Lo rural debe ser un terreno que la izquierda dispute. No sólo por ser uno de los principales pistones de la economía nacional, sino también por su historia, su cultura y sus añejas necesidades. Sobre tierra adentro hay por lo menos dos grandes dimensiones: la productiva y la idiosincrática.

Las gremiales empresariales del agro han estado históricamente vinculadas a las familias ideológicas más a la derecha en la política uruguaya. También los movimientos ruralistas, constituidos de forma policlasista, han estado emparentados a esas familias. Por ejemplo: el movimiento ruralista liderado hace décadas por Benito Nardone o el recién nacido Un Solo Uruguay. Este último, con fuertes reclamos en torno a los costos de producir y con una agenda social conservadora. Esto ayuda a que el sentido común de la gente del campo y de una parte importante del país esté distanciado de la izquierda nacional.

Quizá los principios y la práctica de Raúl Sendic fueron el primer vínculo del mundo rural con la izquierda en Uruguay. Luego de la dictadura y entrada la democracia, el liderazgo de José Mujica y algunas alianzas políticas con sectores y caudillos con influencia en el medio rural y provenientes de los partidos tradicionales permitieron al Frente Amplio abrir algunas porteras que posibilitaron una comunicación más cercana con la paisanada. Pero el vínculo no ha sido sólido. No se ha logrado penetrar en el sentir y el pensar de la gente que se identifica con el campo uruguayo.

Lo primero que hay que tener en campaña para visitar a un vecino, del cual no se es amigo, es un motivo para conversar. La izquierda necesita un proyecto, una idea para el campo. Primero para ir a conversar y después para concretarlo. Aquí van algunas ideas primarias.

Se dijo que hay una dimensión productiva y otra identitaria. Se hará referencia a la cuestión productiva y quedará para otra oportunidad la dimensión sociocultural. Una posibilidad: una campaña habitada por familias radicadas en el medio rural, generando colonias o comunidades, con la escuela pública como ente de organización y reunión comunitaria. Sumado a esto, una campaña fértil para pequeños y medianos emprendedores. Los principios y algunas de las ideas puntuales no son novedad. Figuran en el ideario artiguista, en el tupamaro, entre los objetivos del Movimiento por la Tierra liderado por Sendic y hasta en los programas de Wilson. También en las misiones sociopedagógicas de inicios de los 60 que fueron una avanzada militante de gente de izquierda para combatir la pobreza en la campaña. No obstante, la intención de este planteo es reinstalar el tema en el debate político de la izquierda. Lo no deseado es una campaña deshabitada y de grandes extensiones de tierra concentrada en pocas manos, que es la realidad actual.

La cuestión de la propiedad de la tierra se ha discutido en reiteradas oportunidades, pero de un tiempo a esta parte parece haber quedado en el olvido, y para la izquierda eso no debería ser admisible.

Sucede que la necesidad de competir en términos de cantidad obliga a los productores a aumentar las extensiones de tierra trabajadas para poder obtener márgenes de rentabilidad. En la práctica esto es el agronegocio, un sistema industrial y concentrado de producir commodities con una lógica voraz y extractivista. Reedición de un viejo cuento en que el grande acorrala al chico, obstruyendo sus posibilidades de crecimiento y luego se lo come. Los productores grandes compran la tierra de los chicos que no logran sacar ganancia suficiente. Así se concentra la tierra y la riqueza. Luego de la crisis de 2002, el campo se ha valorizado muchísimo en relación a las ganancias que genera a corto y mediano plazo. Las inversiones se amortizan a plazos que los productores medianos, pequeños y familiares no pueden resistir. Por lo tanto el proceso descrito recién se vuelve irreversible. Consecuencia de esto es la llegada de capitales extranjeros que concentran enormes extensiones de tierra; concatenadamente se agudiza la extranjerización del suelo productivo. Esto acelera el despoblamiento de la campaña. Evitar todas estas cosas ha estado siempre entre los cometidos fundamentales de la izquierda y eso está presente hoy en la conversación de la gente de campaña. La cuestión de la propiedad de la tierra se ha discutido en reiteradas oportunidades, pero de un tiempo a esta parte parece haber quedado en el olvido, y para la izquierda eso no debería ser admisible.

Ahora, ¿cuál es la estrategia para conquistar el modelo de “campaña uruguaya” que se propone? Puede que resignificar la idea de reforma agraria sea el motivo para ir a conversar y acercar los principios de la izquierda a la paisanada; sin duda, gente valiosa y necesaria para un proceso nacional de transformación. El Instituto Nacional de Colonización es clave para esta idea. Debería gozar de una prestigiosa idoneidad técnica y una total independencia política a nivel territorial. Es necesario para la transformación de la estructura de propiedad de la tierra, que debería pasar a tener características de propiedad mediana, pequeña o familiar. 2.500 hectáreas. Este ha sido el límite, aproximado, establecido por Artigas y luego por Wilson.

Es necesario cambiar el paradigma de producción nacional, dejar de competir en términos de cantidad y comenzar a competir en términos de calidad de los productos exportables. Favorecer la complementariedad entre los productores y la cooperativización de las herramientas de trabajo. Es necesario abandonar los transgénicos, Monsanto y las demás formas de producción extractivistas y destructoras de los suelos; pasar a ser punteros a nivel mundial en términos de calidad alimentaria, apostando al crecimiento de los mercados de las nuevas corrientes alimenticias de los países desarrollados.

Sería interesante pensar sistemas de aportes progresivos que permitan a los productores pequeños, medianos y familiares pagar menos por sus empleados y que se compense con aportes más elevados de los productores grandes. Porque es fundamental incentivar la creación de empleo y que eso sea deseable para los productores. Aumentar la demanda de mano de obra en el medio rural. Mayor trabajo en las chacras, en las estancias y en las producciones mixtas. Mayor número de personas vinculadas laboralmente al medio rural, más empleo y sin duda mayor cuidado del medio ambiente, las tierras y el agua.

Esto no puede ser leído como un resabio que busque volver a lo primitivo. Institutos como el de carnes (INAC) y el de investigación agropecuaria (INIA) son determinantes en la transformación deseada. A ellos se les debe sumar la Universidad de la República. Su investigación y su extensión son vitales en el proceso de construcción de comunidades rurales para el desarrollo. Estas serían laboratorios productivos para la innovación científica en materia técnica, genética y productiva.

Para lograr tales transformaciones son necesarias dos fuentes de poder: el poder popular, por eso es importante disputar el sentido común de la gente; y el poder estatal. La base social genera la legitimidad para el impulso político de las transformaciones, y el Estado permite, mediante las políticas públicas y sus recursos, concretar los cambios.

Es necesario garantizar el acceso a unidades productivas a quienes quieran trabajar la tierra, generar incentivos a la radicación en el medio rural, posibilitar el acceso a maquinaria y cursos de formación técnica para el mejoramiento del trabajo. Un fuerte impulso a la investigación e innovación científica en este sentido y un cambio de paradigma productivo nacional: pasar de la cantidad a la calidad. Un Uruguay productor de comida sana y buena.

La izquierda, el Frente Amplio, necesita elaborar una propuesta para disputar el sentido común de la gente identificada con el campo. Detener y revertir el éxodo rural, transformar el paradigma productivo para competir en calidad y no en cantidad. Producir de forma sostenible. Reorganizar la estructura de propiedad de la tierra para cimentar un avance hacia la superación del capitalismo y saldar la deuda social histórica con el campo y su gente para construir desde la mayor fuente de riqueza nacional justicia y poder popular.

Juan Andrés Erosa es militante de Rumbo de Izquierda y estudiante de ciencia política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.