Allen Ginsberg leyó por primera vez el verso en el que aseguraba haber visto a las mejores mentes de su generación destruidas por la locura, el comienzo de su revolucionario Aullido, en un taller mecánico de San Francisco, reconvertido en pequeña galería de arte y bautizado Six Gallery. Aquella lectura que sucedió en octubre de 1965, considerada hoy el acto fundacional de la poesía beat norteamericana, fue responsabilidad de un joven que entonces tenía 22 años, relativamente recién llegado a la ciudad, llamado Michael McClure. Sesenta y cinco años más tarde McClure era, junto con Gary Snyder, uno de los últimos sobrevivientes de los poetas de aquella noche iniciática. Pero ahora sólo queda Snyder: la noticia es que a comienzos de este mes McClure falleció con 87 años, víctima de las complicaciones posteriores a un infarto.

Los obituarios que informan de su muerte recuerdan que, además de su rol en aquella lectura, también supo ser conocido por una obra de teatro llamada The Beard, que imaginaba un imposible encuentro entre Jean Harlow y Billy The Kid. Por su lenguaje obsceno y, más que nada, por el sexo oral que debía llevarse a cabo en escena, la obra se hizo famosa porque cada vez que era interpretada sus actores generalmente terminaban presos. Un reseñista escribió que eran dos las ovaciones que recibían cada noche: una cuando terminaba la obra, y la otra cuando la policía se los llevaba arrestados.

Confieso que nunca supe demasiado de McClure, pero me enteré de su muerte antes de leerla en los diarios estadounidenses siguiendo el Instagram de Jim Jarmusch, cuya cuenta es una suerte de brújula del beat y de todos sus pre y pos posibles. Tampoco tenía muy presente The Beard, pero leyendo sobre ella me doy cuenta de que debe de haber servido de influencia para uno de los libros fundamentales de mi adolescencia, La intersección de Einstein, de Samuel R Delany, que imaginaba la posibilidad de semejantes encuentros entre figuras –o sus avatares, en todo caso– de la cultura popular, convertidos en mitos similares a los griegos.

Pero sí tengo presente a McClure dentro de la cultura rock, ya que es uno de los poetas que declaman desde el escenario en The Last Waltz –recita versos de Chaucer–, la legendaria película de Martin Scorsese que retrata la despedida de The Band. Fue amigo de Jim Morrison y asegura haberlo inspirado a editar sus libros de poemas. “Cuando nos conocimos en un principio no nos llevamos muy bien”, contó alguna vez. “Yo tenía el pelo largo, él también. Yo tenía pantalones de cuero, él también. Pero, una vez que empezamos a beber, nos entendimos muy bien”. Además, en sus lecturas solía presentarse con una compañía musical que, cuando era posible, se trataba nada menos que de Ray Manzarek en piano. Pero, principalmente, McClure figura como uno de los autores de uno de los temas más eternos de Janis Joplin y también del rock como cultura: “Mercedes Benz”. Si bien tanto la Joplin como Bob Neuwirtz firman el tema con él, algunos artículos que han ido apareciendo después de su muerte precisan que era algo así como un chiste que McClure solía recitar e ir improvisando en reuniones de amigos, y que Joplin hizo propio y terminó grabando por insistencia de Neuwirtz, cuándo no, un hombre que estuvo en todos lados: se lo puede ver en su histórico rol como uno de los coconspiradores de Bob Dylan en el documental sobre la Rolling Thunder Review que aún está disponible en Netflix.

La despojada interpretación de “Mercedes Benz” es uno de los momentos más inolvidables de Pearl, el multivendedor disco que salió apenas tres meses después de la muerte de Joplin, y seguramente sólo se ganó un lugar precisamente por eso, ya que vaya uno a saber si un disco “normal” y no póstumo hubiese incluido un tema a capella. Durante mucho tiempo fue una de esas canciones que cualquier mujer que quisiese cantar rock tenía que saberse o al menos intentar hacerlo –algo parecido a lo que sucedía con los guitarristas y “Escalera al cielo”–, y su ironía anticapitalista terminó dando una vuelta sobre sí misma décadas más tarde, cuando la firma Mercedes Benz la utilizó para uno de sus comerciales. No hay nada que hable más y mejor del rock y el capitalismo que semejante parábola.

Yo te saludo, McClure, porque Dios no te compró un Mercedes Benz. Y porque, si lo hiciste con las regalías de aquel aviso, que valga como revancha por todos los que merecieron algo similar y nunca consiguieron los medios para hacerlo.