Una vez me invitaron a ir a una competición extraña. Vivía en Euskadi y aún resuena en el recuerdo la música del acordeón con botones, típico en la música vasca. El gentío rodeaba las diversas canchas, o especies de canchas, en donde estaba todo listo para los distintos deportes: golpear piedras con barras de metal hasta perforarlas; pararse arriba de troncos gigantes y, desde ahí, darles con el hacha hasta cortarlos; tirar de la soga como quien está en una kermés; competir por ver quién corta más kilos de pasto usando una azada; más supertroncos para cortar, esta vez, con serruchos; y algunos más, como pesas cuadradas y bolas de piedra que tenían el kilaje pintado en su superficie, fueran para levantar o para recorrer trayectos con ellas encima.

Todo el mundo vibraba. Un pedacito de tierra tenía su felicidad en esos juegos: Herri kirolak.

Herri kirolak: deportes vascos.

Ese día, en esa especie de descubrimiento antropológico de lo que alguna vez había sentido pero nunca visto, pasé de asombro en asombro. Lo primero que pensaba era en cómo esa gente estaba dispuesta a romper los límites de su cuerpo con tal de superar pruebas para ponerse txapelas –boinas que hacen las veces de trofeos–. También provocaba mi estupor que a nadie pereciera importarle mucho el sufrimiento del “atleta”: sólo querían que lograran vencer. Quienes no miraban los deportes se dividían entre los paseantes de la especie de feria con comida y los que empinaban vasos. La música con acordeón seguía sonando.

A través de muchas conversaciones posteriores comprendí que lo que allí sucedía era mucho más que deportes extremos. Aquellas pruebas no hacían más que representar la cultura vasca, las tareas cotidianas con las que se forjaron: el trabajo de campo, las labores en la montaña, la conexión con la tierra. Por eso, entre otras cosas, esos deportes tiene que ver con lo rural: cortar leña para el invierno, acarrear piedras para construir casas.

Otros dos deportes también populares en el País Vasco son la pelota (a mano) y el remo en traineras (estropadak). Por obvias razones, no estaban presentes en aquel campo con los demás deportes. Pero también tienen que ver con la tradición: la pelota se hace con cuero y se cose con lana, y además se juega con la mano, o sea que sólo se necesita una pared para competir; las traineras son los navíos con los que, años ha, se surcaban mares con todo tipo de propósitos.

Esto, visto ahora, parece una locura, un despropósito para el cuerpo y la cultura humana. Pero es lo que es: miles de años de tradición. Eso es lo que se puede ver en Juegos locales, la reciente serie-documental que Netflix ofrece en su plataforma.

En la pantallita

El calcio storico, los juegos escoceses (similares a los vascos), la apnea en Filipinas, el roller derby estadounidense, el kok-boru de Kirguistán, la lucha libre en la República Democrática del Congo, las carreras en búfalos en Indonesia y la lucha de mujeres en India son los deportes para conocer y aprender en los ocho capítulos que propone Netflix.

Tal vez se asocie el calcio al fútbol italiano. Está muy bien, porque es así. Pero hace 500 años el juego era un poco más violento y volaban patadas y piñazos, porque más que correr detrás de una pelota se trataba de correr para pegarle a alguien. Sí, se parece más a esos viejos cuentos de luchadores contra leones que al encare en velocidad de Cristiano Ronaldo.

Sin ánimo de dar spoilers, con los ojos de 2020 todas estas prácticas presentadas como viejos deportes son violentísimas. La apnea es un desafío personal, pero en que se pone en juego la propia vida; el roller dista mucho del paseo que pueda imaginarse por la rambla o dando vueltas en redondo en la pista del Parque Rodó: acá hay que bajar a rivales para ganar; lo mismo pero parecido se puede sospechar de las luchas en Congo y de las mujeres de India.

En las carreras de búfalos el violentado es el animal, desde luego. Y también con animales es el kok-boru: una suerte de polo con equipo de cuatro personas montadas a caballo, con el objetivo de hacer goles. Hacer goles: meter el cadáver de una cabra en las metas, suerte de agujeros de un metro de elevación dispersos por la cancha. Nada en Kirguistán parece más importante que la definición de la Copa Presidente de Kok-Boru.

Todos los deportes son violentos y hasta con prácticas que hoy en día cuestan comprender. Aun así, vale la pena enterarse de lo de antes. Es un buen ejercicio antropológico que nos ubica en el tiempo en que vivimos y nos hace preguntarnos: ¿será verdad que somos menos violentos?