Una de las razones para escribir estas notas es que me siento muy molesto por la falta de presencia de la sociología en el debate público sobre la pandemia. Parecería que es solamente un problema médico-sanitario y no un problema social, además de ser un problema de la sociedad en el sentido de que la pandemia se expande a través de cómo nos relacionamos para producir la sociedad.

No es mi intención criticar al Ministerio de Salud Pública (MSP) ni a la Universidad de la República porque a ninguna de estas instituciones se les haya ocurrido llamar a cientistas sociales a colaborar en los distintos emprendimientos y diseño de políticas en este momento, como por ejemplo se hace en Francia, país donde se ha llamado a colegas cientistas sociales a colaborar en los equipos de emergencia. No los critico por la simple razón de que nuestra postura ha sido la de asumir una actitud bastante pasiva frente al fenómeno y no pensar en cómo podríamos colaborar, presentar ideas y eventualmente procesar datos u otras aproximaciones cuanti o cualitativas, que permitan reflexionar sobre el tema e incluso generar información para proponer medidas prácticas de cómo enfrentar su expansión.

Un ejemplo concreto: en Francia, cientistas sociales han estimado que cada individuo tiene, en tiempos normales, interacciones físicas con aproximadamente unas 50 a 60 personas diariamente. Pienso que en Uruguay, con una mayor cantidad de personas trasladándose en el transporte público en términos relativos, y con un menor acceso a aplicaciones informáticas, al menos de una gran parte de la población, el umbral de interacciones interpersonales debe ser superior al de Francia. Una de las formas de darles capacidad a las personas para “medir” su confinamiento, a partir de una propuesta de los sociólogos del equipo de emergencia francés, es reducir las interacciones diarias de cada uno con terceros, a no más de cinco personas por día. Esta cantidad es controlable por cada uno, pudiendo dosificar su actividad externa al hogar, asumiendo así un riesgo controlado.

La política gubernamental ha optado por el mecanismo de la seducción-convencimiento más que por el mecanismo represivo para lograr el confinamiento, por lo que se trata entonces de autoconfinamiento. Sin embargo, el mensaje no parece pasar demasiado bien. De hecho, uno puede percibir que las medidas que se han tomado no han sido muy efectivas.

Otra de las medidas en discusión hoy es si debe haber cuarentena generalizada, confinamiento obligatorio, o no. La política gubernamental ha optado por el mecanismo de la seducción-convencimiento más que por el mecanismo represivo para lograr el confinamiento, por lo que se trata entonces de autoconfinamiento. Sin embargo, el mensaje no parece pasar demasiado bien. De hecho, uno puede percibir que las medidas que se han tomado no han sido muy efectivas. Por ejemplo, el pedido de reservar las primeras horas del día exclusivamente para personas mayores en los supermercados no ha tenido eco.

Tampoco parece muy eficaz la medida de que la gente no se vaya de paseo en Semana Santa (¡ya que de Semana de Turismo mejor no hablar!). Más allá de que se han visto algunos autos dar la vuelta y volver a Montevideo, es notorio que la gente está viajando, al este por lo menos. Y además los que se quedan en casa van a charlar a las plazas, a hacer interminables colas ante los cajeros por los pagos de salarios y jubilaciones, etcétera.

Aun sin cambiar esta línea de búsqueda de convencimiento para que la gente se comporte de manera adecuada, ¿no podría pensarse en mecanismos más eficaces para que las medidas que se promueven sean cumplidas por un porcentaje mayor de la población?

Los checos insisten en que su gran medida para bajar la curva de expansión de la pandemia ha sido, además de las medidas generalizadas, la utilización masiva de máscaras entre la población. Sabemos que en nuestro país ha aumentado enormemente la compra privada de máscaras, tanto es así que los precios se han disparado junto al alcohol en gel, etcétera. Aquí tampoco la seducción del gobierno parece funcionar demasiado. La vigilancia de precios sobre estos productos, si la hay, no ha tenido demasiados efectos. Pero lo más importante es que luego de los primeros días, cuando se veía que la población se ponía las máscaras, hoy mucha gente ya no las usa. Daría la impresión de que tener el tapabocas guardado en la casa le da tranquilidad a la gente. Es más, se siente que cuando uno anda con él, lo miran raro o con cierta irritación, quizás porque los hace recordar que estamos con la pandemia encima.

Aun sin cambiar esta línea de búsqueda de convencimiento para que la gente se comporte de manera adecuada, ¿no podría pensarse en mecanismos más eficaces para que las medidas que se promueven sean cumplidas por un porcentaje mayor de la población? Creo que la Facultad de Información y Comunicación de la Udelar podría dar una buena mano en hacer que los mensajes sean más eficaces para los cometidos que se buscan.

Uno podría pensar que lo mejor es la cuarentena tal como la pidieron ciertos médicos, el PIT-CNT y otras organizaciones sociales. El tema es que, si se decreta cuarentena, es necesario acompañarla con algún tipo de medida de control o represiva. Lo peor que puede pasar es que la medida no se respete porque las autoridades pierden su autoridad. Estas medidas represivas pueden asumir un carácter económico progresivo (advertencias, multas, segundas multas más importantes, etcétera), hay países que lo han hecho y aparentemente le han dado resultado. ¿Es posible realizarlo en Uruguay?

Otros países han adoptado medidas más fuertes, como el confinamiento forzoso (meter presos a los que no lo cumplan). Pensamos que países con tradiciones autoritarias han tomado este camino, y países con tradiciones democráticas lo han hecho como última medida posible. Pero ¿en Uruguay estaríamos en condiciones de encarar cualquier medida, sea económica o represiva, para que el confinamiento forzoso se cumpla? ¿Cómo se aplicaría una medida de este tipo en barrios de clases populares, en asentamientos, etcétera? ¿Cómo se aplicaría en familias que tienen hijos pequeños confinados en apartamentos, por ejemplo, sin tener condiciones para restringir la salida de los niños? Creemos que es necesario, también en este tema, tomar en cuenta los aportes de otros profesionales además de de las áreas de la salud.

Pero también aquí los cientistas sociales podríamos aportar con otras de nuestras competencias. ¿Por qué no se conoce el desarrollo de la pandemia a nivel de los barrios u otras unidades administrativas? Ello permitiría políticas focalizadas en unidades territoriales, incluso con posibilidades de establecer cuarentenas según la unidad territorial, si fuese necesario. ¿No tendría la Facultad de Ciencias Sociales que hacer la solicitud de la información al MSP y eventualmente ayudarlo a procesar la información existente, ver qué datos se están recabando y colaborar en el diseño de formularios para que la información sea útil en el diseño de políticas y de seguimiento de la pandemia?

La situación que estamos pasando con la pandemia no permite ahorrar nada del acervo cultural acumulado en todas las disciplinas científicas en el Uruguay, acumulación que obviamente incluye a las ciencias sociales.

Ante la infortunada anécdota de la fiesta de casamiento en Carrasco, se constata que al menos en Montevideo, la llegada del coronavirus al Uruguay se fue por medio de la clase alta. Podría haber sido de cualquier otra manera, por eso hablamos de anécdota. De hecho, las siete personas que han muerto por esta enfermedad fallecieron casi todas en sanatorios privados. Esta constatación nos lleva a insistir en que es necesario pensar en políticas territorializadas de lucha contra el contagio de la enfermedad, al menos en esta fase de la pandemia.

La situación que estamos pasando con la pandemia no permite ahorrar nada del acervo cultural acumulado en todas las disciplinas científicas en el Uruguay, acumulación que obviamente incluye a las ciencias sociales.

Marcos Supervielle es profesor titular de Sociología