Estoy muy agradecido por la crítica a mi nota anterior publicada en la diaria, “Origen, impacto sanitario y perspectivas de la pandemia covid-19”, hecha por la doctora Claudia Piccini y el ingeniero Ignacio Stolkin en su artículo “Barajar y dar de nuevo”.

Empezando por el principio, partimos de la base de que el sistema capitalista es injusto y cruel, básicamente porque, a cualquier precio, por su propia esencia, promovió, promueve y promoverá la desigualdad, ya que vive y se nutre de ella. Es imposible entender el capitalismo sin la desigualdad, y esta fue y es cuestionable en al menos cinco niveles:

  1. El nivel de la ética en el abordaje antropológico de nuestra especie, Homo sapiens, como iguales en la diversidad.
  2. El nivel de los derechos humanos, ya que la desigualdad es la principal barrera para el desarrollo de estos derechos: la pobreza y la exclusión son las principales barreras para la concreción de la felicidad pública.
  3. El nivel de la vida y la salud. Como bien define la “comisión de determinantes sociales de la salud” de la Organización Mundial de la Salud, lo que enferma y mata es la inequidad, y solucionar esa brecha es la máxima prioridad.
  4. El nivel de la reproducción transgeneracional de las enfermedades crónicas en los contextos de pobreza, que implica un hándicap prospectivo para los más vulnerados, lo que se ha referido como la base biológica del materialismo histórico.
  5. El nivel de lo medioambiental y el cambio climático producido por los modelos agroindustrial intensivo y el uso de combustibles fósiles, que están en la base de la actual pandemia de covid-19.

Como advierte Harari1, “la fusión de la infotecnología y la biotecnología es una amenaza para los valores modernos fundacionales de la libertad y la igualdad”, ya que el desarrollo científico tecnológico está poniendo a la humanidad en los prolegómenos de una nueva especie mejorada genética y tecnológicamente, claro que en la medida en que pueda pagarlo. La pandemia, de no ser confrontada sistémicamente desde la política, incrementará potencialmente esta dramática situación.

Las convicciones con respecto al capitalismo han estado y estarán divididas históricamente. Existen concepciones en disputa que responden a una expresión profunda del ser humano que tiene que ver con elementos colectivos e individuales. En lo colectivo, no hay mucha duda de que el origen social o de clase marca de manera importante al ser humano. Pero además, en lo recóndito de nuestro cerebro, hay siempre en disputa dos polos de la contradicción: solidaridad versus egoísmo, con respecto a sí mismo y a los demás. Nadie es absolutamente egoísta ni nadie es totalmente solidario, pero de la primacía de cada uno de estos polos de la contradicción dialéctica primará una posición más social y de izquierda o, por el contrario, más individual o de derecha.

Al decir de Engler y Sendic: “A mi juicio, la contradicción principal reside en el cerebro humano, máxima expresión del desarrollo del universo conocido. Está formada por la lucha entre el egoísmo, necesario para la supervivencia del individuo, y la solidaridad, perpetuadora de la raza humana”.

En este contexto, la defensa del modelo capitalista la ha desarrollado históricamente la denominada “derecha”. Una buena definición de derecha la da Corey Robin:2 “La derecha es una política reaccionaria, que se define como oposición a los intentos reformistas radicales o revolucionarios que desafían las jerarquías sociales dadas, sean de clase, raza o género. Esta oposición se intensifica cuando los grupos subordinados se organizan y movilizan”. Más o menos liberales y/o más o menos autoritarias, las derechas del mundo siempre han defendido las virtudes de la concentración del capital, del libre mercado desregulado, de la baja participación del Estado en la distribución y los servicios esenciales. La actual pandemia de covid-19 ha hecho tambalear muchas verdades, que hasta hace unos meses eran indiscutibles, y a nivel local, regional y mundial, sorprende ver a las derechas recurriendo a mecanismos socializantes para enfrentar la crisis.

En el otro polo de la contradicción, las y los “izquierdistas” nos definimos en general, afectiva y racionalmente, las más de las veces más o menos vagamente, como “anticapitalistas”. El prefijo “anti” muchas veces define una concepción per se, sobre todo cuando hay que posicionarse de manera “contrahegemónica” frente a un modelo o concepción instalada fuertemente en la sociedad. Por ejemplo, además de anticapitalistas, las izquierdas se definen en general como “antipatriarcales”, “antioligárquicas” y “antiimperialistas”.

Usamos el plural –izquierdas– ya que la izquierda contemporánea agrupa muchas visiones. Esquemáticamente podemos visualizar tres grandes “familias” de ideas. Por un lado, la visión “socialdemócrata” de los/las que honestamente, a pesar de compartir la injusticia del modelo capitalista, piensan que no es posible trascenderlo hacia un modelo alternativo, por lo cual intentan trascenderlo mediante su mejoramiento, hasta el límite socializante, buscando el fortalecimiento del Estado y la regulación mediante políticas públicas, por ejemplo. En segundo lugar, los/las que consideran que el modelo estatista puro, aunque fracasó históricamente, puede seguir teniendo vigencia, y habría que hacer mejoramientos a este para que trascienda la peripecia del mal llamado “socialismo real”. Por último, en tercer lugar, los/las que creemos que hay que derribar el capitalismo, pero que reconocemos que no hay un modelo alternativo integral que se le contraponga.

Entendiendo el riesgo de que no tener una verdad revelada fortalece el discurso de la derecha de que el capitalismo es lo “normal” para la humanidad, los que así pensamos debemos hacernos cargo de contribuir a generar ese modelo alternativo, en tiempos de revolución informática, de inteligencia artificial, biotecnología y robótica. El socialismo requiere ser redefinido y lo está siendo, desde sus conceptos básicos fundacionales, pero con arrojo e impenitencia. Y este es el momento, ya que la humanidad, perpleja, contempla esta crisis mundial del sistema más devastador y destructor de nuestro ambiente y por lo tanto de nosotros mismos, ya que los humanos sin planeta no existen.

Pensamos que, de acuerdo a la enseñanza histórica de los últimos 60 años, y a la luz del fracaso del modelo progresista redistributivo a escala regional y en el contexto de crisis social producto de la pandemia de covid-19, ser de izquierda y presuntamente revolucionario/a, al menos en esta región, significa intentar integrar de manera indisoluble tres abordajes complementarios e interrelacionados de un proyecto transformador: el abordaje del modelo económico alternativo estructurado, el abordaje de lo referente a la promoción de los derechos, y, por último, el abordaje que se refiere a los valores, como cualidades positivas y reconocibles en las personas.

Con respecto al primer abordaje hacia la transformación, el denominado “modelo alternativo” mantendrá cuestiones del viejo modelo, como por ejemplo el desarrollo del mercado como un motor más del desarrollo. Un aporte para abordar esta fenomenal tarea puede ser, eventualmente, evaluar cuáles son los factores que hicieron al capitalismo hegemónico en la disputa histórica con las izquierdas.

Entre los factores de este “éxito” es remarcable una temprana y provechosa alianza entre ciencia y tecnología y acumulación de capital que promovió un modelo basado en el lucro como impulsor de la sociedad. El capitalismo logró desarrollar un formidable círculo virtuoso que retroalimenta su crecimiento entre el desarrollo científico en primer lugar, la capacidad de implementar la tecnología desde la ciencia en segundo lugar, la vinculación entre ciencia y tecnología aplicadas a la producción intensiva de bienes y servicios, y la confianza de la inversión privada que posibilita y potencia esto. 3 Si tomamos como bueno que este círculo es virtuoso, quizás cambiando algunas piezas se pueda lograr un mejor funcionamiento.

Aparece claro, desde esta perspectiva ultraesquemática, que si en particular se sustituye la inversión privada, prácticamente exclusiva, por la inversión colectiva, con mayor participación estatal, se podría lograr un “nuevo virtuosismo” de este círculo. La prioridad de la ciencia y la tecnología se aplicaría a sistemas sustentables y no al lucro. Un buen ejemplo sería la promoción de la alternativa de la “economía circular” que asegurara, entre otras, la seguridad alimentaria y nutricional, desde una perspectiva de sustentabilidad medioambiental que sirviera para prevenir nuevas pandemias. La promoción de un desarrollo tecnológico orientado a la creación de cadenas que agreguen valor a la producción a escala humana y prioricen el desarrollo local-regional promoviendo la “desglobalización”, una vez que se demostraron los riesgos de la hiperglobalización en la actual pandemia. Esto tendría que acompañarse con una transformación de los mecanismos y medios de producción y de búsqueda de la inversión, sustituyendo el lucro individual por una suerte de reconocimiento social del emprendedurismo, que consideramos inherente a nuestra especie y necesario para el desarrollo, con una participación estatal honesta y eficiente.

Existen experiencias que están promoviendo nuevos enfoques de propiedad democrática de los medios de producción. 4 Sostiene Christian Berry: “No se trata de volver a un modelo de Estado socialista de arriba hacia abajo, aunque la propiedad estatal desempeñe un papel. Tampoco se trata simplemente de modelos de propiedad de los trabajadores de abajo hacia arriba como las cooperativas, aunque también tienen su lugar. La nueva democracia económica se pregunta cómo podemos construir un ecosistema pluralista de propiedad democrática, con activos propiedad de diferentes públicos a diferentes escalas. Esto incluye modelos de propiedad pública, comunitaria, cooperativa y común, a nivel nacional, municipal y comunitario”. Y más adelante, plantea: “Entonces, ¿qué es lo realmente nuevo del concepto emergente de democracia económica de hoy en día? En primer lugar, se basa en un nuevo análisis a gran escala de lo que está mal en la economía mundial y cómo corregirlo”.

El segundo abordaje integrado debe ser de manera irrestricta el de los derechos humanos, de todos los derechos humanos sin excepción, ya que son un cuerpo integrado e integral, no se puede ser conservador en algunos y progresista en otros. Se debe ser coherente. Incluso, se deben generar nuevos derechos, como lo referido a la renta básica universal, como garantía de unidad en la diversidad y las formas democráticas y empoderantes a nivel social, lo que hace 40 años denominábamos poder popular.

En tercer lugar, por último, es imprescindible en estos tiempos tormentosos promover los valores de la laicidad5 y rechazar los dogmas y fundamentalismos de cualquier estirpe, pero que contemporáneamente están alimentando a las derechas más radicales. Los valores, como cualidades positivas de las personas que son reconocidos y valorados por la sociedad y deberían ser un espejo en el cual se reflejaran los y las que quieren acometer la tarea de la transformación, son básicamente: - El valor de la verdad, promoviendo desde el conocimiento científico la resolución de los principales problemas que hoy enfrenta nuestra especie y que se contraponiéndose al pensamiento dogmático y mesiánico. La popularidad que ha asumido la ciencia en épocas de covid-19 es un elemento a remarcar como positivo. - El valor de la solidaridad, que busque en todas las acciones evitar y/o minimizar el sufrimiento en el otro, sobre todo cuando está más vulnerado en sus derechos. La situación actual es también significativa para entender que es necesario pensar en los demás, aun desde la perspectiva egoísta de hacerlo por uno mismo. - El valor de la equidad, desde una concepción de discriminación positiva en pos de un ideal de igualdad: “A cada quien según sus necesidades y cada quien según sus posibilidades”. Para que este valor se concrete son imprescindibles las políticas públicas que lo hagan realidad por encima de las leyes del mercado. - El valor de la libertad irrestricta como modelo integral que habilite el relacionamiento social, siempre en confrontación con los autoritarismos políticos –de cualquier signo– y, también hoy, por el manejo de la inteligencia artificial y el big data. Tradicionalmente la derecha contrapone libertad a justicia; esto es una mentira consuetudinaria, ya que, como expresa el equipo de Entre, 6 “la libertad no es opuesta a la igualdad. Salvo que la libertad que se defiende sea la libertad de quienes se aprovechan de la desigualdad, en cuyo caso no se trataría de defensa de la libertad, sino de las jerarquías”. Desde la izquierda no ortodoxa la consigna debería ser entonces siempre libertad y siempre con equidad, ya que no hay felicidad pública cuando se mantienen los privilegios de unos pocos sobre las mayorías vulneradas históricamente en sus derechos. - El valor de la responsabilidad y la rendición de cuentas en aquella actividad que toque realizar, por ejemplo en la función gubernamental, siendo inflexible con desviaciones como la corrupción, y más allá, promoviendo el compromiso con la humanidad y el planeta. - El valor de la valentía que se requiere para emprender una actividad de transformación y no la adaptación al statu quo.

Estos valores son fundacionales de la izquierda, y los grandes fracasos de esta, más allá o más acá, se deben en gran medida al alejamiento de esos valores.

En fin, parece claro que las condiciones objetivas para la transformación social están dadas con las sucesivas crisis del capitalismo global, de las cuales la actual es probablemente la más grave en un siglo.

En la pandemia aparecen la desesperación y el miedo, que puede propiciar estados de ánimo globales de cambio. Si predomina la reflexión científica y perspectivas de una sociedad más humana, se consolidarán condiciones subjetivas para el cambio hacia el “modelo alternativo”. Sin embargo, si las que predominan son las visiones fundamentalistas y autoritarias, habrá un bloqueo conservador de las condiciones subjetivas de la transformación. Coincidimos entonces en que es el momento de “barajar y dar de nuevo”, para generar una nueva izquierda global con un nuevo modelo y un nuevo proyecto que busque como principal tarea el desarrollo de una “masa crítica” para plantearse razonablemente el cambio.

El primer paso para que las personas elijan participar libre y activamente en este proceso es, desde nuestro punto de vista, la denuncia sistemática del modelo que ha provocado todos los daños arriba analizados. La contrahegemonía se logrará si se puede convencer de lo contrario a muchos convencidos de que el capitalismo es lo “natural”. El calificativo de capitalismo como “salvaje” busca tácticamente, de manera inequívoca, exponer los ribetes más dramáticos del modelo, y por ello creemos que es útil para el proceso acumulación de fuerzas y conciencias. Si logramos avanzar en este sentimiento anticapitalista será más fácil promover un nuevo modelo de desarrollo alternativo, con la más plena promoción de los derechos y desde los valores sociales de la transformación. Es una construcción colectiva que requiere flexibilidad y alianzas, una construcción histórica que implica un formidable esfuerzo por dar renovado sentido a la vida y por lo cual valga la pena el compromiso en todos los ámbitos de nuestra existencia. Como dice José Saramago: “Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizás no merezcamos existir”.

Leonel Briozzo es docente de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República y fue subsecretario del Ministerio de Salud Pública entre 2011 y 2015.


  1. Yuval Noah Harari. 21 lecciones para el siglo XXI. Debate, 2018. 

  2. Corey Robin, The reactionary mind. New York, Oxford University Press, 2018. 

  3. Harari, Y. De animales a dioses, 2016. 

  4. Berry Christian. “La nueva izquierda y la pregunta por la propiedad: ¿es posible una nueva democracia económica?” En la diaria: https://ladiaria.com.uy/AQqK 

  5. Yuval Noah Harari. 21 lecciones para el siglo XXI. Debate, 2018. 

  6. Entre. La reacción. Derecha e incorrección política en Uruguay. Noviembre 2019.