Las diversas etapas -movidas, períodos o como se les quiera llamar- que tuvo el rock uruguayo ya fueron abordadas, con mayor o menor acierto, en varios libros. Por ejemplo, Errantes (Ediciones de la Plaza, 2014), de Gustavo Aguilera, se encarga de lo acontecido entre 1977 y 1989, y En la noche (2012, Fin de Siglo), de Mauricio Rodríguez, de lo que pasó entre 1982 y 1989 -obviamente, ambos hacen un gran foco en la ebullición del rock posdictadura-. Por otro lado, Nos íbamos a comer el mundo (Ediciones B, 2016), de Kristel Latecki, versa sobre el amplio período de 1990 a 2009.
Ahora bien, esos libros se basan mayormente en entrevistas actuales a los protagonistas, y eso tiene como positivo el análisis que se puede hacer con la perspectiva del tiempo, pero por otro lado flaquea a la hora de captar el zeitgeist; porque, vamos, luego de tantos años, cada músico recuerda lo que puede pero sobre todo lo que quiere ("sepan que olvidar lo malo también es tener memoria", decía Martín Fierro).
Es por esto que ya de pique resulta muy interesante La era del casete, el libro del periodista Tabaré Couto que lanzó Ediciones B hace pocas semanas; porque se trata en mayor medida de una recopilación de textos de todo tipo -entrevistas, críticas, editoriales, crónicas y afines- sobre el rock uruguayo que fueron escritos entre 1985 a 1995 (de ahí su título, claro está: recuerden que en Uruguay el CD llegó, como todo, más tarde). Couto nació en 1967 y desde 1986 a 1996 -cuando se radicó en Chile- trabajó en casi todos lados como periodista musical: escribió en los semanarios Brecha y Jaque, puso su voz en varios programas de radio (Última generación, Sálvese quien pueda y Ruta 66) y además hizo televisión en los programas Ruta 66 TV y Control Remoto, entre otras cosas.
Entonces, en casi 600 páginas nos topamos con todo tipo de textos debidamente ordenados y citados, no solo del autor del libro sino de varios periodistas -entre ellos, Raúl Forlán Lamarque, que siempre tuvo un halo de mito entre la crema del periodismo cultural y esta es una buena oportunidad para conocer parte de su trabajo-. Pero Couto no se quedó simplemente en la cómoda de recopilar textos sino que además, más allá de las introducciones de rigor, se animó a recordar hechos y experiencias personales que lo llevaron a reflexionar sobre los cambios.
Un gran ejemplo de esto es lo que hoy escribe Couto a raíz de una despiadada crítica que se mandó en 1988 en la revista GAS (Generación Ausente y Solitaria) Subterráneo sobre el segundo disco de Traidores -una de sus bandas preferidas-, En cualquier parte del mundo (1987). El autor confiesa que en aquel momento "requerir de un servidor un análisis alejado de los sentimientos que producía la banda era impensable". "La crítica golpea. Me gano su bien merecido desprecio. Quedo del lado de los ortodoxos talibanes del rock. No era mi intención, pero no hay arrepentimiento que valga", agrega. Vale la pena citar palabra por palabra el palo que le dio Couto al disco de Traidores, porque nos muestra una forma de hacer crítica musical ácida, despiadada y pasional, que en esta época de periodismo cultural (bastante frutillita: ahora todos los discos son geniales y los músicos, macanudos) parece una locura:
"Exchicos confundidos invitándonos a pensar (conmovedor). Los sultanes del swing uruguayos algún día escucharon a los Pistols [...] y ahora sospecho que, sin querer, se les ha pegado el cinismo natural del viejo Lydon, ¿o no? No quise ofender. ¿Rencores? Ya sé que es 'mucho más importante la vida de cada uno de nosotros que la de cada uno de esos imbéciles que se pasan criticando porque no tienen otra cosa que decir' (según Casanova, Día Pop, diario El Día, 67). Genial, bien dicho. No vaya a ser que cualquier vago ose hablar u opinar sobre los rockstars, faltaba más. Un simple pequeño burgués radicalizado que se rasca las bolas durante todo el día (como yo) no tendría que hablar. En fin, esperamos oyendo el ranking porque el mundo se derrumba, pero hay que venderle a todo el mundo. Estamos viviendo en Uruguay y ya se comenta -por suerte- que para el tercer disco el grupo más importante del rock nacional evolucionará hacia el after chabón. Reloco".
Como testimonio de una época, sobre todo de la posdictadura (1985-1989), el libro no es solo rock & roll sino también todo lo que estaba a su alrededor o bien adentro, como las razzias y las maquinitas, que muchas veces se complementaban: "Estaba jugando en las maquinitas y me llevó la razzia. ¡Me llevaron a la jefatura por jugar a las maquinitas! No tenía cédula y me detuvieron siete horas", contaba Washington, de 19 años, en un informe de la revista GAS Subterráneo de marzo de 1988.
En definitiva, La era del casete es un excelente libro, que como testimonio del zeitgeist rockero, musical y cultural de 1985 a 1995 -tanto de los hechos como de la forma de contarlos- viene a llenar un espacio vacío que es sumamente disfrutable para los que no vivimos esa época y seguro también lo será para los que la vivieron -o sufrieron- y quieren recordarla.
La única contra que quizá pueda tener el libro es que para comprenderlo y disfrutarlo en profundidad se requiere tener un bagaje importante sobre las bandas, la música y las idas y vueltas de aquella época. De todos modos, siempre va a sorprender como la primera vez caer en la cuenta de que hace más de 30 años ya existía el bowling con maquinitas que está ahí abajo, en 18 de julio y Ejido, o que en los diarios había inquietos debates sobre rock, imperialismo, Coca Cola y la pertinencia e implicancias de que la Intendencia de Montevideo organice un festival de rock.
La era del casete, de Tabaré Couto. Ediciones B, 2019. 608 páginas.