Situémonos no tan atrás en el tiempo, apenas hace unas semanas. Teníamos organizado un modo de vivir: íbamos a clases, a trabajar, visitábamos amigos y familiares, etcétera. Los que tenemos hijos, los llevábamos a la escuela y los traíamos.

En un determinado momento ocurrió algo completamente inesperado. Apareció el coronavirus y, con él, una serie de medidas de contingencia implementadas por los distintos gobiernos. Estas medidas tienen un denominador común: intentar frenar el contagio. La más empleada es la exigencia de que la gente no salga de su casa, salvo para lo indispensable.

Los cambios ante la pandemia

Todos tenemos un modo organizado de vivir en ciertos lugares, ciertos tiempos, ciertos grupos y ciertas instituciones. La educación, el trabajo, el barrio, el transporte, la ciudad, los amigos, los familiares, todo ello es sostén de nuestra existencia y constituye nuestra vida cotidiana, en la terminología empleada por Enrique Pichon-Rivière.

Además de los efectos sanitarios y económicos, esta pandemia trae aparejado otro efecto, que es la alteración de la vida cotidiana en cuestión de días.

La primera alteración importante vino desde el lado de la educación, con la suspensión de las clases en todos los niveles. Fue importante y generó tensiones en los estudiantes y sus familiares. Muchas familias debían seguir trabajando y se encontraban con la dificultad de no tener con quien dejar a sus hijos.

En este escenario, el gobierno declaró la emergencia sanitaria.

La segunda alteración de la vida cotidiana vino desde el lado laboral y afectó a todos los trabajadores, en menor o mayor medida. Algunos deben seguir con sus labores, por considerarse una tarea esencial. Otros teletrabajan. Otros, dada la caída del consumo interno, fueron enviados al seguro de desempleo. Finalmente, aquellos trabajadores al margen de la seguridad social vieron cómo de la noche a la mañana se les privaba de su fuente de ingresos, sin seguro alguno.

La relación con los otros: el espacio y el tiempo

Por último, existen dos alteraciones más, de nivel más abstracto.

Podemos conceptualizar la primera como una mutación en la forma de relacionarnos, ya sea con los demás, con nosotros o con el mundo. Con los demás, porque no sabemos si el otro está infectado, aunque el otro sea nuestro mejor amigo. Entonces, desconfiamos del otro y modificamos la interacción presencial reduciendo el contacto corporal, o interactuamos de manera virtual. Es así que se suspendieron cumpleaños, casamientos y otras reuniones.

Otro punto en esta dimensión es que convivimos mucho más tiempo que antes con las personas con las cuales vivimos. Este es un punto importante porque, aunque en el mejor de los casos vivamos en un buen clima relacional, la convivencia de por sí es un desafío grande, y el disponer de espacios interpersonales diferentes es algo que siempre nos ayudó en este aspecto.

La relación con nosotros mismos se ve modificada, en virtud de incluir nuevas prácticas corporales a nivel sanitario, ya sea el lavado de manos, el uso de alcohol en gel, etcétera.

Por lo tanto, la relación con el mundo, que incluye lo anterior, también varía de manera significativa.

Desde el mayor esfuerzo que le dedicamos a la limpieza de objetos y superficies, pasando por nuevas maneras de relacionarnos con las tecnologías informáticas y nuestra reducción del espacio por el que circulábamos antes, nuestra relación con el mundo ha cambiado.

Finalmente, nuestra relación con el tiempo también se ve modificada. Los proyectos que teníamos en curso o pensados sufren modificaciones. También en la dimensión del futuro se nos coloca una interrogante, porque no sabemos qué va a pasar a ciencia cierta.

Nosotros ante estos cambios

Que todos los cambios antes mencionados nos hayan ocurrido en cuestión de días no es algo menor. Son muchas transformaciones en nuestra vida cotidiana en poco tiempo, lo cual hace que nos cueste procesarlas.

Inevitablemente, ante estos cambios las primeras reacciones son tensión (estrés) y ansiedad, sobre todo persecutoria. Dado que nos sentimos en peligro, nuestro organismo se prepara para atacar o huir, y nos colocamos en un estado de alerta constante.

Nos sentimos desprotegidos, vulnerables y desorganizados. En fin, nos acordamos de que no somos eternos y que, aunque intentamos hacer predecible al mundo, lo inesperado puede aparecer.

El dolor por las pérdidas diversas en la vida cotidiana y la ansiedad por no saber qué va a pasar pueden causar, según la persona, diferentes alteraciones, que pueden afectar el humor o el sueño hasta en ocasiones llegar a ataques de pánico o de agresividad.

¿Qué podemos hacer?

» Darnos el tiempo que necesitamos para procesar tantos cambios es fundamental, siempre que nuestra situación particular lo permita. En este sentido, si estamos todo el día pendientes del tema del coronavirus, reenviando audios, videos y textos al respecto, seguimos desorganizándonos, dado que la información es demasiada. Estar informado es una responsabilidad, pero no debemos convertir el tema en el centro de nuestra vida cotidiana. Para procesar esto de la mejor manera en la sociedad de la información, paradójicamente, es bueno que descansemos un poco del asunto, en la justa medida.

» Tratarnos bien entre nosotros: sentirnos culpables por una situación de la cual no tenemos control alguno (por ejemplo, ser enviado al seguro de paro) no nos ayudará en absoluto a pensar nuevas estrategias. Si culpamos a nuestros seres queridos por el momento que estamos pasando, vamos a empeorar la situación. En resumen, no buscar culpables. Es entendible que esta situación nos genere emociones desagradables, como enojo y frustración. Nuevamente, la consigna es cuidarnos a nosotros y a los que tenemos al lado, buscando maneras adecuadas de expresar esas emociones.

» Hablar sobre cómo nos sentimos. Estarás pensando “qué raro un psicólogo diciendo esto”. Durante el aislamiento físico debemos luchar además con un segundo aislamiento, que es el psíquico. Es bueno retirarnos hacia adentro para procesar lo que está pasando, pero también es bueno comunicarnos con los demás, saliendo de nuestro mundo interno y colectivizando la situación. Quedarnos en soledad ante esto no nos ayudará.

“Tanto si debemos seguir trabajando de manera presencial como si teletrabajamos o si hemos perdido el empleo, lo cierto es que estamos buscando otra manera de organizar la vida ante estos cambios”.

Tenemos varios desafíos

» El primer desafío grande es constituir otra realidad cotidiana sin saber por cuánto tiempo deberemos sostenerla. Es un gran desafío y lleva mucho trabajo psíquico.

Tanto si debemos seguir trabajando de manera presencial como si teletrabajamos o si hemos perdido el empleo, lo cierto es que estamos buscando otra manera de organizar la vida ante la pérdida de la vida cotidiana que llevábamos antes. Estamos aprendiendo, ya que nunca pasamos por esta situación.

» El segundo desafío es lograr salir de nuestro individualismo para pensar esta situación de manera colectiva. Las medidas de cuidado sanitario son también para proteger al otro. Además de la dimensión sanitaria, están surgiendo iniciativas provenientes de la sociedad civil, tanto desde organizaciones sociales como de redes que se forman de manera espontánea, para “dar una mano” a aquellos que han resultado más perjudicados a nivel socioeconómico por la pandemia.

Como he mencionado antes, el cuidado de los que tenemos a nuestro lado es también pensar en encarar este problema de manera colectiva. La ecuación es bastante simple: ante un problema que afecta a miles de personas uno no puede hacer absolutamente nada en soledad, necesita de los otros.

» Otro desafío, para nada sencillo, es integrar la dimensión familiar con lo académico y lo laboral, en aquellos casos en que se estudia o se trabaja desde la casa.

Aunque no lo recordemos, todos hemos tenido que adaptarnos a grandes rupturas de nuestra vida cotidiana, en diversas crisis evolutivas. La experiencia del nacimiento es paradigmática, ya que en ese momento tuvimos que salir de un lugar conocido a otro completamente extraño. Nótese que, al igual que ahora, en la experiencia del nacimiento necesitamos del otro.

Esta crisis accidental nos afecta a todos, seamos bebés, niños, adolescentes o adultos. Somos estos últimos, los responsables de cuidar y de cuidarnos. La consigna es que de este período sólo quede un mal recuerdo y no una experiencia insoportable, que no se pueda integrar en un futuro, lo que puede devenir en una crisis traumática.

Las iniciativas de ayuda mencionadas, que en definitiva buscan construir lo colectivo en una época marcada por la ruptura del lazo social, son un ejemplo claro de que no sólo podemos adaptarnos al cambio, sino generar transformaciones que permitan esperanza en medio de la oscuridad.