Toda crisis debe ser una oportunidad, y la situación actual no es una excepción. La covid-19 es una pandemia grave y debemos darle la jerarquía que merece, tomando todas aquellas medidas que pueden adoptarse para protegernos y, con ello, proteger a la humanidad.

Toda crisis sanitaria tiene un elevadísimo costo en vidas humanas y en la economía del país. Por este motivo, por respeto a aquellos que perdieron su vida y por solidaridad con quienes están o quedan en situación de pobreza, marginación, indigencia y vulnerabilidad, es que debemos transformar esta crisis en una oportunidad.

Decíamos en una columna anterior que hablar de “nueva normalidad” llevaba implícito la aceptación del discurso hegemónico del neoliberalismo que nos induce a la aceptación de lo instituido como pensamiento único y valedero. Nos lleva a la resignación, al “hacé la tuya”, al “adaptate a lo que hay o sos un disruptivo”.

Debemos decir basta y contribuir a la construcción del discurso contrahegemónico, y seguir desarrollando una alternativa revolucionaria para la humanidad.

Primero, no debemos aceptar los conceptos que trae implícito la “nueva normalidad” como una revelación incuestionable. Proponemos hablar en cambio de “nueva realidad”, la que trae matrizada la necesidad de cambio permanente. El objetivo debe ser el desarrollo sostenible, sustentable, distributivo y equitativo de nuestra sociedad.

Esa construcción y desarrollo de una ideología contrahegemónica lleva a discutir en profundidad a nuestra izquierda, lleva a replantearnos el vínculo gobierno-partido-sociedad, a rediscutir el poder y cómo incide en nuestras conductas. Recrea la necesidad de entender por qué se balcanizó la izquierda, y si eso mejora o perjudica la necesaria acumulación de fuerzas para el cambio social.

Vivimos en un mundo globalizado, donde el neoliberalismo y el desarrollo de las potencias económicas eran y son la situación hegemónica. En Uruguay, al igual que en otros países de Latinoamérica, tímidamente el progresismo, con mil contradicciones en su seno, trataba de desarrollar un mundo distinto, un modelo que tendiera a la equidad, al desarrollo distributivo y que, además, fuera sostenible. Esas ideas, esas concepciones previas al ciclo progresista en las que se apoyaron las políticas de los últimos 15 años de gobierno, serían, según este gobierno regresivo, “la vieja normalidad”. Las ideas que hay que dejar atrás para poder sortear la crisis son las del ciclo progresista. La coalición multicolor intenta restaurar esas prácticas de cruel explotación, de ninguneo e invisibilización de las minorías sexuales y étnicas, de las mujeres, de las familias de bajos recursos. Los cambios impulsados por el Frente Amplio, incluyendo la agenda de derechos, son lo que debe desaparecer (como lo vemos expresado en la ley de urgente consideración –LUC–), para instaurar aquello que llaman “nueva normalidad”.

Pero ¿cuál es la nueva normalidad? Esa nueva normalidad es el recorte y el debilitamiento del poder del Estado, la desmonopolización de las empresas nacionales como ANCAP, la exigencia de que todos los uruguayos, por medio de nuestra empresa estatal Antel, brindemos servicios a la telefonía privada de manera gratuita, la pérdida del control del Banco Central sobre operaciones de lavado, la militarización de la sociedad, la promoción del aislamiento social, y podríamos seguir. Forma parte de esta “nueva normalidad” la utilización casi diaria del espacio televisivo en horarios centrales para darse “autobombo”, una forma descarada y cansadora de propaganda al estilo goebbeliano, mientras que, en el colmo de la mezquindad y con vergonzosos argumentos, se niega ese mismo espacio a los representantes del movimiento sindical y a los familiares de desaparecidos, nada más ni nada menos.

Lo más importante hoy sería reparar en lo que lleva implícito el concepto de nueva normalidad. De la misma forma en que alguna vez estas fuerzas ahora dominantes –que para sobrevivir dependen de la existencia de una gran masa de trabajadores malpagos y sin conciencia sobre sus derechos– combatieron en todos los frentes a aquellos que soñaban con una sociedad justa y equitativa, ahora pugnan para convencernos de que existe una nueva normalidad que debemos aceptar sin cuestionar; una nueva normalidad que surge como consecuencia inevitable y natural de la pandemia, y contra la cual no hay nada que hacer, sería el “orden natural” de las cosas que ni la política ni nadie puede aspirar a cambiar.1

La situación que vivimos debería ser una oportunidad para transformar el modelo social, el productivo, el educativo, el sanitario. Hablamos por eso de “nueva realidad”.

Creo, por el contrario, que jamás hubo normalidad, ni vieja ni nueva; existen realidades que dialécticamente se enfrentan, y de ahí surgirán nuevas formas de vínculo social y modelos de sociedad. La situación que vivimos debería ser una oportunidad para transformar el modelo social, el productivo, el educativo, el sanitario. Hablamos por eso de “nueva realidad”, y no es un simple cambio de términos, sino un profundo cambio ideológico. No damos nada por normal, ni nuevo ni viejo. Nuestra lucha es por la equidad, por el desarrollo distributivo y sostenible, por avanzar en el modelo sanitario, por el cambio de modelo pedagógico y de modelo educativo, por desarrollar a plenitud las capacidades y estructuras del Estado. Esto implica un aumento paulatino pero mantenido de los recursos para las fuerzas vivas de nuestra sociedad, el sector educativo, el de la investigación nacional, el sector de la salud y –en general– por la profesionalización de diversas áreas del trabajo.

Por esto consideramos indispensables dos objetivos: 1) definir el modelo social al que aspiramos como izquierda, caracterizarlo; 2) como Frente Amplio, definir qué pasos, estrategia y táctica vamos a llevar adelante para cumplir con el programa acordado.

Quizás el primer punto exija reeditar un nuevo Congreso del Pueblo, que aglutine a todas las fuerzas políticas y sociales, así como individuales, que quieran un Uruguay diferente, que no se rija por el libre mercado ni por políticas neoliberales. Desde ahí, construir unanimidades y potenciar la herramienta que ha hecho posible acercarnos a aquel sueño de nuestra juventud: nuestro Frente Amplio.

El segundo punto exige la reorganización de nuestro Frente Amplio como fuerza política y programática. Esta fuerza tendría la obligación de decir cómo hacerlo, cómo conquistar conciencias y voluntades para lograr las mayorías necesarias para el cambio sin perder contenidos de programa e ideológicos. Ya vivimos el “aggiornarnos” y perder contenidos, diluir para captar votos. El cambio permanente lo lograremos convenciendo, conquistando, enamorando de una propuesta de cambio radical de la historia. Esa conquista durará, por ser el cambio permanente de la sociedad hacia un mejor futuro.

La base de todas estas propuestas es resolver y asegurar la participación democrática del pueblo en la construcción de la “nueva realidad”.

Daniel Parada fue profesor agregado de Medicina de la Universidad de la República. Agradezco la colaboración y opiniones de Laura Harispe y Teresa Sandar.


  1. Fernando Isabella hace un excelente aporte de nuevos escenarios en la columna en la diaria titulada “El día después: reflexiones sobre el nuevo mundo pospandemia”