Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

La elección presidencial en Brasil de este domingo reclama nuestra atención y la del mundo por el gran peso de ese país en la región, la importancia de las políticas brasileñas en asuntos internacionales de primer orden y lo mucho que está en juego para una población de más de 210 millones de personas. Pero también puede ser útil considerar otro aspecto no siempre jerarquizado.

El enfrentamiento entre Luiz Inácio Lula da Silva y Jair Bolsonaro expresa una cuestión contemporánea crucial para América Latina: la riesgosa posibilidad de un vaivén entre bloques polarizados, que no parece sustentable durante mucho tiempo y que probablemente pasará a la historia como un período de transición, aunque todavía no sabemos hacia qué.

Simplificando mucho por la escasez de espacio, las dictaduras en América Latina se inscribieron en el marco de la Guerra Fría y cesaron cuando esta llegaba a su fin, que unos años después se manifestó en el desmembramiento de la Unión Soviética y del “bloque socialista” que ella encabezaba.

Luego, y tras un intervalo en el que las expectativas asociadas con el retorno a la democracia no se vieron satisfechas, llegó en los años 90 una oleada de gobiernos alineados con el llamado Consenso de Washington, más conocidos como neoliberales.

Las consecuencias sociales de estos gobiernos dieron lugar al paulatino ascenso electoral de fuerzas “progresistas”, que en la primera década de este siglo habían llegado a la presidencia en la mayor parte de la región. No eran, por cierto, las mismas izquierdas anteriores a las dictaduras, y sus orientaciones tenían una considerable diversidad desde Chile hasta Venezuela, pero el común denominador estaba claramente en lo que no eran.

En la segunda década de este siglo comenzó un proceso de signo inverso pero no simétrico. En buena parte de los países latinoamericanos, las izquierdas habían participado en procesos electorales exitosos acercándose a la idiosincracia de amplios sectores populares. Se “moderaron”, asumieron prácticas populistas y caudillistas, o ambas cosas.

Cuando las derechas recuperaron terreno, no lo hicieron por lo general con posiciones “centristas”, sino logrando que buena parte del centro dejara de funcionar como tal y se radicalizara contra los gobiernos progresistas.

En los últimos años, el péndulo ha vuelto a moverse hacia el lado izquierdo pero la polarización persiste, e incluso avanza la tesis de que es preciso acentuarla. Esta semana, en un foro de expresidentes derechistas realizado en Miami, el argentino Mauricio Macri sostuvo que “el buenismo no paga” y que es preciso lograr cambios más drásticos y rápidos que los que impulsó cuando gobernaba.

En Brasil, donde no es imaginable una elección más polarizada que la de este domingo, Lula ha buscado amplias alianzas para aislar a Bolsonaro, pero este conserva una gran base de apoyo a sus posiciones radicalizadas. El escenario implica graves peligros para la convivencia democrática, e incluso para la democracia. Va a importar mucho quién gane, pero tanto o más importará que la sociedad brasileña y otras de la región superen este período de guerra fría por otros medios.

Hasta el lunes.