Fernando Martín Peña es una figura fundamental de la cultura cinematográfica argentina: en 1991 se formó en crítica e investigación (en el Centro Experimental de Realización Cinematográfica), y en 1993 fundó y dirigió la revista Film. Al año siguiente, cofundó la Filmoteca de Buenos Aires, una entidad privada dedicada al archivo, preservación y difusión de cine en soporte fílmico (quizá la mayor colección de películas en soporte físico del país). Desde ese frente viene cuidando especialmente el rescate y la preservación del cine argentino histórico, pero no sólo: algunos de sus descubrimientos tuvieron repercusión mundial, sobre todo por haber ubicado la versión más completa que se conoce del clásico Metrópolis (1927, de Fritz Lang), así como la versión definitiva del corto The Blacksmith (1922, de Buster Keaton). Desde 2002 es el responsable de la programación cinematográfica del MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), es autor o coautor de una decena de libros de crítica o de aspectos históricos del cine, fue uno de los que idearon el BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente), y su director artístico de 2004 a 2007, y también fue, en cuatro ediciones, el director artístico del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Es decir, tuvo a su cargo los dos festivales de cine más importantes de Argentina.

Joyas que quedaron al margen

En 2012 emprendió, junto con su compinche, el coleccionista de cine Fabio Manes, el Bazofi, una muestra anual paralela al BAFICI. Con la premisa de que todas las proyecciones son en fílmico, y con entrada gratuita, el Bazofi tiene un criterio anticanónico. Las películas son de archivo y realizadas en distintas épocas. Buena parte del repertorio consiste en títulos bizarros (un término que, según se dice, Manes puso de moda), o clase B, o “de género”. De algún título quizá se pueda decir, con criterio perverso, que “es tan malo que está bueno”. Pero la tónica del festival, según como la interpreto, no es reírse de los films presentados, ya que muchas de las películas tienen valores que no pasan por lo ridículo, aunque quizá, para apreciarlas, puede hacer falta despojarse de ciertas actitudes estéticas establecidas para poder sumarse a la mirada lúdica, vital, abierta y sensible. Varias son, sencillamente, joyas que quedaron fuera del rango de los libros de historia y de los resultados de las votaciones de “lo mejor de todos los tiempos”.

Fabio Manes murió en 2014, y desde entonces Peña siguió solo con el Bazofi, que mantuvo un éxito muy consistente. Tuve la oportunidad de asistir a algunas funciones en un par de ediciones, cuando hice breves escapadas mientras cubría el BAFICI. Es una gozadera ver esas películas en ese contexto: la lucidez y el humor de las presentaciones que Peña suele hacer antes de cada función, la belleza (que rara vez experimentamos en los últimos 15 años) de la proyección en fílmico (incluido el placer nostálgico de reencontrarnos con las rayaduras, o eventuales pequeños saltos, de alguna copia gastada) y de compartir el momento con un público cómplice.

La agachada digital

Este año, debido a la emergencia sanitaria, el Bazofi no se hará en su formato habitual, pero sí se va a emprender en versión virtual, bautizado, para el caso, Barbizofi. Para quienes viven en Buenos Aires y solían curtir las proyecciones en fílmico, es triste que no se pueda hacer como siempre, aunque también es un consuelo, en circunstancias de resguardo obligado, que se haga al menos de esta manera. Para quienes viven en otras partes del planeta es una noticia maravillosa, porque estará accesible a quienes nunca pudieron acudir al Bazofi.

En un comunicado se establece: “Manes y Peña, los emperadores del BAZOFI, odiamos y seguiremos odiando por siempre los formatos digitales. Que la agachada de hacer en digital esta edición no les haga pensar que ese odio se ha modificado. Simplemente hemos decidido una conveniente tregua, habida cuenta de la dimensión del mal que nos acecha, para así poder garantizar un lindo BAZOFI para todos y todas”.

El Barbizofi abre hoy y se extenderá hasta el domingo 3 de mayo, y las películas sólo permanecerán 24 horas en línea. El criterio fue acercar la experiencia a la de un festival presencial, con funciones a horas fijas, precedidas de una presentación, y que los espectadores sepan que están comulgando, aunque sea en forma espiritual-virtual, con otros que están viviendo lo mismo al mismo tiempo. Esto es una pena a nivel periodístico, porque cuando comente las más notables que haya podido ver, ya habrá pasado la oportunidad de acceder a ellas, al menos de manera legal.

Programación

En general, habrá dos funciones diarias, de lunes a viernes, a las 18.00 y a las 21.00 (dejando espacio, a las 20.00, para la habitual transmisión de Filmoteca Online). Y los fines de semana habrá funciones a las 18.00, a las 20.00 y a las 22.00. Las transmisiones serán por Youtube, gratuitas, pero hay que inscribirse (bit.ly/barbizofi), y se puede consultar la programación en su página de Facebook. Allí verán alusiones a algunos ciclos, pero estos rara vez llegan a dos títulos: son más bien gestos humorísticos que contribuyen a enmarcar cada película. Va un muestreo de algunos de ellos: Films con gente enojadísima; Il giallo nostro di cada Bazofi; Grandes cantantes en el cine mudo; Films con pandemia y zombis caníbales radiactivos; Superproducciones polacas sobre el antiguo Egipto; Vampiras lesbianas. Bajo estas y otras etiquetas, la programación incluye cine clásico de Hollywood de distintas décadas y géneros, artes marciales de Hong Kong, terror ítalo-hispano-mexicano, algún clásico alemán de la década del 30, peplum italiano, distintas vetas de cine experimental mudo, cine de fantasía soviético, un ejemplar de canadianploitation, películas del primer mundo dirigidas por argentinos, y muchos etcéteras.

Descontadas las 30 o 40 mejores que hay en Netflix y que probablemente ya viste, esto es mucho más entretenido y enriquecedor que todo el resto. Y es gratuito. Y es ahora o nunca. Nos vemos (espiritualmente) ahí.