Esta semana comenzó en Paraguay la segunda fase de la denominada “cuarentena obligatoria” impuesta por el gobierno que encabeza Mario Abdo Benítez. La actividad comercial –incluyendo a los shoppings y los comercios de grandes áreas– retomaron sus actividades en todo el país.

El primer caso positivo de la enfermedad se registró el 7 de marzo. Pocos días después, las autoridades sanitarias ordenaron el cierre de fronteras y la interrupción de todas las actividades de la educación, que aún no tiene una fecha de retorno marcada. Como consecuencia de la política de medidas restrictivas, entre las que se impuso una férrea cuarentena que limitó al máximo la circulación de las personas por las calles, los resultados obtenidos fueron buenos: sólo se detectaron 865 casos de covid-19 y únicamente en 11 casos se adjudicó el fallecimiento de personas a la enfermedad viral.

El doctor Ricardo Iramain, director del Comité de Emergencias de la Sociedad Latinoamericana de Cuidados Intensivos, dijo, al ser entrevistado por la agencia de noticias AFP, que la conjunción de “mediterraneidad, aislamiento y cuarentena precoz fue determinante” para los buenos resultados de la estrategia paraguaya ante la pandemia. “Si no interveníamos enseguida, los cálculos más conservadores indican que habríamos tenido más de 15.000 casos”, afirmó al mismo medio de prensa el ministro de Salud paraguayo, Julio Mazzoleni, quien admitió la vulnerabilidad del sistema de salud.

La rápida actuación de las autoridades sanitarias se debió a que, conscientes de las limitaciones de sus servicios de salud, respondieron en forma rápida para evitar el colapso en los hospitales por la sumatoria de los numerosos casos de dengue que existen en el país –donde es una enfermedad endémica– y las enfermedades respiratorias conocidas, a los que eventualmente se agregarían los casos de covid-19, algo que no llegó a suceder.