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Alejandro Astesiano (i), durante la ceremonia de toma de posesión en Montevideo (archivo, marzo de 2020).

Foto: Pablo Porciúncula, AFP

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Cuesta ponerse a repasar el asunto en que se vio involucrado el presidente Lacalle, porque hay que calibrar bien en qué momento parar. Como saben, todo esto que por ahora llamamos “el caso Astesiano” comenzó el domingo, cuando el jefe de la custodia presidencial fue detenido en la residencia de Suárez.

Con las horas nos fuimos enterando de que era parte de una red que falsificaba documentos para que extranjeros pudieran obtener pasaportes uruguayos, de que muchos de sus clientes eran originarios de Rusia, de que operaba en el cuarto piso de la Torre Ejecutiva, a metros de la oficina del presidente, de que se lo investiga por lavado de activos… Todo recuento es provisorio, porque continuamente aparecen derivaciones del esquema delictivo.

Cuando se supo de la detención, las primeras fotos difundidas de Alejandro Astesiano lo mostraban el día del cambio de mando, a centímetros de Lacalle, como si desde estonces estuviera ensombreciendo la gestión presidencial. Días atrás Lacalle se había salido de tono al defender el retroceso en la política de combate al tabaco, y ahora su reacción, entre la inocencia y el egoísmo, lo ha dejado en una inusual situación de desorientación, según este análisis de nuestra edición del sábado.

No se trata, lamentablemente, sólo de un problema discursivo, sino de entender el daño que hace un esquema delictivo instalado tan cerca del primer mandatario y de averiguar por qué el entorno presidencial desoyó las advertencias que se le hicieron sobre un hombre con largo historial en torno al delito, más allá de las formalidades de su prontuario.

La delicadeza con la que se viene conduciendo el sistema político, y especialmente la oposición, es muestra del predominio de la lealtad institucional, y convendría detenerse a pensar qué reacciones suscitaría un caso equivalente en otros países o en otros momentos de este mismo país. Esa cautela también puede ser el indicador de que todavía falta conocer bastante de este episodio.

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Todo esto fue creciendo por los mismos días en que se conocieron los datos sobre pobreza que recoge el Instituto Nacional de Estadística. Nada bueno: estamos peor que en 2019, no sólo en porcentajes, sino también porque la miseria golpea más duro a la niñez. La indigencia, además, se cuadruplicó en este período.

Algo de Rusia

Venimos muy oscuro, así que traigo aquel chiste en el que Woody Allen alardea de estar devorando la kilométrica novela Guerra y paz, de Alexander Tolstoi, gracias a un método de lectura veloz. “Es algo de Rusia”, remata.

  • De Rusia eran los “clientes” de la banda de Astesiano y de Rusia son los anfitriones de Sebastián Hagobian, el jerarca de la Intendencia de Montevideo y militante de Asamblea Uruguay que actuó como observador en las consultas populares organizadas en las zonas ocupadas de Ucrania. Su actividad causó malestar en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en la presidencia del Frente Amplio y, sobre todo, en el gobierno de Ucrania.
  • Esos referendos en las provincias ucranianas invadidas por el ejército ruso arrojaron resultados extraordinarios, que tal vez un observador externo pueda explicar: convocaron a cerca del 100% y su mandato fue casi unánime: Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón querían ser parte de la Federación Rusa. Vladimir Putin cumplió su deseo y el viernes las anexó.
  • Si el círculo de Astesiano les dio documentos uruguayos a miles de rusos (entre otras cosas), Putin, tras anunciar el reclutamiento de 300.000 hombres, ahora ofrece la ciudadanía rusa a todo aquel que se una a su ejército, mientras decenas de miles huyen del país para no ser forzados a combatir.

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