Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

La pandemia de covid-19 no es, por supuesto, la única desgracia internacional en estos tiempos. Otra de ellas es el ascenso de fuerzas ultraderechistas, en contextos políticos polarizados y embrutecidos que convierten la política en una especie de guerra de exterminio.

El ejemplo más reciente, ayer, fueron las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid. No es noticia el triunfo del derechista Partido Popular (PP), que gobierna desde 1995, sino el papel central desempeñado por el enfrentamiento entre los ultraderechistas de Vox y los izquierdistas de Unidas Podemos (UP), que se eligieron mutuamente como enemigos principales.

Ambos partidos obtuvieron apoyos relativamente bajos (9,12% para Vox y 7,24% para UP, con casi todos los votos escrutados), pero su confrontación planteó un escenario que benefició al PP, debilitó mucho al centroizquierdista Partido Socialista Obrero Español (PSOE, dirigido por el actual presidente del gobierno, Pedro Sánchez), hundió al centroderechista Ciudadanos y determinó que el líder de UP, Pablo Iglesias, anunciara su alejamiento de la política partidaria.

Los acontecimientos se precipitaron en menos de dos meses. Ciudadanos se alió con el PSOE contra el PP en Murcia, ante lo cual la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (PP), decidió romper su alianza con Ciudadanos y convocar a nuevas elecciones. Iglesias renunció a la segunda vicepresidencia del gobierno español, que ejercía como principal aliado de Sánchez, para presentarse como candidato contra Díaz Ayuso, alegando que era prioritario evitar el “enorme riesgo” de un “gobierno de ultraderecha” formado por el PP y Vox.

Díaz Ayuso recogió el guante y planteó su campaña como una cruzada por la libertad contra el comunismo, para impedir que Madrid se convirtiera en otra Caracas (en España, como en muchos otros lugares del mundo, la derecha acusa a sus adversarios de querer convertir el país en otra Venezuela).

Vox no quiso quedarse atrás, y asumió en forma aún más radical la polarización con UP. Atacó a ese partido con mayor saña que el PP, enfatizó su habitual discurso xenófobo, desplegó todo tipo de provocaciones y llegó al extremo de no condenar amenazas de muerte contra Iglesias, arguyendo que no creía nada de lo que dijeran este o el gobierno de Sánchez.

El PSOE ingresó en la misma dinámica. Quizá lo hizo en parte para que Iglesias no creciera en la polarización, y en parte por no tolerar en silencio el envalentonamiento de la ultraderecha. Sánchez sostuvo que Vox era una amenaza para la democracia y, en cierta medida, contribuyó a reforzar el protagonismo de ese partido en una campaña que les dejó poco espacio a opciones intermedias.

Es posible que ayer mucha gente centrista o conservadora haya temido un triunfo de lo que ve representado en Iglesias, pero se haya inclinado por el PP porque Ciudadanos le parecía demasiado blando y Vox demasiado duro.

De todos modos, ahora el PP está más volcado que antes a la derecha y Vox festeja. Con Ciudadanos fuera del mapa, Díaz Ayuso necesita a la ultraderecha para gobernar: el “enorme riesgo” planteado por Iglesias ya es un hecho. Tomemos nota para aprender.

Hasta mañana.