Islas, calles, edificios, puentes, ríos, parques. Todo fue perturbado por el arte monumental de Christo, el artista búlgaro que, junto a su esposa, Jeanne-Claude (fallecida en 2009), se propuso desautomatizar espacios con intervenciones efímeras, que lograba concretar luego de décadas, siempre sin concesiones y fiel a su método: se autofinanciaba vendiendo dibujos o bosquejos de estudios, al margen de las subvenciones estatales y los mecenazgos.

El domingo, cuando Christo falleció a los 84 años en su casa de Nueva York, sus manipulaciones del espacio público coparon las redes: se compartían fotografías de cuando envolvió el Parlamento alemán, en Berlín, para lo que tuvo que contratar a un centenar de alpinistas (lo que generó la burla de buena parte de la crítica); o cuando envolvió el Pont Neuf de París, parte de la costa australiana o un valle de Colorado. De cuando invadió el Central Park con puertas anaranjadas (evocando los torii, arcos sagrados japoneses), intervención que le aprobaron luego de 26 años; o de sus espectaculares proyectos medioambientales, como cuando rodeó con una lona rosada 11 islas artificiales de Miami (gesto poético que logró eliminar cerca de 40 toneladas de basura, y que implicó a abogados, biólogos, ornitólogos, ingenieros y decenas de expertos), o los muelles flotantes del lago Iseo de Italia, sobre los que caminaron más de 270.000 visitantes durante los primeros días.

“Todos estos proyectos tienen una fuerte dimensión de ausencia, de contención. Desaparecerán, como nuestra infancia, como nuestra vida”.

Los proyectos sólo se instalaban durante un par de días, luego de que la pareja los planificara durante décadas, intentara reunir millones de dólares y batallara para superar escollos legales y burocráticos de administraciones no siempre afines a sus intervenciones: en 50 años de trabajo, decía Christo en 2010, le habían rechazado 37 proyectos, y sólo 22 habían sido aceptados. Entre los denegados se encontraba una instalación en el Río de la Plata (en 1972) que, según los críticos argentinos, era similar a la que montó en el lago italiano hace cuatro años.

Formación marxista

Instalación The Floating Piers, en el  lago Iseo, en el norte de Italia (archivo, junio de 2016). Foto: Marco Bertorello, AFP

Instalación The Floating Piers, en el lago Iseo, en el norte de Italia (archivo, junio de 2016). Foto: Marco Bertorello, AFP

Foto: Marco Bertorello, AFP

Christo había nacido en Bulgaria en 1935, y a los seis años ya había empezado a dibujar. A los 21, cuando se consolidaba el régimen comunista búlgaro, abandonó su país y nunca más regresó. “Escapé para poder convertirme en artista”, decía en 2016 a El País de Madrid: “Pasé por Viena y por París [donde conoció a Jeanne-Claude en 1958], pero terminé encontrando mi lugar en Nueva York. Es una ciudad de inmigrantes, la única donde se acepta que alguien pueda hablar tan mal inglés como yo”.

Este año, la crisis sanitaria obligó al Pompidou (Centro de Arte Moderno y Contemporáneo de París) a retrasar su exposición Christo y Jeanne-Claude, Paris para el 1° de julio. El artista falleció sin ver esta muestra sobre sus fundamentales años parisinos, y sin comenzar a trabajar en una de sus obras más esperadas: envolver el Arco de Triunfo. No obstante, en la cuenta oficial de la pareja se anunció que el proyecto seguiría adelante, aunque se postergó para marzo de 2021.

“El artista se inspira en la realidad, tiende a hacer de esa realidad su posesión. Por ejemplo, Monet se inspiró con la catedral gótica de Ruan, y cuando la pintó en rosa, azul y amarillo, no ejerció sobre ella ningún poder: fue simplemente su interpretación, su propia visión. Con nuestros proyectos es igual: escoger el Pont Neuf que ha estado ahí por cientos de años, y envolverlo, equivale a las pinturas que de él han hecho diversos pintores, entre ellos Picasso”.

“Para mí, la estética es todo lo que está involucrado en el proceso: los trabajadores, la política, las negociaciones, la dificultad de la construcción, los tratos con cientos de personas”, le comentaba a The New York Times en 1972, consciente de que “todo el proceso se convierte en una estética”, y eso, decía, era lo único que le interesaba: “descubrir el proceso”. Desde ese lugar, logró desautomatizar el entorno, resquebrajar hábitos y descubrir espacios que, de tanto ver, ya habíamos olvidado.