A lo largo de los años, y especialmente en el último siglo, hemos impulsado un modelo de desarrollo que consume recursos naturales, produce emisiones de gases de efecto invernadero, acorrala a los virus y los obliga a adaptarse. Las mutaciones del famoso virus que nos han llevado hasta donde estamos hoy nos recuerdan la necesidad de mantener un mejor equilibrio en la casa común en la que vivimos. El virus no es responsable del desequilibrio, sino que podría ser una consecuencia de nuestro modelo de desarrollo, la producción extractiva y el consumo no sustentable.

¿Es posible cambiar los modelos de producción y de consumo? ¿Qué rol juegan las ciudades en esa transformación?

De crisis y oportunidades

Si luego de la pandemia nos dedicamos a reconstruir los mismos modelos de consumo y relacionamiento llegaremos, probablemente, a un resultado similar al actual: otra pandemia u otra crisis ambiental global.

La oportunidad de la transformación está en la propia crisis, en un contexto en el cual la economía aminora la marcha tenemos tiempo para pensar y hacernos algunas preguntas sobre el futuro: ¿cómo creemos que será? y ¿cómo queremos que sea ese futuro?

La configuración del comercio global y la retracción de las economías que se pronostican para el futuro inmediato nos hacen recordar la fase de sustitución de importaciones del siglo XX. En el siglo XXI es muy difícil pensar en un país que produzca todos los bienes que consume, si bien es posible un renacer de la producción nacional. ¿En qué sectores de la economía podríamos enfocar la “industria nacional”?

Según los estudios realizados por la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) en el período anterior, y en el marco de la “Estrategia nacional de desarrollo”,1 en Uruguay hay un avance de la economía digital sobre la base del software y las telecomunicaciones, a la vez que la bioeconomía se despliega en la producción primaria, la salud animal y la producción de manufacturas. El documento mencionado plantea que la actual revolución de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), iniciada desde Silicon Valley en los años 70, hoy está en una fase de madurez a través de la inteligencia artificial. El proceso de revolución tecnológica es largo, pero se potencia en la medida que las innovaciones se retroalimentan, acelerando los procesos. Quizás esta pandemia está acelerando el proceso, y los avances en el uso de las herramientas virtuales darán un nuevo impulso al desarrollo de la economía digital y su aplicación a la producción.

En Uruguay la “industria nacional” va de la mano del conocimiento, la innovación y el desarrollo aplicados a la producción, y requiere nuevas habilidades de los trabajadores y las empresas.

Para este salto de calidad la educación es una clave fundamental. La educación a distancia y las plataformas educativas incorporan niños y niñas a nuevas modalidades de aprendizaje y destrezas en esta dirección. No cabe duda de que la crisis sanitaria ha exigido adaptarse a los instrumentos virtuales, y eso dejará su huella positiva.

Por otro lado, la educación ligada al trabajo y la reconversión de los trabajadores –impulsada por medio del Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional– es clave para la rápida incorporación de nuevas competencias a quienes deberán buscar empleo en el futuro. Es claro que mientras las innovaciones aplicadas a la producción hacen desaparecer algunas tareas manuales, también requieren nuevos empleos y tareas creativas, no automatizables.

La covid-19 nos obliga a pensar nuevas relaciones de la producción con los recursos naturales. La generación de bienes e insumos se verá desafiada para impulsar la “producción nacional” bajo nuevas lógicas sustentables.

La economía lineal y la economía circular

La covid-19 nos obliga a pensar nuevas relaciones de la producción con los recursos naturales. En este sentido, la generación de bienes e insumos de fabricación tradicional se verá desafiada para impulsar la “producción nacional” bajo nuevas lógicas sustentables, de bajo impacto ambiental.

La sostenibilidad implica adoptar ciclos circulares de producción, y abandonar los ciclos lineales donde hay insumos, producción y residuos. La economía circular consiste en diseñar la producción en un ciclo similar al de la naturaleza, con el objetivo de optimizar los insumos y la energía –recursos naturales– y reducir la producción de desechos, volviendo a incorporarlos como insumos, en los mismos u otros productos. No se trata de “reciclar” sino que incorpora “las cuatro R”: reducir, reutilizar, reparar y reciclar, en un ciclo continuo. De esta forma se reducen el tiempo, el consumo de energía y los desperdicios, lográndose la producción de objetos que, desde su diseño, tienen previsto el ciclo de producción, uso/consumo, reparación y reciclaje. El ciclo circular logra una nueva relación de la producción de bienes y servicios basada en un mínimo impacto en el ambiente y el cuidado de los recursos naturales.

Desde hace varios años, en Uruguay se han implementado experiencias de economía circular y economía verde de diversa escala, impulsadas por grupos interinstitucionales, con apoyo de agencias internacionales como el GIZ –cooperación alemana– y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

La economía circular propone sustituir bienes por servicios. Para entenderlo con un ejemplo, una fábrica de alfombras que utiliza tejidos de alfombras usadas tiene interés en recuperar las alfombras descartadas. En este ciclo circular, la alfombra deja de ser un objeto que se vende, para convertirse en un servicio que presta la empresa. Lo que se vende es “el servicio” de una alfombra por un tiempo determinado. Cuando la alfombra se gasta, se retira la anterior y se coloca una nueva. Entendido de esta forma, el ciclo disminuye los insumos nuevos y los residuos, optimiza el transporte en ambos sentidos, y sustituye bienes por servicios.

Como ejemplo de economía lineal, la fabricación de electrodomésticos tiene lógicas de producción muchas veces vinculadas a la obsolescencia programada, y no a la reparación o recuperación del objeto. En la economía circular el consumidor compra un lavarropas, no ese en particular. La empresa repara y mantiene el ciclo circular de fabricación del lavarropas que está diseñado para recuperar las piezas y reusar todos los materiales. Un caso conocido por todos es el de las XO o ceibalitas. Fueron concebidas como un producto pasible de entrar en un ciclo circular, con una logística de entrega y retiro, reparación y reutilización de piezas. El diseño del “servicio” está fundamentado en la reparación y no en el desecho.

Las ciudades como concentraciones de población y de producción

¿Qué les vamos a exigir a las ciudades en el marco de la economía verde y circular?

En el proceso de la pandemia se ha vuelto a acusar a las ciudades –y en particular a la alta densidad de población– de ser causantes de problemas ambientales y sanitarios. Si bien la densidad de algunas grandes metrópolis puede resultar insostenible por el alto consumo de energía y emisiones de gases de efecto invernadero, el mayor problema de las ciudades de Latinoamérica es que el área urbana per cápita se expande a un ritmo que duplica el crecimiento de la población. Este es un gran desafío para la gestión pública, ya que el suelo productivo es consumido por la ciudad que se expande –aun sin que aumente la población– y obliga a extender los servicios. Es el caso de Montevideo, que ha crecido a lo largo de las últimas décadas aun disminuyendo en población.

Los servicios públicos en baja densidad resultan muy costosos, si los consideramos per cápita, por lo cual la solución radicaría en encontrar una densidad óptima para brindar esos servicios. Aumentar la densidad en zonas ya urbanizadas y evitar la dispersión urbana –sprawl– sobre las áreas naturales productivas son políticas complementarias de la planificación contemporánea.

Vivir en “el campo” es una fantasía que parece resurgir en momentos de distanciamiento social, si bien es poco viable a la hora de pensar en los costos de traslado, el acceso a los servicios urbanos y el equilibrio con los recursos naturales y las áreas productivas.

La ciudad y el campo o el continuo del territorio

En primer lugar, es necesario despejar una falsa contradicción campo-ciudad. El territorio es un continuo en que campo y ciudad son dos aspectos del hábitat humano que no se contraponen, sino que se complementan.

En las aglomeraciones humanas se concentran las actividades productivas, los servicios de salud, educativos, comerciales y turísticos. En las ciudades se da una acumulación de externalidades y economías de escala que permiten producir bienes, servicios, cultura y, sobre todo, conocimiento. Según algunos expertos, una concentración de más de un millón de habitantes es capaz de producir conocimiento nuevo, mientras que las personas aisladas o en aglomeraciones de menor tamaño difícilmente lo logran.

Las ciudades no son el problema. La solución está en los centros de investigación, en la combinación del conocimiento académico con el trabajo, en el desarrollo de tecnologías para la producción limpia y la creación de conocimiento adecuado a la realidad del país.

Ya hemos mencionado a la ciudad policéntrica como el modelo de ciudad más adaptable en una crisis como la que estamos cursando, y también la más resiliente para la sustentabilidad en el futuro. La pandemia nos lleva a revalorar los servicios de cercanía. La ciudad de los 15 minutos, con centros barriales que tengan los servicios básicos, no es una novedad, si bien es necesario hacer un ajuste del modelo teórico a nuestra realidad e impulsarlo desde las políticas públicas.

Los temas urbanos como los residuos, el transporte o movilidad, los equipamientos y servicios urbanos son elementos a repensar en términos de sustentabilidad.

Residuo cero o “un residuo es un recurso en el lugar equivocado”

Es muy probable que, como consecuencia de la pandemia, la recolección de residuos y, sobre todo, la limpieza de los espacios públicos será en los próximos meses una demanda que se profundizará desde los ciudadanos hacia la administración de la ciudad.

Uno de los grandes problemas de las ciudades ha sido y seguirá siendo la generación de residuos no reutilizables y su disposición final. En este sentido, se trabaja desde hace años en la reducción de residuos en todo el ciclo de producción, y mucho se ha avanzado en la legislación y en la conciencia de los ciudadanos y las empresas acerca de ese ciclo.

Podemos mencionar algunos ejemplos muy nuestros. El envase de requesón Conaprole, que es un envase hasta que se convierte en vaso, es una solución simple que disminuye la cantidad de residuos dándole un nuevo uso al “residuo”. En el caso de la producción ganadera, se ha logrado que todas y cada una de las partes de una res se utilicen en algún tipo de producto, llegando recientemente a producir proteínas a partir de la sangre.

En este marco conceptual, y para dar un paso más hacia la sustentabilidad, está la oportunidad para cambiar el rumbo de la producción nacional. Los incentivos destinados a rescatar o reinventar empresas que colapsen en la crisis de la covid-19 podrían destinarse a reciclar las empresas en este sentido.

Las empresas que producen en forma no amigable con el ambiente, que no gestionan correctamente el ciclo de producción con el de residuos y emisiones, no deberían ser rescatadas. El Estado puede apoyar el cambio de paradigma con incentivos o “contraprestaciones verdes” que se exijan a los emprendimientos que reciben algún tipo de rescate.

El transporte sostenible, o la movilidad multimodal

El cambio de paradigma en este aspecto está en la concepción de la movilidad en forma global, no sólo el transporte, sino la movilidad multimodal. Los sistemas de transporte colectivo están en crisis en estos tiempos de pandemia, dado que implican aglomeraciones y están restringidas muchas actividades. Quizás la pandemia nos lleve a resistir por un tiempo el transporte colectivo y optar por trayectos a pie o en bicicleta, o en automóvil.

Es probable que la preferencia por el transporte individual aplique un nuevo impulso a las modalidades de transporte individual eléctrico. Además de la tradicional movilidad activa, como trasladarse en bicicleta o a pie, existen otros modos de transporte individual apropiados para distancias cortas, como los segway o los monopatines eléctricos. Estos últimos se han implementado, aunque no se habían consolidado antes de la pandemia. Para las largas distancias seguiremos recurriendo al transporte colectivo, quizás reformulado en vista de las nuevas exigencias sanitarias.

El transporte colectivo eléctrico es aplicable a ciudades extendidas como las nuestras, y en ese camino están las propuestas del gobierno departamental. La producción de energía renovable nos permite pensar en sistemas de transporte colectivo e individual eléctrico, con la consiguiente reducción de carbono que implica. En el escenario actual, en que la crisis del transporte colectivo es evidente, sería importante un apoyo decidido desde las políticas públicas a la sustentabilidad de los sistemas de transporte colectivo e individual bajos en carbono. Es clave pensar en los impactos positivos a largo plazo de estas acciones, ya que la tendencia en lo inmediato sería volver a preferir el automóvil individual, con el impacto en la ciudad que eso implica.

En cuanto al espacio urbano, la necesidad de aumentar las distancias entre peatones y la movilidad multimodal requiere diseñar veredas más amplias, nuevos espacios de estacionamiento para vehículos individuales, paradas de transbordo para buses de larga distancia, y sendas exclusivas para vehículos individuales eléctricos y bicicletas. La vialidad y señalización tendrán que resolver la convivencia de los diversos modos de traslado.

El centro y los centros dispersos

Se hace necesaria una nueva configuración de centralidades dispersas por la ciudad, a partir de estas terminales de trasbordo de transporte multimodal. En estas centralidades se concentrarían los servicios de salud de cercanía –policlínicas–, los centros de enseñanza, los comercios de abastecimiento diario, entretenimiento y deporte, asociado a las terminales de transbordo multimodal. Desde el Estado se podrá instalar locales de atención al público, del tipo “ventanilla única”, para todos los trámites de la administración central y departamental.

Por otra parte, muchas personas han transitado el distanciamiento en departamentos pequeños, ubicados en zonas donde hay escasos espacios verdes. Esto nos lleva a pensar en que se producirán cambios en las preferencias sobre las zonas donde vivir, y nuevas demandas sobre el diseño para los espacios públicos de la ciudad.

En resumen, la sustentabilidad de las ciudades depende en gran parte de los sistemas de producción, y del consumo responsable de bienes y servicios en su sentido más amplio. La reducción del impacto de la vida humana sobre los recursos y la reducción de emisiones de carbono dependen en gran medida de nuestras actitudes como consumidores y ciudadanos.

El conocimiento, la investigación y la innovación, y el capital humano de nuestro país, son clave para transformar los modelos de producción y consumo. La transformación es posible y las ciudades cumplen un rol sustantivo, como centros de innovación y conocimiento, de producción y consumo sustentables y de planificación y desarrollo de sistemas urbanos amigables con el ambiente, que mejoren la calidad de vida de todos sus habitantes y del planeta.

Alicia Artigas es arquitecta y máster en Ordenamiento Territorial.