Deborah Feldman nació en Nueva York en 1986 y hoy vive junto a su hijo adolescente en Berlín, en donde se dedica a la escritura. Este breve resumen biográfico, sin embargo, no dice nada de lo que en verdad importa: los detalles, se sabe, son los que hacen la diferencia. El lugar de nacimiento de Feldman es Williamsburg, en Brooklyn, el hogar de la congregación jasídica Satmar, una comunidad judía ultraortodoxa formada a partir de la llegada a Nueva York de judíos de origen húngaro sobrevivientes del holocausto. La historia de la salida de Feldman de esa colectividad cerrada en la que había contraído matrimonio a los 17 años y parido un hijo a los 19 está contada en la novela Unorthodox: The Scandalous Rejection of my Hasidic Roots (2012), y es la que sirvió de inspiración a las realizadoras Anna Winger y Alexa Koralinski para esta miniserie de cuatro episodios protagonizada por la actriz israelí Shira Haas y dirigida por la alemana Maria Schrader.
La verdad y la ficción
La serie comienza cuando Esther Shapiro, Esty para la familia, sale de su casa en Williamsburg escondiendo un pasaporte alemán y un sobre con dinero, y aborda un vuelo directo a Berlín. Por lo que podemos ver, consiguió, para todo esto, la ayuda de una mujer ajena a la colectividad. En algún momento más adelante sabremos que se trata de una profesora de piano que, a cambio de cierta flexibilidad en el cobro del alquiler del apartamento en el que vive, le dio clases a Esty durante un tiempo.
La narración, entonces, intercala el presente de Esty en Berlín, a donde llega con apenas algunos euros y la dirección de su madre, y el pasado, contado en flashbacks, que nos permite entender cómo todo nos llevó hasta ahí.
Así las cosas, la miniserie, que probablemente pase a la historia como la primera obra de la cultura popular masiva hablada principalmente en yiddish, muestra un enorme esfuerzo de producción orientado a decir la verdad sobre las costumbres, la forma de vestir, las prácticas higiénicas y amatorias y los ritos en general de la comunidad jasídica de Williamsburg. Según se afirma en el backstage, querían ser muy precisos en eso: todo el personal es judío, hay un experto en cuestiones rituales y religiosas que además ayuda a los actores a decir sus parlamentos en yiddish, el equipo de producción visitó los escenarios reales en los que transcurre la vida de la comunidad Satmar y tomó nota de sus peinados, su forma de vestir y la decoración de sus apartamentos, y la propia Feldman participó en los rodajes para asegurar la fidelidad del retrato a su propia historia de origen. La verdad del asunto, entonces, se juega en esa precisión para simular la vida cotidiana de los personajes en Nueva York. Lo ficcional, en cambio (entendido como lo no verdadero), es el recorrido de Esty en Berlín, su acercamiento accidental a una comunidad de estudiantes de música que la animan a solicitar una beca, los detalles, en definitiva, que no se ajustan completamente al recorrido de Deborah Feldman.
Lo verosímil y la historia deseada
La parte más floja de la miniserie, sin embargo, es la del “pacto de verdad” que establece con el espectador. Un poco por la necesidad de resumir en cuatro episodios cosas tan vastas y complejas como el día a día de la comunidad, la obtención de los documentos, el viaje, los primeros días en Berlín sin nadie conocido, la enorme fortuna de dar con un grupo diverso y multicultural de estudiantes macanudos que no sólo le sugieren que pida una beca sino que consiguen que la obtenga pese a sus casi nulas habilidades técnicas, así como el viaje de Yanky (el marido abandonado) y Moshe (su primo) para buscarla y encontrarla en un par de días. Pero otro poco porque, me atrevo a conjeturar, los espectadores de Netflix quieren (queremos) historias emotivas y cautivantes que los tengan en vilo, pero no necesitan que las cosas se compliquen demasiado.
Menos que un Bildungsroman, es decir, una novela de aprendizaje en la que el personaje protagonista madura y cambia a medida que atraviesa el difícil camino de la autoexploración y el fortalecimiento, esta es una feel good movie en la que el patito feo se convierte en cisne con la ayuda de una banda de amigos que le aguanta el corazón a pesar de haberla conocido hace diez minutos.
Hay una respuesta, supongo, de la industria audiovisual a ese deseo del espectador de ver cómo los sueños se hacen realidad. No queremos que nuestro anhelo se empañe con fruslerías: lo importante es saber que todos tenemos derecho a ser lo que queremos ser, y que basta con dar el primer paso para estar en el camino de la realización personal y el encuentro colectivo.
La factura de Poco ortodoxa es –de más está decirlo– tan impecable como la de cualquier producción de Netflix. La actriz es adorable y lleva su personaje con solvencia, y la tensión dramática se sostiene todo el tiempo, de tal modo que es perfectamente posible empezar y terminar toda la miniserie en un solo día. No se puede pedir más en esta época de cuarentena. O tal vez sí, pero no habría que pedírselo a Netflix.
Poco ortodoxa (Unorthodox, Alemania, 2020). De Anna Winger y Alexa Koralinski, sobre novela de Deborah Feldman. Cuatro episodios. En Netflix.