“Ahí fue cuando explotó”, dice. “Teníamos elástico y se había agotado en todo el país”. Cristian atiende la caja de su negocio con parsimonia y simpatía, sin una gota de estrés. Habla de los últimos días de abril y de todo el mes de mayo. En la esquina de San José y Andes, el cartel sobre la puerta dice –en letras muy grandes– “Mercería”, junto al dibujo de un botón por el que gira la leyenda “Avíos Montevideo”. Ahora trabaja junto a su esposa y otra compañera, y esta semana piensa reintegrar a otra compañera del seguro de paro.

Adentro, mujeres de diferentes edades preguntan e inspeccionan entre una gran cantidad de variantes del mismo producto, mientras en la radio que está sobre una repisa suena “A fuego lento”, de la cantante española Rosana. Afuera, borbotones de personas abrigadas se acumulan en la pequeña vereda, distraen el tráfico del centro de Montevideo y se entretienen con las vidrieras, arregladas con especial esmero, con cintas de colores, adornos, perlas brillantes y parches con la silueta del Hombre Araña.

Cristian parece acostumbrado a esta rutina ajetreada. Tampoco le llama la atención el barullo. Su padre, de rulos canosos, gloria de Peñarol que también jugó en Nacional, se da una vuelta por ahí todos los días. Cristian me recuerda su apellido, Montelongo, y enseguida lo reconozco. Me cuenta que más de una vez han venido los diarios y los canales de televisión para saber del presente de esa figura del fútbol de los años 80.

“Hay gente que en el Facebook nos pone ‘muero con esta mercería’”, dice Cristian, que comenzó en el negocio junto a su padre y continuó solo al frente de esta esquina. “Mi viejo está acá a la vuelta, en la Botonería Convención, que ya tiene casi 40 años”, aclara.

“Trabajamos elástico y vendemos al interior, importamos y hacemos venta a todas las mercerías del interior. Y nos agarró con bastante elástico. Y la plaza se había quedado sin él”, explica Cristian.

Hubo algo de casualidad.

Y sí. La gente se empezó a llevar todo el elástico, hasta el de lencería. Agarraron todo. Una persona, incluso, inventó una maquinita para afinar el elástico. El caos del elástico recorrió el país. Había tapabocas pero no había elástico para poder hacerlos. Ahora quedaron los anchos, y los clientes los compran para recortar. Lo llevan y lo afinan a medio centímetro. Vos no te podés poner tres centímetro en la oreja.

Foto: Federico Gutiérrez

Foto: Federico Gutiérrez

Ingenio popular.

Sí, claro. Pasa que no se puede con cualquiera. Hay elásticos que si los cortás se rompen todo. El que nosotros tenemos –eso sí que fue casualidad– viene con canaletas, se puede cortar, y de esa forma lo podés afinar.

Tenés de todos los tipos.

Y ahora estamos trayendo 400.000 metros de elástico de China. Esta es una importación que quisimos traer por avión, pero el flete, que normalmente sale entre 3.000 y 4.000 dólares, valía 20.000. Ahí nos dimos cuenta de que el mundo estaba parado. No había vuelos, nada. Así que nos aguantamos y lo traemos por barco, y nos va a demorar como 20 días. Quisimos traer de Brasil, pero no daban abasto. No había stock, ni acá ni en Argentina. En todos lados pasó lo mismo.

Acá se consigue un poco, hay un fabricante solo que tiene una máquina. Él puede producir 10.000 metros de elástico por día. Entonces lo que hace, con los clientes que tiene, es entregarle a cada uno un poquito todas las semanas. Pero ese elástico, así como llega, a las dos, tres horas se agota.

¿Cuál es el mejor? ¿Bien fino?

Sí, ahora el que estamos trayendo es de tres y cuatro milímetros.

Tendrás clientes que vienen para hacerse sus tapabocas, pero muchos también para producir y vender.

Sí, la mayoría. Nosotros vendemos piezas de 100 metros de elástico. Ahora tenemos piezas de importación que vienen de 450 metros.

¿Cómo fueron los días más bravos?

Primero fue el susto. Cerramos todo. Pero algunos clientes que tenían mi teléfono me empezaron a llamar desesperados. Primero empecé a atender con el negocio cerrado, por pedido, y después al público desde la puerta. Abrías a las nueve de la mañana y estabas hasta las siete de la tarde atendiendo sin parar. Lo veías enfrente, en La Casa de la Telas, también. Fue un caos, una locura.

¿Qué consejos te pide la gente?

Mirá, como alternativa, tengo clientes que se llevan velcro para hacer tapabocas, o cordones. Pero el 90% lleva elástico, es lo más cómodo y práctico.

Hay quienes dicen que el uso de tapaboca podría instalarse más allá de estas semanas de cuarentena. Por tu contacto con tanta gente que está en el tema, ¿cómo la ves?

Que hasta fin de año, seguro. O sea, hasta que no aparezca la vacuna seguro vamos a estar con tapabocas. Tengo un cliente que le vende a ASSE, y él fue quien detonó todo. Todas las semanas se llevaba 30.000 o 40.000 metros de elástico.

Ahora va a venir otro problema, cuando comiencen las clases en la escuela. Ya están pidiendo para eso. Además viste que no es un tapabocas por persona. Tenés uno en el auto, otro en tu casa, en el trabajo, volvés a tu casa y te olvidaste. Tenés como tres o cuatro.

Foto: Federico Gutiérrez

Foto: Federico Gutiérrez

¿Cuánto hace que trabajás acá?

Abrimos hace ocho años, pero ya trabajaba con mi viejo en Convención. Medio que nací en esto.

Siempre paso por acá y veo cosas muy atractivas. ¿Qué es lo que le llama más la atención a la gente?

Nosotros somos muy fuerte en galones, o sea, cintas decorativas. Para fiestas, apliques, planchas, strass, cristales. Con eso trabajamos mucho para carnaval. Materiales para bordar. Igual eso está parado. Fiestas, casamientos, olvidate. Pero normalmente se trabaja muy bien todo el año con esos materiales. Lo que sí pasó es que, como cerraron muchas casas de ropa, y la situación económica está tan complicada, la gente no salió a comprar pero está reciclando lo que tiene. Mi viejo está vendiendo muchísimos botones. La gente empezó a revisar el ropero, a reciclar. Hablando con unos confeccionistas, me decían que como no se está pudiendo traer de afuera, va a levantar un poco la confección. Algunos están trabajando. Eso, después que se globalizó todo, se había perdido muchísimo.

La competencia con los precios de afuera es muy difícil, ¿no?

Mirá, la historia es así: acá en Andes había seis mercerías; quedamos dos. Casas de telas en la manzana; cerraron seis, quedamos cuatro. Pero eran diez. En la botonería de Convención yo, 20 años atrás, llegué a trabajar con 15 empleadas. Hoy son cuatro, únicamente vendiendo. Trabajabas con los feriantes, se exportaba ropa. Nunca más. Hoy acá a la vuelta podés encontrar un pantalón importado de China por 200 pesos. ¿Qué modista va a competir con eso?

Imposible.

La confección de un país nunca va a desaparecer. Siempre alguien hay. Estudiantes de diseño, gente que hace adornos en la casa, que decora sus almohadones, sus cortinas. Eso antes no se veía. Nosotros viajamos a China y traemos todo esto, galones, adornos, cosas para manualidades. Antes vivía sólo de los botones.

Otra cosa que me llamó la atención es la gran cantidad de diseño de parches que tenés.

Viste que ahora se están personalizando los tapabocas. Hay de todo, para niños, de Uruguay, de los dibujos animados. No damos abasto con los pegotines de Peñarol y Nacional.