A lo largo de la historia, el ser humano ha reflexionado acerca del mundo que lo rodea, desde la construcción de las grandes civilizaciones humanas hasta el origen del universo. La búsqueda de respuestas a interrogantes latentes sobre la naturaleza es una constante desde los principios evolutivos. Entonces, ¿cuál es ese motor que nos motiva a mirar hacia afuera? El interés por conocer y explorar el mundo natural retrotrae a nuestros sentidos más primitivos de adaptarnos y sobrevivir.

En este equilibrio humano, animal y ambiental interactúan diversas poblaciones, que comparten las mismas fuentes de energía, que se benefician de los intercambios inherentes de esta relación y se adaptan a los ambientes dinámicos. Sin embargo, en tiempos contemporáneos, la coexistencia con los biosistemas ha degenerado esta armonía, atentando contra su integridad y generando el caos en una fuerza externa llamada “el gran cambio climático”.

Tanto es así que los desequilibrios de la interacción humano-animal impactan negativamente sobre la salud de las poblaciones, emergiendo las enfermedades infecciosas en su máxima expresión, las zoonosis. Básicamente, estas son enfermedades que se transmiten de los animales a los humanos y pueden ser tan banales como una reacción en la piel hasta crear el potencial para viralizar a la humanidad y coronarla de un nuevo presente.

La llegada del coronavirus ha revolucionado el mundo entero, en lo que constituye una amenaza a la salud pública y un atentado a la estabilidad económica global. Por un lado, la toma de decisiones para la salud pública implica el control de la epidemia; por otro lado, el interés primordial de la economía es mantener encendido el motor mínimo imprescindible para salvar la producción, sostener el mercado y autoabastecer el consumo mundial. De hecho, estas dos caras se enfrentan en una gran encrucijada y se debaten en un mar de incertidumbre para dar respuesta eventual a la emergencia sanitaria.

Pero también podemos vivenciar la desestabilización y el aislamiento social como una verdadera crisis existencial, en la que florecen los cuestionamientos éticos y filosóficos profundos de nuestra cotidianidad, nos replanteamos nuevas direcciones de lucha, nos abrimos a los problemas emergentes y nos permitimos mirar horizontes donde antes no existían. La novedad genera inseguridad, a la vez que augura la transformación.

Es evidente que nuestro accionar, planteado tal cual lo vivíamos, ya no es viable ni debe volver al inicio. Los tiempos de la revolución industrial hicieron que estallara el trabajo mecanizado, y no fue sino hasta finales de la década de 1980 que finalmente se empezó a cuestionar este crecimiento explosivo, produciendo en cadena para abastecer la población humana a expensas de la explotación de los recursos finitos, agotables y sintientes, en caso de los animales de producción.

Hoy los sistemas de producción agropecuarios masivos sostienen la base de la alimentación mundial, generando mayor producto en cantidad pero no mejor en calidad, y menos a la hora de disminuir el impacto ambiental. En este proceder está en juego la forma de producir nuestros alimentos, el procesamiento, la salubridad y la sanidad de estos y, finalmente, el consumo responsable de lo que pretendemos para nuestro bienestar.

La biodiversidad del planeta sostiene los ecosistemas globales y nutre a los ciclos de la vida, entre ellos los del agua, el suelo y el aire. Es responsable de diversos fenómenos tan imprescindibles para la vida terrestre como la polinización de las plantas, la regulación de la temperatura planetaria, y la renovación y conservación de los recursos naturales. Estas redes funcionan como un gran sistema, en el que el todo global no es más que el conjunto de sus componentes y las interacciones complejas entre ellos.

La pérdida de la biodiversidad repercute en todas las dimensiones de nuestras vidas, desde el abastecimiento de la materia prima y la contaminación de los recursos hasta encauzar varias de las guerras posmodernas. Si bien han existido esfuerzos regionales e internacionales para proteger a las especies y sus hábitats, continúan siendo ineficientes, y las problemáticas asociadas generan estragos para la salud y la economía global.

En referencia a la interacción humano-animal, cabe destacar que la génesis de este caos empieza por este simple acontecimiento: si los seres humanos persisten con hábitos y conductas perversas de maltrato y comercialización de animales, tal como se plantean en las condiciones actuales, no habrá civilización humana en el mundo que resista a las consecuencias nefastas de estos vínculos negativos.

Vivimos tiempos de cambios y de incertidumbre que, lejos de significar días grises, brindan posibilidades para redimensionar nuestro presente.

Entonces, ¿cómo seguimos? Hoy, más que nunca, se vuelve necesaria la búsqueda de metodologías que se adapten a los tiempos presentes, que analicen las demandas y respondan asertivamente a los problemas actuales, que velen por la protección de nuestro entorno natural, garanticen el bienestar y la integridad de las personas, y, finalmente, generen los cambios necesarios para potenciar el desarrollo de las sociedades contemporáneas.

Acuerdos internacionales

No estamos y nunca estuvimos solos. Ya hemos sido testigos del efecto globalizador de las enfermedades, que finalmente impactan en la salud y en la economía nacional. La creación de organismos y esfuerzos interinstitucionales y colaborativos de trabajo propician el diálogo y el intercambio, permiten compartir realidades comunes y predecir comportamientos humanos que necesitan un abordaje sistémico para afrontar las situaciones emergentes. Los escenarios límite y de desborde pueden aislar y producir vacío, pero a la vez pueden generar oportunidades de unión, sentimientos proactivos y de superación, para finalmente encontrar soluciones integrales.

Sostenibilidad y acción global

Implementar acciones sostenibles supone que las intervenciones de tipo social, económico, financiero, ambiental y cultural son, por un lado, redituables y, por otro, potencian el desarrollo global de las comunidades. Las dinámicas económicas emergentes dirigen las riquezas a mercados innovadores y al uso de energías renovables.

La sostenibilidad económica es la que desarrolla los modelos de producción y mercado altamente eficientes para aumentar el consumo local y solventar las demandas, a la vez que generan el menor impacto negativo posible sobre el ambiente. Es decir, modelos que elaboren productos de mayor calidad, que potencien el desarrollo de las comunidades y que puedan proteger los recursos naturales disponibles. De este concepto se desprenden la sostenibilidad ambiental y la resiliencia climática. Hoy en día, las gestiones que impliquen intercambio con el ambiente deben conservar su estado y proteger las especies habitantes.

La adopción de modelos democráticos, socioeconómicos y ambientales sustentables es una cuestión de derechos, un lenguaje universal para todos y todas. El equilibrio de la interacción humano-animal-ambiental, finalmente, resulta en el estado completo de salud de las poblaciones, conservando el bienestar y disminuyendo la carga total de problemáticas. Los enfoques de salud global prometen, inspiran, y son oportunidades para incorporar un nuevo chip de información a la institucionalidad, a la legislación y a la formación, así como instancias creativas para proponer marcos teóricos y prácticos de abordaje integral en la salud.

La educación es el futuro

No hay mayor herramienta en la historia de la humanidad que vele por los derechos, la autonomía y la libertad de los estados que la educación. Somos ciudadanos del mundo y, como tales, compartimos aprendizajes y valores entre los países. La ciencia, la academia y la educación son los pilares para la construcción de las civilizaciones del porvenir, y las nuevas generaciones pensamos y actuamos con los códigos contemporáneos, apostando a nuevas formas de vivir en nuestro tiempo.

La diversidad de pensamientos, el aprendizaje de nuestros ancestros y las prácticas más variadas son cualidades de las poblaciones que construyen identidades únicas e irrepetibles, y, por tanto, merecen una oportunidad para desprenderse de los modelos hegemónicos dominantes, que arrollan las diferencias y extinguen las formas diversas de vivir armoniosamente con el mundo natural circundante.

Nos resta por aprender que no somos invencibles, que la línea fina entre el orden y el caos es sólo imaginaria, que la vulnerabilidad extrema nos separa, en tanto que nos une en lazos sociales interdependientes y colectivos para hacer frente a las emergencias que llegan para modificar sustancialmente nuestras vidas.

En este intento por adaptarnos y volver a estados nuevamente equilibrados, se abren ventanas para la reflexión, asumiendo que la responsabilidad no está puesta más que en nosotros mismos. Vivimos tiempos de cambios y de incertidumbre que, lejos de significar días grises, brindan posibilidades para redimensionar nuestro presente y, finalmente, apelar a la conciencia humanitaria como estrategia global para tomar nuevos rumbos.

Evelyn Segredo es doctora en Medicina.