Esta producción francesa tuvo buena repercusión en su país. Algunos de los probables factores para su éxito son los valores de producción, la participación protagónica del popular ex jugador de fútbol devenido actor Éric Cantona, el ritmo más o menos ágil, y la propaganda que enfatizó su tinte “social” para darle cierto halo de prestigio.

Recursos inhumanos cuenta la historia de Alain, un cincuentón subempleado desde hace años, que está peleando para no perder el apartamento hipotecado en el que vive con su esposa. Su situación es aún más humillante porque, hasta hace seis años, él había sido un ejecutivo de recursos humanos bien posicionado, pero, al llegar a la “avanzada” edad de cuarenta y pico, fue despedido. Sorpresivamente, recibe una convocatoria para presentarse como candidato a un cargo ejecutivo en una gran empresa aeronáutica. Investiga un poco, descubre que hay un aspecto medio turbio en la convocatoria, pero, desesperado por volver a tener un buen sueldo y un trabajo digno, termina adoptando medidas extremas.

El mejor cine realista galo nos acostumbró a un abordaje complejo de las situaciones, tremendas actuaciones y diálogos, emotividad enmarcada por una sutileza austera, y una visión compenetrada con las clases trabajadoras. Por desgracia, no es ese “cine francés” el que van a encontrar aquí. Esta es más bien una producción “euro-Hollywood”, es decir, europeos esforzándose para parecerse a las series estadounidenses y dejando en evidencia, para el buen observador, que trabajan con menos presupuesto, no comparten el mismo bagaje cultural y no tienen el know how para lo que pretenden.

Los diálogos son malos, el guion es infantil, las actuaciones son más o menos, la introducción usa unos efectos digitales como de aviso publicitario y la banda musical es un pegote espantoso de ambient con synth pop mezclada a un volumen fuertísimo. Y lo de “denuncia social” claramente está tomado en forma oportunista, amalgamada con ideas que derivan de la serie Breaking Bad, con toques que provienen de las películas Sueño de libertad (1994, de Frank Darabont) y Día de furia (1993, de Joel Schumacher).

Si bien hay muchos absurdos en la trama, el absurdo central está basado en un hecho real, ocurrido en 2005 en Francia: una empresa publicitaria decidió testear la fidelidad de sus ejecutivos sometiéndolos a un “juego de roles” que consistió en simular que se los estaba secuestrando (ellos creyeron que era todo real hasta que, al cabo de dos horas de terror, “¡sorpresa, era todo un jueguito!”). Ahora bien, el imbécil que promovió ese desatino fue condenado y está cumpliendo pena. Ese episodio puede ser un excelente punto de partida para un análisis de ciertos aspectos demenciales que la estructura empresarial, en un marco de neoliberalismo, puede suscitar en sus propios ejecutivos. Pero aquí la idea se lleva a cabo mientras los directivos monitorean el proceso por video con risas sobradoras de villano de telenovela (uno de ellos es muy parecido a Klaus Kinski), y no hay consecuencia alguna.

En cuanto a Alain, a veces es un genio y otras, un tarado. Su idiotez más grande (perder la cabeza y amenazar a diez personas con una pistola, a santo de nada) resulta que no es tal porque, disfrazado en el circo del desempleado desesperado, él está realizando un golpe brillante para salirse con la suya, en contra de la corporación y de todo el sistema legal, lo cual, dicho sea de paso, prácticamente anula la “denuncia social” de la serie, que se reduce a una versión más del esquema del hombrecito insignificante y oprimido que termina probando su superioridad. Sin embargo, por momentos Alain procede de maneras inconcebiblemente estúpidas. Una que me costó especialmente tragar es cuando él arregla para hacer una sección de práctica de terrorismo en el living de su casa, en un rato en que su esposa salió. Pero, ¡oh, inimaginable!, ella llega un poco antes de lo previsto y lo encuentra, junto al instructor de apariencia temeraria, frente a una mesa llena de armamento pesado, lo que va a desatar un drama familiar, además de generar terrible punto débil para el supuesto súper plan.

Las series siempre tienen un componente adictivo. Si realmente el lector ya vio todas las películas y series a su disposición, ya leyó todos los libros, no tiene nada útil que hacer y necesita pasar el tiempo, Recursos inhumanos puede llegar a irritar, pero siempre va a ser mejor esparcimiento que mirar una pared.

Recursos inhumanos (Dérapages). Miniserie de seis episodios. Dirigida por Ziad Doueiri. Basada en la novela homónima de Pierre Lemaître. Con Éric Cantona, Alex Lutz, Gustave Kervern. Francia, 2020. En Netflix.