Incertidumbre severa y subrepticios cuestionamientos, insoportable zozobra con momentos de euforia irracional: atrapados en nuestras casas, es probable que nuestra cabeza se mueva por estos lares, a menudo costeados por el arte visual. Tal vez una inmersión en productos en torno al arte contemporáneo, que lo mire, se distancie y emita el veredicto, puede resultar, en nuestra cautiva condición de espectadores sólo digitales, lenitivo e incluso divertido (en el viejo, buen sentido de “divergir”, en este caso, de la pesadillesca realidad). Nada mejor entonces que zambullirse en el universo de lalulula.tv, sitio web que entra este año en su décimo aniversario y que es una mina de oro para quien es curioso de ver qué se ha producido y se produce audiovisualmente alrededor del arte plástico, sobre todo actual.

El proyecto arrancó en 2010 de la mano de la artista argentina Luciana Ponte, en un deseo de recopilar el discurso que, desde “el video” (enfática y un poco candorosamente definido, en la página, “el nuevo libro”), se está haciendo sobre el arte, sin evidentemente importar el género: de hecho, el disparador para Ponte fue la visión de School of Saatchi, un reality show de BBC, de 2009, en el que unos artistas competían para entrar en las (desgraciadas) gracias del multimillonario y “mecenas” de los sensation’s artists (Hirst y familia), Charles Saatchi. A partir de entonces, la argentina fue acumulando todo tipo de audiovisuales, tanto de ficción como documentales (pero, como anticipamos, excluyendo piezas de videoarte para focalizarse sobre el “sobre” y no sobre la “cosa” en sí), para que “mis amigos pudieran ver este material que iba encontrando y que no estaba disponible en ningún otro lado”, como revelaba hace años en una entrevista.

Al poco tiempo ya no era una cuestión de amigos, sino una suerte de megacuratoría audiovisual temática abierta a todos, pero también errática, donde, codo a codo, estaban (y están) creaciones casi amateurs, megaproducciones de John Houston y exquisiteces de Peter Greenaway, entre docenas de otras. Además de poner en circulación ciertos ítems raros, la idea de Puente fue, desde el vamos, la de volver el material aún más accesible (a los hispanohablantes) mediante el subtitulado, que empezó a hacer sola, coadyuvada al poco tiempo –dada la ingente cantidad de trabajo– por un grupo de voluntarios al que denominó ClubSub (y que tiene también un foro de discusión).

El eclecticismo de la amplia selección de títulos está, de alguna manera, ordenado bajo secciones que facilitarían la búsqueda (si no se elige un siempre posible y ameno plan flâneur/ flâneuse): “cine” (a su vez divido en “ficciones”, “documentales” y “semificciones”), “cortitos” (píldoras a veces sabrosas, como un rescate de Frida Kahlo firmado por el grupo Asco), “documentales” (esta vez aunados bajo sus productores, por ejemplo la Tate Gallery), “de autor” (entre otros, un nutritivo paseo por el arte moderno en 19 episodios guiado por Marta Traba) y “TV” (con series, realities, etcétera). Si bien hay un puñado de contenidos a los que se accede sólo haciendo una pequeña “donación” para los subtituladores, la gran mayoría de los videos es de consumo gratuito: propongo acá una miniselección de perlas.

Amo a Dick (I love Dick, Jill Soloway, 2017). Serie basada en una de las “biblias” del feminismo yanqui, la homónima novela epistolar de Chris Krauss publicada en 1997. Quintaesencia de lo indie, los episodios, que agotan felizmente todo lo “experimental” videonarrativo, se centran en la obsesión de la protagonista por un venerado artista en atuendo cowboy y lucen una agenda feminista refregada continuamente en la cara del espectador, autorreferencialidades varias, sexo, ataques sutiles y gruesos al narcisismo del mundo del arte, cerebralismos excesivos. En fin, un deleite.

El banquete telemático, de Federico Klemm (1994-2002). Programas monográficos sobre arte conducidos –o más bien descarrilados– por ese artista, mecenas, coleccionista y galerista que, de ser blanco de buena parte de la inteligencia porteña de los 90 (se lo veía, tal vez con un poco de razón, demasiado warholiano y, por ende, menemista), ha pasado a ser en la actualidad una figura de culto. Explotando espeluznantes efectos electrónicos, en un set con obras de arte auténticas y a menudo valiosísimas (su rica colección está todavía custodiada en la Fundación Klemm), con un lenguaje corporal a mitad de camino entre un robot ampuloso y un mago de cabaret, ropa estruendosa, pelucas llamativas, momentos performáticos, y la complicidad del crítico Carlos Espartaco, da vida a unas “clases” sobre arte a veces cuestionables, pero nunca banales, y bienaventuradamente ajenas a cualquier estándar televisivo, incluso de hoy. Sobresalen el episodio dedicado al Kitsch, obviamente una suerte de “efecto Droste”, y otro sobre Oscar Bony, en el que Klemm dispara literal y dichosamente al televidente.

Nicola Costantino: la artefacta (Natalie Cristiani, 2015). Aparentemente un diario de la trayectoria de la “polémica artista argentina” (toda una etiqueta), guionado por ella misma, en realidad un seco statement de poética, con insistencia en imágenes de sus manos que cortan, pliegan, rellenan, cocinan, cosen, perforan e incluso matan. Carne, piel, cuerpos (animales y humanos) son su arcilla: Costantino se mueve ágil entre Thánatos y Eros (ver, por ejemplo, el jabón hecho con su propia grasa, con el que luego se lava sensualmente) en dirección tórridamente egotista, mientras el film llega a su apogeo cuando, durante embarazo, parto y posparto, se hace acompañar por un inquietante doble de ella (un muñeco de tamaño natural) que se va desgastando. Una sola posibilidad no aprovechada, tal vez: insertar algún comentario sobre la intervención que Cristina Kirchner hizo a su envío a la Bienal de Venecia en 2013, cuando la presidenta volvió “patriótico” un trabajo de Costantino sobre la faceta íntima de Eva Perón, añadiendo videos “históricos” y cambiándole el título a la obra.

El Mesías salvaje (Savage Messiah, Ken Russell, 1972). Aunque dotada de varios defectos, por ejemplo explorar y explotar el mito del artista joven, rebelde, genial y bribón, la película del inglés es sin dudas una de las mejores biopics sobre artistas jamás hecha: en estilo Russell del más puro y delirante, apenas muestra la obra del escultor Henri Gaudier-Brzeska para focalizarse en la relación (platónica y atormentada) del joven con una escritora polaca bastante mayor que él, Sophie Brzeska, que le cambia la vida. Vida que se apaga a los 24 años en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, pero sin que la cinta derrame media lágrima. Bonus: las estenografías están a cargo de Derek Jarman, futuro director destacadísimo, autor de otra biopic trascendente, Caravaggio (también visible en lalulula.tv).