesas previas a la llegada al gobierno, como la de acabar con las misiones mal llamadas “humanitarias”, sino que desde los sectores mayoritarios del FA se terminó reforzando la impunidad de los militares al oponerse a la derogación de la ley de caducidad. De todas formas, realidades como la venezolana, con un fuerte control gubernamental de las Fuerzas Armadas y buena parte de los medios de comunicación, nos enseña que no pueden ser estos los pilares en que los gobiernos de izquierda sustenten su poder, ya que esto puede servir a los gobiernos para perpetuarse en el poder, más allá de que el modelo económico que los sustenta se haya agotado, como sucede claramente en el país caribeño.

3) En un muy recomendable artículo,1 Aram Aharonian deja en evidencia la contradicción existente entre la reivindicada imagen de humildad de los uruguayos y la soberbia de buena parte de la dirigencia progresista. Soberbia que sufrimos en carne propia quienes desde las organizaciones populares acudimos a las experiencias “participativas” o de “cogestión” abiertas desde el gobierno. Desde el debate educativo y el de defensa nacional hasta las comisiones de cuenca o la reforma del sistema de salud, los espacios abiertos a los “representantes sociales” no dejaron más que marcas testimoniales, y sirvieron únicamente para que las autoridades se sacaran la foto. Pero así como la soberbia, existieron otras actitudes en estos 15 años que claramente chocan con los valores éticos reivindicables desde la izquierda. Muchos ejemplos se me vienen a la mente: la “ley mordaza”, que exige autorización gubernamental para la publicación de investigaciones en los cursos de agua; las negociaciones secretas con UPM; el decreto de esencialidad de la educación, por citar sólo algunos de este último período de gobierno. Más allá del pragmatismo, existen principios en los que la izquierda no debería transar, ya que hacerlo supone cruzar esa línea que nos tendría que diferenciar de lo que enfrentamos.

La tarea que tenemos hoy es la de reencontrarnos en el territorio, ganar nuevamente las calles, rehacernos para renacer y retomar el camino varias casillas atrás de donde creíamos encontrarnos.

Levantando la mirada

Debería llamarnos la atención el carácter regional del proceso que estamos viviendo. Como consecuencia de la crisis mundial de 2008, los precios de las diferentes materias primas comenzaron a desplomarse, por ello es que desde 2012-2013 los gobiernos autodenominados progresistas empezaron a verse en dificultades para continuar redistribuyendo unas ganancias que venían mermando. El carácter redistributivo de los progresismos fue mermando al no animarse a discutir la riqueza. El agotamiento de dicho modelo deja entrever algunos puntos que deberían estar presentes en quienes desde la izquierda busquen establecer una autocrítica.

1) El abandono de la militancia territorial. Este es uno de los pilares de la izquierda y fue un factor clave en el nacimiento y crecimiento del Frente Amplio. “En 15 años gobernando abandoné los comités”, señala un partido gobernante representado por la murga Un Título Viejo. Sin embargo, el problema es mucho más amplio que los comités de base. Los territorios han dejado de ser un espacio de disputa para una izquierda centrada en conseguir y mantener el poder. Dos factores potenciaron esta tendencia de apaciguamiento de la militancia territorial desde 2005: 1) la cooptación de buena parte de esa militancia hacia cargos en el gobierno y 2) la no apuesta a una movilización popular como forma de sostener y profundizar los cambios. En relación con este último punto, si bien algunos sectores del FA no apuntaron a movilizar a la población o no supieron cómo hacerlo, otros promovieron directamente la desmovilización. A la par de esto, la mayoría de la militancia oficialista vio con reticencia las expresiones críticas al gobierno, apuntalando cualquier cuestionamiento a la “gestión” como un juego a la derecha. Referentes con invalorable experiencia en el plano territorial preocupados en mantener la gobernabilidad fueron impulsando la subordinación de la militancia de base a una dinámica partidaria con tiempos muy diferentes a los ritmos de las organizaciones populares. Promoviendo desde el miedo la amortiguación de los conflictos, esos que les dan impulso a los proyectos transformadores y son semillero de militancia y pensamiento crítico. Este vacío fue ocupado en el mejor de los casos por organizaciones no gubernamentales encargadas de aplicar planes gubernamentales, con poca o nula proyección transformadora, y en el peor de los casos por grupos evangelistas que vieron de esta forma crecer exponencialmente su rebaño. “Entre la Iglesia Universal y la adventista, tenemos más aparato que el Partido Comunista”, menciona al respecto La Mojigata. Los vínculos de solidaridad se construyen en buena medida allí, y la inseguridad, tema incómodo para la izquierda, también se combate allí, como demostró en su momento la exitosa experiencia de la Policía Comunitaria de la CRAC en Guerrero, México.2

2) La apuesta a un modelo productivo nocivo desde el punto de vista social y ambiental fue eje vertebrador de una agenda de gobierno nunca discutida, que se asentó como una política de Estado a partir de un consenso interpartidario establecido de forma implícita. La tierra se encuentra hoy más concentrada y extranjerizada que hace 15 años. Han optado por emigrar del campo más de 12.000 pequeños productores producto de la expansión de la forestación y el agronegocio. Faltó mirar al pasado para entender cómo procesos históricos con reformas bastante más profundas, como el batllismo y el neobatllismo, encontraron su talón de Aquiles también en la falta de políticas que transformen el aparato productivo. ¿Cuándo y cómo la izquierda eligió profundizar este modelo? Para la mayoría de la dirigencia frentista, preguntarse esto carece de sentido ya que se entiende a este como el único modelo posible.

3) A mi entender, la mayor derrota la sufrimos en el plano de la esperanza. Los pregoneros del sistema ya no buscan convencernos de que es la mejor forma de organizar la sociedad, sino demostrarnos que es la única forma de vida posible. La economía deja de ser entonces un campo de disputa política para ser un campo dominado por técnicos. Las ideologías no tienen mucho que decirnos en un plano político dominado por “gestores”. Quienes se atreven a problematizar esta realidad incuestionable son tildados de “soñadores” o de “poetas”, como llamó recientemente José Mujica a los militantes “ambientalistas”. El eslogan de campaña de Margaret Thatcher, que rezaba “No hay alternativa”, parece haberse impuesto en nuestras sociedades. Lo triste es que esto también sea impulsado por quienes ayer eran referentes del campo popular.

La tarea que tenemos hoy es la de reencontrarnos en el territorio, ganar nuevamente las calles, rehacernos para renacer y retomar el camino varias casillas atrás de donde creíamos encontrarnos. Es preciso mirarnos para aprender y no rehacer el mismo derrotero. Reconstruir la esperanza que nos permita ir generando grietas de vida en este muro que nuestra complicidad hace aparentar inexpugnable. “Que lo nuevo venga, que este canto tenga razón de ser”, se despide La Mojigata.

Joaquín Pisciotano es integrante de la Asamblea por el Agua del Río Santa Lucía.