En nuestro país, como en otras partes del continente, se suele usar en algunos ámbitos, no sin polémica, la expresión “música de proyección folclórica” para definir más cabalmente la producción musical que se nutre de las tradiciones y las costumbres, y, a la vez, separar una cosa de la otra. Es decir, por un lado, está la payada anónima y recopilada hace 80 años en algún pueblo del interior del país y, por otro, una décima espinela como estructura poética utilizada por un músico en la actualidad para simular aquel arte.

Si nos guiamos por esta teoría, casi la totalidad de la música popular que consumimos es una proyección folclórica. Lo puro, la verdadera raíz del canto, habría que ubicarlo en las grabaciones de Lauro Ayestarán. Más allá de la polémica, que ha motivado cientos de debates y estudios, siempre me pareció que si alguien escapaba a esa definición, si alguien no estaba proyectando nada, sino que, por el contrario, en su canto guardaba la riqueza de lo vivencial, lo inédito y lo irrepetible, era el riverense Chito de Mello.

Eugenio de Mello, hijo de Hilda Escobar y Manuel de Mello, nació el 5 de julio de 1947 en Yaguarí, sexta sección de Rivera. De niño se mudó al barrio orillero Insausti, de la capital departamental. Esa doble condición periférica moldeó no sólo su personalidad, sino también su perfil artístico, que siempre intentó amplificar la voz de los humildes, tanto en forma como en contenido.

Al igual que otros referentes del canto uruguayo, hizo escuela al andar. Con la guitarra bajo el brazo desde los 18 años, integró, entre otros proyectos, la peña del payador Gabino Sosa; allí conoció el oficio de la improvisación y a sus referentes, como su venerado Carlos Molina. También acompañó a cantores de aquí y allá, con los que recorrió gran parte de la comarca, incluidos los estados brasileños de Río Grande del Sur y Santa Catarina. Durante la dictadura se ganó el sustento en los boliches montevideanos, en los que cantaban, con el socio de turno, una o dos canciones por local, pasaban la gorra y partían hacia el siguiente microespectáculo. Durante todas estas peripecias actuó conformando dúos o tríos, y siempre relegado a un repertorio popular.

Soy riverense, señores

Ya con medio siglo de vida a cuestas y más de tres décadas de oficio guitarrero, el Chito quiso cantar también sus canciones. Así que en 2002, ayudado por un amigo en la financiación (como para casi la totalidad de su obra), editó Rompidioma, su disco debut. El título hace referencia al mote que los montevideanos dedican a los bayanos por el uso del portuñol. En definitiva, era una provocación, un manifiesto y una síntesis de lo que sería su producción; como afirma el estribillo del milongón que da nombre a la placa: “Soy fronterizo / medio mestizo / sin compromiso / desde gurí / tengo mi doma / no canto en broma / soy rompidioma / y no estoy ni ahí”.

El álbum, que fue un éxito en el departamento, se grabó en el tiempo récord de 45 minutos; por esta razón se pueden escuchar en los valses, chotis, sambas, milongas, gatos y chamarritas que forman el compacto pequeños yerros o pifies que no deslucen el trabajo, sino que, por el contrario, le dan un aura de autenticidad, como si fuera un registro musicológico. Según Fran de Souza, colega y amigo, Chito concluyó: “Pá, si eu subesse qui era táum fácil tiña gravado antes”.

Durante la década siguiente editó otros seis discos: Pa’ toda la bagacera (2002), Dejá pa’ mí que soy cañoto (2003), Véin pra’ca que tinsinêmo (2008), Nauncunfûnda kukumbûnda (2012), Soy del bagazo nomás (2016) y la selección Éin portuñol (2010). Esa repentina y prolífica producción se debió tanto a su genio creativo como a la necesidad, ya que, como solía confesar, subsistía con la venta de discos. A pesar de ello, y burlando las reglas del mercado, en los cedés del riverense se puede leer: “Esta es una producción orejana, por lo que autorizamos su difusión y piratería”. Además, todos estos trabajos se pueden descargar gratis del sitio web chitodemello.blogspot.com.

A tono con su carrera demorada, en 2016 editó por primera vez en Montevideo, por iniciativa de los músicos Rubén Olivera y el artiguense Ernesto Díaz, su admirador y amigo. El disco, que recopiló sus canciones más emblemáticas, se llamó Misturado, título que también hace referencia al hablar fronterizo. Fue editado por el sello Ayuí Tacuabé y está disponible en plataformas digitales. El trabajo resume el universo del artista: salvo por algunas parcas percusiones, se sostiene en su voz rasposa pero cargada de condimentos y en una guitarra que da cátedra sin perder el sabor a madrugada y boliche. Allí están las odas riverenses, la defensa del dialecto, los principios del oficio, el canto comprometido, el bagayo y la bohemia.

“En primer lugar, yo no canto folclore, yo canto canto popular. Yo no tengo prejuicios de ritmos, tengo prejuicio de pavadas. Si un tango es una pavada, no lo canto, y si una milonga es una pavada, tampoco la canto, y de repente puedo cantar una cumbia si tiene fundamento”. Así se definía Chito de Mello en 2011 en el programa televisivo Los Informantes. Anarquista confeso, entendía al músico como uno más de su pueblo, y su oficio estaba al servicio de este, para entretenerlo, pero, sobre todo, para hacerlo visible. Quienes lo conocieron coinciden en que esta postura hizo que se le cerraran varios escenarios y no faltaran los encontronazos con la “oligarquía local”. Sin embargo, por las mismas razones se convirtió en un referente del “bagazo”, la barra, o el proletariado, como solía precisar. Para el gestor cultural Enrique da Rosa, era un tipo muy fraterno: “Estaba al pie del cañón para lo que pidieras. Tanto la parroquia del barrio y la comisión de padres de la escuela como sindicatos, gremios y partidos de izquierda. Tocó en todos los 1º de mayo y, además, si no lo invitabas, él iba igual. Iba y se aparecía como trabajador de la cultura, con su guitarra, y cantaba”.

Yo falo ispañol perfeito

Parte del legado demellense será su estilo guitarrero de raíz criolla pero rítmica abrasilerada, capaz de componer milongas choros y chamarritas baión. A pesar del sabor norteño de su viola, siempre remarcó su pertenencia uruguaya: “De Livramento, copio su asento / pero no miento mi credencial / Soy de la Sesta, duro de cresta / producto de esta Banda Oriental”, dice en Rompidioma. En el mismo sentido, en el samba “Náun véin que náun téin asegura”, recuerda: “Soy de Rivera, bien uruguayo / no me cambiés la nacionalidad”.

Sin embargo, es el uso deliberado del dialecto, el portuñol, el carimbao o, como de Mello lo definía, el misturado, lo que lo convierte en un fenómeno de estudio, tanto a nivel nacional como por académicos y reporteros de distintas partes del mundo. Solía recibir de tanto en tanto a profesionales europeos que llegaban a la ciudad para analizar esa lengua de contacto. Aunque no fue el primero ni el único en adoptar como recurso artístico el habla corriente de aquella zona, nadie, como aseguró el músico Yoni de Mello, expresó con tanta propiedad lingüística esa cultura que les pertenece a todos los oriundos: “Domó el portuñol a punta de un talento innato, irreverente, como [Agustín] Bisio y Olyntho [María Simões], pero con una bandera flamígera de reivindicación social. E hizo del dialecto de los humildes un instrumento de comunicación universal”.

Da Rosa explica la importancia del cantor “rompidioma” de la siguiente manera: “Cuando la gente empieza a investigar la producción del portuñol, se encuentra allá atrás en la historia a Olyntho, a Bisio y, en cierta manera, a Juana de Ibarbourou –que en sus primeros libros, como Chico Carlo, escribe en portuñol–. Pero Bisio y Olyintho mucho, y después Saúl Ibargoyen, escribían en un portugués uruguayo. Y después aparecía [el escritor artiguense] Fabián Severo. ¿Y en el medio qué pasaba? En el medio estaba Yoni de Mello. Pero cuando se encuentran con la prolífica historia musical del Chito es asombroso. Olyntho y Bisio eran muy románticos; Yoni, más costumbrista: te hablaba de los bichos, del campo. Pero el Chito hablaba de la periferia urbana y en primera persona, como un anarquista, como un trabajador, como un tipo solidario con su clase, como un tipo que se enamora y tiene desencuentros amorosos, un tipo muy orgulloso de su identidad de frontera [...]. Otros y otras escribieron en portuñol, pero él le dio un lado, se paró de un lado de la vereda, eligió un bando, y era muy claro cuál era ese bando”.

En las boca de toda la bagacera

El viernes falleció Chito de Mello, en el Hospital Maciel, en Montevideo, y tras unos meses de idas y vueltas entre operaciones y nosocomios. “Como viejo anarco que era, se murió bien a contramano de todo. Un Viernes Santo, a las tres de la mañana, en medio de la pandemia y sin virus. Un cantor irrepetible, que vivió en absoluta coherencia con lo que dijo en sus canciones”, escribió, tras el suceso, el músico Ney Peraza en su perfil de Facebook. Yoni de Mello también lo despidió en la red social, con una foto en la que los tocayos están junto al músico Claudio Taddei, en el marco de la grabación de la serie Cuerdas y vientos, un documento cada día más imprescindible y uno de los pocos registros audiovisuales del guitarrero. Por su parte, Fran de Souza, quien se encargó de grabar el que hubiera sido el sucesor de Misturado, compartió un surco de ese trabajo: una versión de la banda de rock riverense Trabuco Naranjero, de la que De Souza era integrante y que muestra tanto la apertura artística como la irreverencia del veterano cantor. El ahora disco póstumo se iba a titular Naunsó lápis de labio mastó nas boca.

Dos de sus apadrinados continuadores en la tarea del arte mojonero también se despidieron públicamente. Ernesto Díaz volvía del Maciel cuando escribió: “Hermano mío, el cacique muere, pero no deja de pelear. Ni deja que su gente baje los brazos. Yo te vi y te lloré noches enteras de escuchar la música más verdadera, que te brillaba en los parlantes y en los ojos, y enloquecía en la más anacrónica imagen de un barrio perdido en la frontera. Molina, Jacob do Bandolim, Atahualpa. Un honor ser tu amigo y haber aprendido dos vocablos, y que recién empiece tu obra a alumbrar”. Un rato antes, con precisión poética, Fabián Severo sentenciaba: “Era la principal voz de la música y la poesía fronteriza. Era un adelantado, cuando nadie soñaba con mistura, él ya portuñolaba. Era nuestro cacique. Sencillo, humilde, de buen humor. Firme, porque con el arte no se tranza, meu Nego. Los poetas no mueren, quedan encantados. Pero igual, tengo un dolor más grande que mis palabras”.