Este año se presentaron los resultados de la VII Encuesta Nacional de Hogares sobre Consumo de Drogas y encontramos allí un dato muy importante que no suele estar en los titulares de prensa: los fármacos tranquilizantes son la tercera droga más consumida en Uruguay, y a los 30 años de edad, 55% de las personas encuestadas ya habían consumido esta droga alguna vez en su vida, con un inicio promedio a los 29 años. Este consumo fue realizado en 79% de los casos por prescripción médica. El consumo de esta droga tiene además un sesgo de género, ya que es significativamente mayor en mujeres que en varones: 36,5% de las mujeres alguna vez consumieron tranquilizantes comparado con 19,6% de los varones. Los varones presentan mayor porcentaje de consumo sin prescripción médica. El informe no detalla el tipo de tranquilizante, pero las benzodiacepinas (alprazolam, diazepam y clonazepam) son los tranquilizantes más consumidos según la edición anterior de esta encuesta.

La sobrerrepresentación de las mujeres en este consumo debería generarnos cuestionamientos como sociedad, y el altísimo porcentaje de la prescripción médica debería interpelar al sistema de salud. El uso de drogas entre hombres y mujeres es diferente no sólo en cuanto al nivel de consumo, sino también en cuanto a las prácticas, las motivaciones, los sentidos y las consecuencias.

Los estereotipos sexistas han facilitado el uso de drogas más compatibles con lo asociado a lo femenino, como ocurre con los psicofármacos.

Los estereotipos sexistas han facilitado el uso de drogas más compatibles con lo asociado a lo femenino, como ocurre con los psicofármacos. Las mujeres con consumo problemático de sustancias están expuestas a mayor estigmatización. El consumo de drogas es “disidente de la feminidad” y lleva a considerar a las que lo ejercen como fracasadas en su papel de cuidadora y de mujer. Las mujeres tienen la “responsabilidad” de ser expertas en el manejo de las emociones, y el consumo de sustancias como reflejo de su incapacidad de dominar sus emociones las expone como fracasadas. Es por esto que el estigma es mayor en las mujeres. Es, así, un consumo más oculto en la sociedad, que además se lleva a cabo en ámbitos privados y en soledad, lo que lleva a que sea más difícil la problematización y la búsqueda de ayuda. El consumo de benzodiacepinas, al ser vistas como “remedio”, puede ser consecuencia de una búsqueda de consumos que generen menor nivel de estigmatización y que tengan menor carácter de ruptura con los estereotipos de género. Dentro de la jerarquía de las drogas, los tranquilizantes presentan mayor “prestigio” y son más aceptados socialmente.

El consumo de las benzodiacepinas tiene un sesgo de género desde su aparición en el mercado, momento en el cual se presentaron a la sociedad como una forma de “liberar a la mujer”. Es así como se medicalizan los “malestares de género” como la tensión, la ansiedad y el enojo que generan las condiciones de vida de las mujeres. Las mujeres afirman que consumen drogas para superar situaciones estresantes de su vida cotidiana. Utilizan el consumo para combatir el agotamiento y los cambios en estados de ánimo y mitigar el dolor. De esta forma se deposita el problema en las mujeres y no en las situaciones de desigualdad que viven. Un grupo de riesgo para este consumo son las amas de casa de mediana edad, de medios urbanos y suburbanos, las dedicadas al trabajo maternal con varios hijos e hijas, y las que realizan doble jornada laboral con trabajo remunerado y no remunerado. Es importante destacar la falta de tiempo libre, de actividades recreativas y la sobrecarga de cuidados como un estresante particular en las mujeres que genera riesgos para el uso problemático de esta sustancia.

Los roles de género impuestos y las expectativas que estos generan en el entorno de la mujer sobre su función de generadora de armonía familiar son estresantes cotidianos. Se vive esta incapacidad de cumplir con los mandatos de género como una enfermedad que hay que tratar.

La violencia basada en género a la que es sometida la mayoría de las mujeres, sea en el ámbito domiciliario, en la calle, en los centros de estudio o a nivel laboral, es otro hecho que debe ser tenido en cuenta como factor de riesgo para el consumo, así como las dificultades para el acceso al empleo y la falta de expectativas a nivel laboral.

Los estereotipos femeninos que colocan a la mujer en el lugar de “dar” a otros, y la concepción de que es egoísta si se dedica al autocuidado es otro factor de riesgo vinculado al género. Ese dar sin límites que posterga las propias necesidades coloca a las mujeres en situación de vulnerabilidad y en un lugar en que son los “otros” los que definen su valor. Hay autores que plantean que el consumo puede ser considerado una rebeldía ante los mandatos de género, ante la subordinación hacia los hombres; otros plantean que puede ser un intento de reclamar el cuerpo para sí, de darse placer a sí misma y no a los demás.

La bibliografía médica concuerda en que la prescripción de benzodiacepinas, salvo algunos problemas de salud de menor frecuencia, no debe ser por tiempo prolongado debido al riesgo de dependencia y otros efectos adversos. Estudios en Uruguay muestran que el motivo de indicación médica más frecuente es el insomnio; sin embargo, este no es el tratamiento de primera línea para el insomnio ni debería prolongarse, en general, por más de cuatro semanas. Otra causa de indicación registrada en Uruguay es la ansiedad, pero solamente deberían ser parte del tratamiento de un trastorno de ansiedad intenso, que limite la actividad del paciente que lo padece, no debiendo superar de ocho a 12 semanas. Las benzodiacepinas pueden colaborar al inicio de un tratamiento de depresión utilizándose de cuatro a seis semanas. Por lo tanto, debería evitarse el uso crónico, salvo en situaciones específicas, que deben evaluarse caso a caso, y la indicación de estos fármacos debe ir acompañada de un plan de desprescripción, o sea, la pauta de cómo va a ser retirada gradualmente esta sustancia.1 Cuando una persona asiste a la consulta con consumo de benzodiacepinas debemos preguntarnos por qué las consume. En caso de que sea por insomnio, si se trata de adultos mayores o adultos que consumen benzodiacepinas por más de cuatro semanas, salvo en determinadas patologías, menos frecuentes, debemos discutir con la persona los riesgos y recomendar la desprescripción gradual.

Por lo tanto, vemos que hay un desencuentro entre la evidencia científica sobre la indicación de benzodiacepinas y su aplicación. ¿Por qué se da esta situación? Podríamos encontrar la explicación en la definición de biopoder de Michel Foucault: el patriarcado como sistema de poder genera malestares en los cuerpos que la medicina aplaca o calla con fármacos, permitiendo el control de la población y colaborando así con el mantenimiento de las desigualdades de poder.

Quiero detenerme en la conceptualización sobre el malestar de la psicoanalista brasileña Suely Rolnik. En un mundo en transformación social, donde lo familiar y lo extraño conviven al hacerse visibles nuevas formas de relacionamiento (por ejemplo, movimientos feministas que cuestionan el sistema patriarcal y nuestras formas de vida), ella nos dice que el malestar aparece como el disparador de una alarma en las subjetividades que convoca el deseo de actuar para recobrar el equilibrio vital, emocional y existencial. Se desencadena así la posibilidad de políticas del deseo activas o reactivas. Se abre un enfrentamiento de políticas del deseo, constituyéndose este en un campo de batalla. La micropolítica reactiva busca preservar las formas de existencia en que la vida toma cuerpo en el presente y considera “este mundo”, aquel en que el sujeto habita, como “el mundo”, único y absoluto. Defiende lo instituido con uñas y dientes y busca chivos expiatorios a los que proyectar su malestar, como la juventud, un color de piel, una clase social, un partido político, movimientos como el feminismo o la diversidad sexual. Este proceso busca exterminar la germinación de nuevos mundos y nuevas vidas colectivas. Defiende el mundo tal cual es incluso a riesgo de que esto ponga en peligro la preservación de la vida en todas sus formas.

Si el malestar es interpretado como “algo malo”, como sucede en la micropolítica reactiva, la subjetividad imperante es lo que ella llama “inconsciente colonial capitalístico”, que es una subjetividad reducida al sujeto: se debe echar la culpa a alguien. La culpa es del propio sujeto o de cualquiera escogido para el rol de villano. Cuando se da el caso de la introyección para aplacar el sentimiento de depreciación de sí mismo y de vergüenza, el deseo de actuar busca agarrarse de algo dentro de lo instituido. Aquí entran la industria farmacológica y los productos de venta con prescripción médica, cuyo mercado se alimenta de ese desaliento, e incluso lo acentúa para perpetuarlo y para patologizar la experiencia de desestabilización. Se busca neutralizar la angustia con un control químico que no implica una subjetividad más dispuesta a escuchar el saber de su cuerpo, el saber-de-lo-vivo. Pero los fármacos por sí solos no devuelven el equilibrio, y allí aparecen el mercado y el consumismo para compensar.

Describe la autora que existen también las micropolíticas activas, en que las acciones del deseo consisten en actos de creación de lo nuevo para romper con lo instituido, buscando un nuevo equilibrio, cumpliendo la función ética de creación de nuevos mundos. Pero para que ello pase, tenemos que tolerar la tensión que desestabiliza, tenemos que quedarnos con el malestar para potenciar el deseo de actuar construyendo lo común, germen de nuevos mundos. En esta experiencia subjetiva el otro no es enemigo, sino que vive efectivamente en nuestro cuerpo por medio de los afectos. Me hago la pregunta: a diferencia de la micropolítica reactiva, ¿cómo podemos desde la salud acompañar la complejidad del malestar, permitiendo encontrar equilibrios que cuiden la vida, la propia y la de la otredad, y que ayuden a la germinación de otros mundos?

En esta etapa de neoliberalismo aliado al neoconservadurismo se potencia el malestar influido por los avances constantes de las tecnologías de la información y la comunicación. Hay señales políticas de que se vienen tiempos de desmantelar leyes laborales y de precarización de la fuerza de trabajo legalizada, y un discurso que reinstala miradas ultraconservadoras en relación a los mandatos de género y la concepción de familia y sexualidad. Desde la medicina ¿vamos a medicalizar este malestar o vamos a acompañarlo para transformarlo en gérmenes de futuros incubados en el presente? Para Rolnik, el polo activo consiste en “escuchar” los afectos, los efectos que el contexto genera en el cuerpo y las turbulencias que provoca en él, y encontrar allí los mundos larvarios. Desde el polo reactivo se busca “ensordecer” a los afectos, a las turbulencias y a las demandas de la vida que estas movilizan, y el uso de benzodiacepinas es una herramienta entre tantas para esto.

Una salud feminista demanda de nosotros/as como parte del sistema de salud acompañar ese malestar y aportar a escuchar los afectos y aprender del saber-de-lo-vivo en el cuerpo de las personas, porque estamos comprometidos con la germinación de mundos que cuiden de lo vivo, de mundos más saludables. Rolnik nos preguntaría si podemos estar a la altura de ese tiempo y de ese cuidado para decir, de la manera más precisa posible, aquello que sofoca y que produce un nudo en la garganta, y, sobre todo, lo que está aflorando, para que la vida recobre un equilibrio. ¿No será eso en lo que finalmente consiste el trabajo de cuidar una vida? Los dejo con ella interpelándome, interpelándote: “El estar a la altura de las demandas vitales lleva a otro tipo de goce...: un goce vital. Cabe ahora plantearnos una última pregunta, queridx lector(a): ¿no será precisamente que en el enfrentamiento de ese desafío habita el sentido y el sabor de una vida que insiste en perseverar?”.

Virginia Cardozo es doctora en Medicina, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria y diplomada en Género y Políticas de Igualdad. Integra el Secretariado Ejecutivo del Partido por la Victoria del Pueblo, Frente Amplio.


  1. Domínguez Viviana, Collares Martín, Ormaechea Gabriela, Tamosiunas Gustavo. “Uso racional de benzodiacepinas: hacia una mejor prescripción”. Revista Uruguaya de Medicina Interna [internet], 2016. Disponible en: http://www.scielo.edu.uy/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2393-67972016000300002&lng=es