Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

El cardenal Daniel Sturla, arzobispo católico de Montevideo, tiene covid-19 y sólo cabe desearle una pronta recuperación. Según él mismo contó ayer, estaba en cuarentena por haberse reunido el 17 de este mes con un sacerdote a quien luego se le diagnosticó la enfermedad, se le realizaron inicialmente dos hisopados “en el día” con resultado negativo, y el lunes de esta semana le hicieron un tercero “de chequeo” que dio positivo.

El relato resulta un poco extraño, porque no es lo habitual que se hagan tres testeos para llegar a un diagnóstico. Por lo general, se está practicando uno rápido de antígenos y luego un PCR, que demora más, para confirmar. Si fue así en el caso del cardenal, pero su PCR se procesó con celeridad por tratarse de él y dio negativo, no está claro a qué se debió la realización de otro examen días después.

De todos modos, el problema principal no es el antedicho sino que el domingo, cuando el cortejo de Jorge Larrañaga estaba frente a la sede del Partido Nacional, Sturla decidió interrumpir su cuarentena y, según informó en Twitter esa fuerza política, “convocó a los presentes a compartir una oración”.

La imagen que acompañó esa información muestra que, si bien el cardenal y todas las demás personas que se ven usaban tapabocas, eran una cantidad considerable (medio centenar sólo en esa foto) y estaban obviamente aglomeradas.

La responsabilidad de que se produjera esa aglomeración no fue de Sturla, sino de quienes organizaron el cortejo. Es una cuestión delicada: la muerte moviliza emociones que pueden ser más fuertes que la racionalidad y en más de una ocasión, desde que se declaró la emergencia sanitaria, hubo imprudencias tras el fallecimiento de figuras políticas (obviamente, los riesgos causados por esas imprudencias son mayores a medida que la situación epidemiológica empeora, pero en sustancia se trata de lo mismo).

La cuestión de las honras fúnebres a Larrañaga estaba a cargo del Poder Ejecutivo y habría sido mejor que no diera un mal ejemplo. Incluso porque se trataba de la despedida a una persona que, como ministro del Interior, tuvo entre sus responsabilidades más notorias la de dirigir operativos policiales para evitar aglomeraciones.

Lamentablemente, no fue un hecho aislado. El Ejecutivo apostó fuerte a una pronta evolución favorable de la situación epidemiológica y -quizá por su deseo de no haber cometido un grave error- tanto en el discurso como en los gestos públicos tiende a reforzar la sensación de que ya estamos dejando atrás el tiempo de las precauciones, pese a que la evidencia indica lo contrario.

A su vez, el cardenal pecó de irresponsable dos veces. Si seguía a la espera de un diagnóstico concluyente, correspondía que permaneciera en aislamiento; y cuando vio que la gente estaba apiñada tuvo una oportunidad desaprovechada de recapacitar y no acercarse. Él reconoce que no actuó como debía y pidió disculpas. Esto no borra lo que pasó y el Ministerio de Salud Pública decidió iniciar una investigación.

En definitiva, todo el incidente fue un ejemplo de malas prácticas recurrentes ante la pandemia. Estamos en el peor momento de la propagación del virus y no tenemos derecho a creer que ya no es tan importante cuidarnos. Los mensajes al respecto deben ser muy claros, en especial cuando vienen de personas con gran influencia social, como Sturla y, por supuesto, de las autoridades nacionales.

Hasta mañana.