Hace muchos años había un rey aficionado a los trajes nuevos, que le gustaba vestir con la máxima elegancia.

Hace un par de meses, en un pequeño país al oriente de un río de pájaros pintados, asumía un nuevo gobierno.

La ciudad en que vivía el rey era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y un día se presentaron dos embaucadores que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas por ellos confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera tonta.

Un día llegó desde el extranjero un virus nuevo y desconocido en el país, que cambió los planes y provocó que se decretara la emergencia sanitaria.

–Que se pongan enseguida a tejer la tela– dijo el rey. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.

La pandemia implicó inmediatamente el anuncio de medidas necesarias para cuidar la situación sanitaria de la población: distanciamiento social, cierre de escuelas, teletrabajo. La circulación de personas se redujo al mínimo. Como en otros países, generó consecuencias económicas: miles de trabajadores formales fueron enviados a seguro de paro; miles de trabajadores informales se quedaron sin ingresos. El dólar se disparó, verificando el mayor aumento mensual desde la última crisis económica, ocurrida hacía casi 20 años. El nuevo gobierno, enfrentado a una situación inesperada, rápidamente comenzó a tomar medidas. En relación con la población más vulnerable, anunció medidas de refuerzo de transferencias monetarias y una canasta de alimentos.

Un informe de una calificadora de riesgo planteó que el país contaba con colchones financieros para atender la crisis, y resaltó la solidez institucional y el nivel de liquidez externa. Un informe de la academia planteó que las medidas tomadas por el gobierno eran positivas e iban en la dirección adecuada, y que medidas más ambiciosas podrían llegar a mitigar o evitar el aumento de la pobreza.

En la televisión comenzaron conferencias de prensa diarias del gobierno en horario central, transmitidas por todos los canales, en las que se informaba a la población.

“Me gustaría saber si avanzan con la tela –pensó el rey–. Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él”.

Varias empresas cerraron sus puertas temporalmente ante la disminución abrupta de la demanda. En respuesta, el gobierno anunció nuevas medidas: postergación de pagos impositivos, facilidades de crédito y una ampliación del sistema de garantía de crédito a las empresas.

Una encuesta realizada por una cámara empresarial mostró que nueve de cada diez empresas de comercio y servicios habían visto afectado su nivel de ventas y que las más afectadas eran las microempresas. Un tercio de los empresarios consultados consideraron que las medidas desarrolladas hasta el momento eran adecuadas.

En la televisión un politólogo instó a la oposición a exhortar con más énfasis que la gente se quedara en casa. La ministra de Economía y Finanzas planteó en una entrevista televisiva su visión sobre la crisis y las políticas que se estaban desplegando, asegurando que los recursos necesarios estarían disponibles. El periodista le preguntó si se sentía cansada por tener que trabajar tantas horas.

El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. “¡Dios nos ampare! –pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas–. ¡Pero si no veo nada!”. Sin embargo, no soltó palabra.

–¿Qué? ¿No dice vuestra excelencia nada del tejido? –preguntó uno de los tejedores.

–¡Oh, precioso, maravilloso! –respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes–. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al rey que me ha gustado extraordinariamente.

Las solicitudes de seguro de paro siguieron creciendo, alcanzando las 150.000, una situación inédita en la historia nacional (el pico máximo de altas mensuales había sido de 11.500 en la última crisis). El gobierno anunció nuevas medidas: flexibilización del seguro de paro tradicional mediante un régimen de subsidio de desempleo parcial.

Un informe académico planteó que las medidas iban en la dirección correcta, pero hizo un conjunto de propuestas adicionales, dirigidas en particular a los trabajadores más vulnerables: flexibilizar el acceso para asalariados no protegidos e incrementar la duración y montos del subsidio para aquellos casos que ingresaran en situación de pobreza.

En la televisión el ministro de Defensa Nacional destacó que el gobierno era reconocido internacionalmente por su liderazgo político, certidumbre y transparencia. En un programa de la tarde un analista valoró muy positivamente la estrategia de comunicación del gobierno.

Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el rey quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar.

–¿Verdad que es admirable? –preguntaron los dos honrados dignatarios–. Fíjese, Vuestra Majestad, en estos colores y estos dibujos –y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.

–¡Oh, sí, es muy bonita! –dijo–. Me gusta, la apruebo. –Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío.

Para hacer frente a la crisis, el gobierno anunció la creación de un fondo especial de 400 millones de dólares. Este fondo se nutriría de varias fuentes, como un nuevo impuesto para los funcionarios públicos y jubilados de altos ingresos, o donaciones de particulares. Se anunció un redireccionamiento de recursos de institutos de investigación agropecuaria y de carne para brindar recursos al fondo.

Un informe académico presentó un relevamiento de las importantes medidas para combatir la crisis que tomaban diferentes países del mundo. Advirtió la necesidad de aplanar la curva de la crisis económica, y manifestó que las medidas tomadas en el país eran positivas pero que aún estaban lejos de los estándares necesarios para hacer frente a la situación actual y frenar el aumento de la pobreza.

En la televisión, a partir de la decisión de redirigir recursos de los institutos, se anunció que las gremiales agropecuarias habían donado 100 millones de dólares al nuevo fondo. En una nueva conferencia de prensa diaria en horario central transmitida por todos los canales privados, el gobierno destacó que nunca se había usado el recurso de cadena nacional, y que lo peor ya había pasado.

Quitose el rey sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al rey por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.

–¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! –exclamaban todos–. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!

De este modo echó a andar el rey bajo el magnífico palio, mientras desde la calle y las ventanas se decía:

–¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del rey! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso!

Se anunció la transición a una nueva normalidad. La inflación superó el 10%; los precios de los alimentos aumentaron 19%. Se envió al Parlamento una ley ómnibus de 500 artículos bajo el mecanismo de urgente consideración. Se mantuvieron los recortes de inversión y gasto público planificados. Se celebró el Día de los Trabajadores sin el acto tradicional del movimiento sindical.

Un informe de un banco de desarrollo sobre los recursos destinados en la pandemia mostró al país, en relación con los gastos anunciados (excluyendo los créditos a empresas), en los últimos lugares en su continente, que a su vez se ubicaba muy por detrás del resto del mundo. Planteó que la región enfrentaba una crisis sin precedentes y necesitaba asegurar rápidamente los fondos necesarios para combatir la pandemia y reducir su impacto negativo sobre la economía, la desigualdad y la pobreza.

En la televisión se mostraron algunos fragmentos, el 1º de mayo, de una conferencia de prensa que dio el movimiento sindical, ya que la cadena nacional solicitada no había sido concedida. La conferencia del ministro de Trabajo y Seguridad Social de ese día también fue transmitida, en este caso de forma íntegra. En los informativos los minutos dedicados a las noticias policiales, desplazados por las noticias sobre el virus, descendieron drásticamente. Aumentaron los homicidios; un diario tituló que se había verificado un brusco descenso. Se envió al Parlamento una nueva ley de medios que eliminaba la mayoría de las disposiciones de la regulación anterior, en sintonía con los planteos de los canales privados. El director de los medios de comunicación estatales envió una nota diciendo que todos los contenidos informativos y periodísticos debían de ahora en adelante ser consultados previamente.

–Pero... ¡el rey está desnudo! –exclamó de pronto un niño.

De pronto, un informe académico presentó una estimación del aumento de la pobreza por la crisis, principal preocupación de los informes anteriores, pero hasta el momento no calculado. El informe mostró un panorama claro: 100.000 personas habían caído bajo la línea de pobreza. Si bien la crisis, causada por un shock externo, claramente no era responsabilidad del gobierno, sí lo eran las medidas planteadas para mitigar sus efectos. El informe calculó que las medidas de transferencias desplegadas, que representaban 400 pesos por persona por mes, lograban una moderación en el aumento de la pobreza, pero eran insuficientes para contenerlo.

–¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! –dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.

El informe planteó que con una inversión de 22 millones de dólares mensuales podría evitarse el aumento de la pobreza, por lo que era posible reducir en mucho mayor medida los efectos negativos de la pandemia sobre la pobreza. Varios medios de comunicación levantaron el informe. Los investigadores fueron invitados a algunos programas de televisión.

–¡El rey está desnudo! –gritó, al fin, el pueblo entero.

(*) El autor agradece a Hans Christian Andersen por haber escrito la mitad de este artículo en 1837. Los informes técnicos referidos son, en este orden, los siguientes: