Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

El Mercosur tiene muchos problemas, pero entre ellos no está el de funcionar a partir de exhortaciones y apostar a que cada país ejerza su libertad responsable sin perjudicar a los demás. Existen reglas de juego acordadas, y hay que cumplirlas o hacerse cargo de las consecuencias.

El Poder Ejecutivo uruguayo propondrá el 26 de abril que se modifique una de esas reglas: la que impide realizar “por la libre” acuerdos comerciales con países ajenos al bloque. La cuestión es que, como sabemos desde hace muchos años, no hay consenso de los demás socios para realizar ese cambio; ni siquiera en Brasil, que prefiere apostar a una disminución del arancel externo común del Mercosur. Las razones son bastante claras.

Un acuerdo comercial es viable cuando le otorga beneficios a todas las partes. Para que Uruguay logre lo que le interesa, debe ofrecer algo a cambio, y el interés que puede tener el comercio con nuestro país no se relaciona con la posibilidad de venderle a una población escasa, sino con la de que seamos puerta de entrada a los mercados muchísimo mayores de Brasil y Argentina. Esto les hace muy poca gracia a los gobiernos de nuestros dos grandes vecinos.

Lo que nuestro gobierno preferiría es quedarse con el pan y con la torta: seguir en el Mercosur, con las ventajas que eso significa actualmente; y lograr beneficios adicionales mediante acuerdos con países ajenos al Mercosur, atraídos por nuestra pertenencia al bloque.

Es público y notorio que Argentina no tiene la menor intención de avalar eso, y las actuales esperanzas de nuestro Poder Ejecutivo se centran en que Brasil no lo rechace expresamente. Se supone que, de algún modo, eso le permitiría a Uruguay negociar acuerdos externos sin autorización y quedar impune. Sin embargo, si se aplicaran los criterios que emplea el presidente Luis Lacalle Pou en lo referido a la emergencia sanitaria, nuestra situación sería la de quienes salen a tocar el tambor y son reprimidos. Estaríamos realizando una fiesta clandestina.

Cabe acotar, además, que en los procesos de negociación comercial un año no es nada, que el año que viene habrá elecciones en Brasil, y que está dentro de lo posible que el resultado de esas elecciones cambie la actual política comercial de Jair Bolsonaro, acercándola a la que aplica Alberto Fernández. Por algún motivo, esta hipótesis no parece estar incluida en las consideraciones de nuestro Poder Ejecutivo.

Por supuesto, mantienen sus posiciones quienes han sostenido durante décadas que lo mejor para Uruguay sería irse del Mercosur, y que la pérdida de los beneficios comerciales que este implica en la actualidad se vería compensada con creces por el comercio con el resto del mundo. Habría que suponer la existencia de datos y proyecciones que respaldaran esta tesis, pero no son de conocimiento público, y cabe sospechar que, si fueran convincentes, nos habríamos ido hace rato.

Los demás integrantes del Mercosur no se van a perjudicar para que nos beneficiemos, y es poco probable que podamos apaciguarlos ofreciéndoles alguna “contraprestación” como las que Lacalle Pou piensa que sería bueno pedirles, a cambio de “un plato de comida”, a los sectores más perjudicados por la crisis.

Hasta mañana.