Murió solo y fue enterrado en soledad, aunque Moraes Moreira hubiese merecido una despedida multitudinaria, digna de su figura de artista popular, capaz de reunir en un acorde o un verso pasiones de pueblo que no necesariamente siempre supieron ir de la mano, como el carnaval, el fútbol o el rock. Los tiempos que corren obligaron a que el adiós haya sido puertas adentro, todo lo contrario al espíritu de sus canciones, siempre colectivas y cara a cara. Tan solitaria fue su despedida que su compinche de tantas creaciones eternas Luiz Galvão no se enteró inmediatamente de la suerte fatal de su amigo, ya que sus hijos prefirieron no alterar más su ya delicada salud. Diez años mayor que Moreira, el mismo fin de semana que culminó en el amanecer del lunes con la noticia de su sorpresiva muerte por un infarto, a los 72 años, Galvão se había desmayado en el baño de su hogar, y su familia contó que durante un par de días lo notaron triste y confundido. “No sabíamos la razón”, declaró Lahiri Galvão, su hijo, cuando la prensa brasileña lo contactó en busca de una declaración de su padre sobre la muerte de quien era como su hermano. “Ahora sabemos por qué”, agregó, invocando ese vínculo fraternal.

La hermandad entre ambos había comenzado más de medio siglo atrás, la mañana en que Galvão llegó a la pensión de dona Maritó, en Salvador de Bahía, enviado nada menos que por Tom Zé. Según escribió en el indispensable volumen Anos 70: novos e baianos (1997), Galvão fue derecho al cuarto que Moraes compartía con su hermano Zé Walter, a quien –como el guitarrista dormía– le explicó: “Estábamos componiendo juntos, pero el Tropicalismo lo convocó a San Pablo, y Tom profetizó que seríamos compañeros”. Ahí mismo le extendió un puñado de letras y, después de repasarlas, Zé Walter terminó despertando a su hermano, presentándolo como un poeta y diciendo que tenía que ser su colega. Aún semidormido, Moraes las leyó, aseguró que las musicalizaría todas, y en 15 días ya habían compuesto una docena de canciones juntos. Por eso es que Galvão escribe en su libro que esa mañana de comienzos de 1967 nacieron los Novos Baianos, un grupo que –con la incorporación de Baby Consuelo, Paulinho Boca de Cantor y Pepeu Gomez, entre otros– supo hacerse leyenda por mezclar magistralmente rock con frevo, forró y samba, por ponerle el pecho al tiempo de la dictadura de Médici con –según enumera Galvão– “postura, discurso, mística, experiencias zen y alquimias, todo con un tono anárquico”.

Descubiertos por Caetano Veloso y Gilberto Gil durante su obligado exilio en Salvador –algunos formaron parte del histórico show que realizaron antes de partir a Londres–, pero con su música amalgamada recién a partir del inesperado pero fundamental padrinazgo de João Gilberto, cuando se instalaron en el barrio carioca de Botafogo –donde el maestro los iba a despertar, invitando desayuno y guitarreadas–, los Novos Baianos vivieron, compusieron y cantaron en comunidad, poniéndole el cuerpo a su obra.

Música todo el tiempo

Su legado es una discografía fascinante, que incluye una obra maestra inmortal como Acabou chorare (1972), su segundo disco, cuyo título fue inspirado por una frase en portuñol de la entonces pequeña Bebel, la hija de João, así como largas carreras solistas posteriores de cada uno de sus integrantes, y sendas reuniones que terminaron de cimentar su leyenda. A fines del año pasado, incluso, se llegó a estrenar en San Pablo y Río de Janeiro un musical de Lúcio Mauro Filho que recreó aquella vida y obra libertaria sobre un escenario, titulado simplemente como el grupo. Con la dirección musical de Pedro Baby –hijo de Pepeu Gómez y Baby Consuelo– y Davi Moraes –hijo de Moraes Moreira–, el espectáculo propició una polémica pública ya en medio de la cuarentena, cuando la cada vez más evangélica Consuelo aseguró que no quería drogas en escena. “Pero es que si no los Novos Baianos no serían revolucionarios”, se preocupó por responderle Moreira. “João Gilberto se debe de estar retorciendo en su sepultura. Porque nuestro grupo fumó, sí. Tomó ácido, sí. E hicimos canciones maravillosas bajo el influjo de la marihuana. Hubo droga, pero también alegría y música todo el tiempo”.

Nacido en Ituaçu, portal de la Chapada Diamantina del estado de Bahía, António Carlos Moreira Pires creció entre algodones, con frecuentes ataques de asma, escuchando la música de Luis Gonzaga, Jackson do Pandeiro y Ângela Maria, entre tantos otros artistas populares de la época. “Esa fue mi escuela”, resumió en una entrevista realizada apenas un par de meses atrás. “Recién después llegarían Dorival Caymmi, los tropicalistas y tantos otros, pertenecientes a la generación de oro de los festivales”. Por entonces ya se había instalado en Salvador, con la idea de estudiar medicina: “Fue lo que les dijo a sus padres / y cuando se despidió / juró: me voy a dedicar”, escribió en sus admirables memorias en verso A história dos Novos Baianos (2007). Pero la guitarra, que también formaba parte de su equipaje, lo terminaría llevando por otros caminos, como el examen de ingreso al Seminario de Música de Bahía, donde conoció al responsable de aquel Big Bang novo baiano. “Fuiste mi alumno hace más de 50 años, ¡y qué alumno prodigio! Aprendiste enseguida todo lo que tenía para enseñarte sobre la guitarra, y al poco tiempo tocabas mejor que yo”, lo despidió Tom Zé este lunes en las redes. “Toda la vida me admiré: No sólo tenías talento, también carácter. Dos cosas que no siempre andan juntas”.

Así como la noticia de su muerte convierte a Moraes en el primer integrante del núcleo principal de los Novos Baianos en decir adiós para siempre, también fue el primero en abandonar el grupo, a mediados de los años 70, dos discos después del éxito de Acabou chorare. “Fue la decisión más difícil de mi vida”, aseguró recientemente en el programa televisivo O som do vinil, conducido por Charles Gavin. Por entonces ya padre de dos niños, el guitarrista quiso dejar de vivir en comunidad pero sin abandonar el grupo, una propuesta que no fue aceptada por el resto de sus integrantes. Su dolorosa partida terminaría convirtiéndose en una liberación: además de editar inmediatamente su debut como solista –que dio inicio a una larga y prolífica carrera que desemboca en el que publicó apenas dos años atrás, Ser Tão–, hizo historia al ser el primer cantante en salir con un trío eléctrico –nada menos que con los popularísmos Dodo e Osmar– por el carnaval de Salvador, comenzando un generoso recorrido como artista y autor popular que le permitió superar con creces los laureles conquistados como parte del grupo, algo que se preocupan por destacar todos los obituarios que aparecieron en estos días.

Héroe nacional

“Un niño del sertão de Bahía, que escuchó encantado la música del mundo e hizo de ella su universo expresivo”, escribió Gilberto Gil, celebrando una voluntad por el mestizaje cultural que lo llevó incluso –como escribió el columnista Júlio Maria al despedirlo en el periódico O Estado de São Paulo– a liberar el rock progresivo británico en la música callejera del carnaval. “Moreira hubiese sido importante para nuestra vida si hubiera sido apenas el joven que cantaba desde su mesa en el barcito de Campo Grande que frecuentamos durante nuestros meses de confinamiento en Salvador”, recordó Caetano Veloso, que, después de celebrarlo primero como rockero y luego largamente como músico, cantor y compositor de conversión “joãogilbertiana”, culminó afirmando que “su inclusión formal del canto en los tríos eléctricos lo convirtió en un héroe nacional: sin él no existiría el axé”.

Pero tal vez la gran conquista de la carrera de Moraes Moreira haya sido la del lenguaje. En el hermoso y original libro que compila sus poemas y letras califica de “terrible” su primer contacto con la poesía en la escuela. “Cuando se elegía a los alumnos que debían declamar en las fiestas cívicas u otros eventos mi nombre pasaba de largo”, escribe. “Me moría de envidia por ellos, pero en el fondo del fondo mi timidez lo agradecía”.

Dedicado exclusivamente a la faceta musical durante su paso por el grupo, recién intentó colocar palabras en sus nuevas melodías cuando comenzó su carrera solista. “Era como un niño aprendiendo a hablar”, asegura Moraes, que terminó convirtiéndose en uno de los grandes compositores de canciones de su generación, tanto de la letra como de la música (e incluso con letras musicalizadas por otros), grabadas por Marisa Monte, Ney Matogrosso, Maria Bethânia, Gal Costa y muchos más. Y todo eso sin jamás dejar de ser uno de los grandes guitarristas de la historia de la música popular brasileña. Así lo destacó Moreno Veloso en estos días: “Para los que estudian la tradición de João Gilberto, Gilberto Gil, João Bosco y demás grandes intérpretes del instrumento, la de Moraes es una de las vertientes de importancia extrema”. Nando Reis dobló la apuesta al evocarlo: “Piedra rara de inspiración, compositor y guitarrista único, de propiedades y estilos hasta entonces inimaginables para aquello que secretamente se sospecha como una vocación brasileña, Moraes es dueño de una obra divina”.

A la hora de su muerte, que sucedió mientras dormía en su hogar, se encontraba activo y lleno de proyectos, por lo que las pistas de ese futuro que ya no será se amontonan ante la contundencia de su ausencia. En su último show, con el que giró por todo Brasil, Elogio de la envidia, interpretaba canciones ajenas que le hubiese gustado componer, cuyos autores iban de Noel Rosa, Braguinha y Ary Barroso hasta Chico Buarque, Caetano, Gil y Roberto Carlos. Para llevarlo adelante había postergado otro proyecto, que ya estaba anticipando: el de reunir en un disco las voces de todas las mujeres que habían cantado sus temas, lo que incluiría a Bethânia, Gal, Margareth Menezes, Elba Ramalho, Dalva de Oliveira y Ângela Maria. Ya tenía el título, Mujeres que me (en)cantaron, y también un tema nuevo, que había compuesto para Alcione. Pero también estaba pensando en los Novos Baianos. O al menos eso cuenta el dueño de una discográfica, que le había pedido permiso para publicar grabaciones en vivo de su época de oro, y su respuesta fue que antes pensaba registrar un álbum con canciones nuevas con el grupo. Estaban todos en contacto, de hecho. Es más, quien dio la noticia de su muerte no fue su familia sino Paulinho Boca de Cantor, uno de sus integrantes originales.

A pesar de que no le faltaban proyectos, el final encontró a Moraes Moreira en plena cuarentena. Aislado en su hogar en el barrio carioca de Gavea, en todos los obituarios se hace mención a un poema que posteó en las redes, titulado justamente “Quarentena”. En sus versos habla, sí, de su miedo ante la enfermedad, pero el autor de un disco titulado Ahí viene Brasil bajando por la ladera no podía olvidarse también de criticar la violencia, la hipocresía, la violencia machista o de pedir: “queremos tener respuestas / sobre nuestras Marielles”, en referencia a Marielle Franco, la militante asesinada dos años atrás en Río de Janeiro, un crimen que aún no está resuelto. Despedido tanto por Lula da Silva como por el club Flamengo a la hora de su muerte, Moreira tenía claro en qué clase de país estaba viviendo. “Esto es peor que la dictadura”, resumió en un reportaje publicado por Correo Brasiliense, en diciembre pasado, antes de un show en Brasilia, acompañado sólo por su guitarra, “mi compañera de toda la vida”.

En los últimos versos que compartió en línea, fechados el 28 de marzo, Moraes Moreira, el que canta una y otra vez eso de “Abre la puerta y la ventana, / ven a ver el sol nacer”, se despidió recordando: “Escuché decir que donde hay sombra / es cierto que habrá luz”. Palabra de un bahiano nuevo. Para siempre.