La imagen de una aleta triangular surcando el agua despierta tal ansiedad en la mayoría de nosotros que solemos pensar que se trata de un miedo ancestral. Sin embargo, hasta hace relativamente poco tiempo la mayoría de la gente no consideraba que los tiburones fueran especialmente peligrosos ni tenía mucho interés en ellos. A finales de siglo XIX había incluso gente dispuesta a pagarte una buena plata si demostrabas que los tiburones mordían a seres humanos.

En 1893 el millonario estadounidense Hermann Oelricbs ofreció el equivalente a unos 13.000 dólares actuales a quien le presentara evidencias incontestables de una persona mordida por tiburones. Hasta llegó a arrojarse al agua en una ocasión, tras ver a un escualo, y nadó a su lado sin consecuencias para su integridad física o su billetera.

Oelricbs murió en el mar –por una insuficiencia hepática– unos pocos años antes del episodio que comenzó a cambiar todo, ahorrándose así unos cuantos dólares. En 1916 cinco ataques de tiburones se produjeron a lo largo de la costa de Nueva Jersey (Estados Unidos) en un período de diez días, dejando como saldo cuatro víctimas fatales. El episodio sirvió de inspiración tanto para la novela Tiburón, de Peter Benchley, como para la adaptación cinematográfica realizada por Steven Spielberg en 1975. Y fue Spielberg quien realmente cimentó la injusta reputación de los tiburones tan extendida hoy, que los muestra como malevolentes devoradores de humanos que aterrorizan las playas.

“Nosotros tenemos una gran capacidad de meter todo en una misma caja. Incluso si hablamos de grandes tiburones, como un tiburón tigre (Galeocerdo cuvier), un tiburón toro (Carcharhinus leucas) o un tiburón blanco (Carcharodon carcharias), la realidad es que de las 548 especies registradas son realmente pocas las que llegan a ese tamaño y menos incluso las que se podría decir que son agresivas o que podrían tener un comportamiento peligroso para el ser humano”, explica el biólogo marino Federico Mas, cuya fascinación por los tiburones –su objeto de estudio– se originó en la infancia sin que Spielberg tuviera que ver en ello.

“Definitivamente no hay ninguna especie de tiburón que tenga un interés particular por los seres humanos o haya evolucionado para perseguirlos. Ahora bien, no dejan de ser depredadores que están diseñados para cazar, y naturalmente hay contextos y situaciones específicas en las que no es lo más recomendable acercarse a algunas especies”, continúa.

Spielberg no tiene la culpa, aclara Mas, pero es cierto que su película tuvo efectos notables –y a veces contradictorios– en la percepción humana sobre los tiburones.

El efecto Tiburón

Las escenas de Tiburón fascinaron y traumatizaron al mismo tiempo a millones de espectadores. Y si bien hoy en día es la captura incidental y comercial el mayor problema para la conservación de varias especies, la película sí incitó un frenesí de matanza de escualos “por deporte” que duró décadas, sin que se estudiara debidamente sus efectos sobre las poblaciones o los ecosistemas que habitaban.

Ese efecto no se reduce sólo a la película y sus secuelas. Un estudio publicado en 2021 analizó 109 films en los que aparecen tiburones y concluyó que 96% de ellos los representan como una amenaza al ser humano, mientras que el resto, salvo una honrosa excepción, los muestra como amenaza “potencial”. La excepción es la película animada Buscando a Dory, aunque la especie que podemos ver en ella es el tiburón ballena (Rhincodon typus), que pese a su enorme tamaño no es considerado peligroso pues se alimenta de plancton y pequeños peces.

“Sin dudas los medios tuvieron mucho que ver en formar esos preconceptos. Pasa incluso con Shark Week, que ahora apela al sensacionalismo, porque siempre vendió más poner al tiburón como el malo”, cuenta Mas sobre el exitosísimo programa de Discovery Channel, que hoy en día apela más al miedo que a la investigación, concientización y conservación.

No todos son palos para Spielberg, aunque los palos de mayor interés para él quizá hayan sido los 464 que recaudó Tiburón en cines. Como contrapartida, su película despertó un interés en los tiburones que contribuyó a ampliar el conocimiento de muchas especies subestudiadas hasta entonces, algo que hay que agradecer al personaje Matt Hooper, el biólogo marino que interpretaba Richard Dreyfuss y que aportaba al menos algo de ciencia al thriller. Ese interés es relevante en el contexto de lo que ocurre hoy con este grupo de animales temidos y odiados exageradamente.

Dos estudios de 2006 y 2013 calculan que entre 70 y 100 millones de tiburones se matan anualmente y otro de 2021 estima que alrededor de un tercio de las especies están amenazadas. Estas son malas noticias para los tiburones, obviamente, pero también para todos los habitantes del planeta. Como depredadores tope son importantes para mantener un equilibrio sano en los ecosistemas oceánicos, y como grupo –más allá de su gran variedad– “tienen un conjunto de características ecológicas que los hacen particularmente vulnerables a la explotación pesquera”, dice Mas. Por lo general son de crecimiento lento, tardan más años en llegar a la madurez reproductiva que otros peces, tienen pocas crías y presentan ciclos reproductivos complejos y largos.

La mala fama del tiburón provocó indirectamente que llevara más esfuerzo y tiempo concientizar sobre el impacto de las actividades humanas (principalmente la pesca) en sus poblaciones, pero no está sustentada en cifras.

Las estadísticas muerden

Las estadísticas no suelen convencer a las personas con miedo a las criaturas con muchos dientes que viven bajo el agua. Las posibilidades de ser mordido por un tiburón son ínfimas al lado de las que tenemos de sufrir un accidente de tránsito, pero eso no opera generalmente como factor disuasorio, en parte por la natural tendencia de las personas a no querer ser devoradas por otros seres vivos. O quizá, como cantaba Riki Musso, porque “la irrisoria estadística punto uno en un millón es un montón si justo te toca a vos”. Aun así, vale repasar números para tener una mejor perspectiva.

Según la organización que registra oficialmente los ataques de tiburones en el mundo (el International Shark Attack File), en 2021 hubo 73 incidentes no provocados, con nueve muertes (el total de ataques provocados y no provocados es 137, con 11 muertes). Es menos de una cuarta parte de las personas que se comió el asesino serial Kurt Denke a comienzos del siglo XX. O, como a los ingleses les gusta recordar en base a un análisis estadístico malintencionado que publicó el medio The New Statesman en 2014, tenés muchas más chances de ser mordido por Luis Suárez si entrás a una cancha con él que por un tiburón si te metés al agua.

“Hay evidencia de que uno puede perfectamente nadar o bucear con tiburones, incluso con las especies consideradas más peligrosas. En México, por ejemplo, uno puede bucear con tiburones toro, una de las tres especies implicadas en la mayor cantidad de incidentes con humanos. Si los ataques fueran tan comunes la industria no existiría y la gente no iría; atacarte no es de su interés salvo que elijas un mal momento”, explica Mas, que agrega: “de todos modos, los tiburones no dejan de ser animales salvajes. Si en lugar de limitarse a observarlos uno decide acercarse demasiado o incluso tocarlos, está asumiendo un riesgo adicional”.

Los riesgos no son iguales en todas partes del mundo. Dependen mucho de las circunstancias y de la presencia de algunas especies. En general, tres especies grandes de tiburones son las implicadas en la mayor cantidad de reportes de ataques: blanco, tigre y toro. En Uruguay hay registros de los dos primeros, aunque en forma muy esporádica y ninguno en las últimas cuatro décadas.

En la historia uruguaya tenemos un solo ataque de tiburón registrado oficialmente, además de otros tres o cuatro reportes no confirmados y varias historias que circulan oralmente. Un surfista que se encontraba en aguas de La Coronilla en enero de 2004 sufrió una mordedura en un pie, sin haber podido ver al animal que la causó. Para Mas, que vio la fotografía publicada de las lesiones, es incluso dudoso que un tiburón las haya causado.

Que en Uruguay los ataques de tiburones a humanos sean prácticamente inexistentes no significa que este no sea un buen lugar para muchas especies. Muy por el contrario.

Meca de tiburones

En Uruguay tenemos al menos 46 especies de tiburones, incluyendo algunas que se encuentran todo el año y otras que visitan nuestras costas en algunas épocas. Los hay de tamaños y formas diversas, a tal punto que podemos pasar del tiburón pigmeo, de sólo 30 centímetros de largo, al tiburón peregrino, que puede alcanzar los 12 metros de longitud. Nuevas especies se descubren a medida que avanza la exploración de los océanos profundos, incluso en Uruguay.

Estas 46 especies reportadas hasta ahora en Uruguay representan 8% de la diversidad mundial de tiburones. “Brasil tiene alrededor de 90 especies de tiburones y Argentina 37; considerando la extensión de nuestro mar, las 46 especies son un montón, algo relacionado con la dinámica oceanográfica de nuestra zona”, dice Mas.

Federico Mas.

Federico Mas.

Foto: Philip Miller

Esta dinámica tiene que ver con que Uruguay se encuentra en un sitio de transición. “Tenemos influencia de aguas subtropicales desde el norte, de agua subantártica desde el sur, descarga del Río de la Plata y una plataforma extensa. Todo eso genera heterogeneidad ambiental, dinamismo, y muchísima comida, características que no sólo atraen grandes depredadores sino también especies con preferencias ambientales contrastantes”, agrega.

Entre las especies de nuestras aguas hay una muy común: el tiburón azul (Prionace glauca), el más abundante en Uruguay y en todo el planeta. Pese a ello, el público general no está familiarizado con su presencia porque habita aguas oceánicas, muy lejos de la costa. Justamente por eso la rara aparición de un par de ejemplares varados en playas del este causó tanta curiosidad hace algunos años. En promedio mide unos dos metros y medio de longitud y es capaz de recorrer larguísimos trayectos, ya sea en busca de alimento o con fines reproductivos.

Su abundancia lo ha convertido en una de las especies más estudiadas pero también en la más capturada. “De las más de 1.200 especies de condrictios (que incluyen tiburones, rayas y quimeras), alrededor de 16% en promedio de los desembarques globales de pesquería corresponde sólo al tiburón azul. Y en el mercado de aletas, son 40%”, cuenta Mas en referencia a la sopa de aletas de tiburón, considerada una delicia en China y también un símbolo de buena fortuna (claramente no para el tiburón).

La capacidad reproductiva del tiburón azul, entre otras características, lo ha ayudado a contrarrestar esta fenomenal tasa de remoción de la naturaleza, pero eso no es una garantía de nada. En el Atlántico Sur se considera que la especie no está sobreexplotada, pero hay un déficit de estudio en comparación con lo que ocurre en el Atlántico Norte que abre un gran margen de incertidumbre al respecto. “Eso sólo se soluciona mejorando el conocimiento que tenemos”, dice Mas. Y justamente mucho de eso tiene que ver con su proyecto de doctorado, que realiza por intermedio del Laboratorio de Recursos Pelágicos de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara), y con un trabajo que acaba de publicar.

¿Este tiburón es suyo?

Desde 2007 el Laboratorio de Recursos Pelágicos marca a diversas especies de tiburones de un modo similar al que los productores marcan su ganado con caravanas, aunque con propósitos muy distintos. Estas marcas, parecidas a dardos que se insertan en el cuerpo de los tiburones, tienen un número que los identifica y también una vía de contacto que permite dar aviso cuando se recaptura al animal. En este caso, el objetivo no es notificar al “dueño” del tiburón, como si fuera una mascota perdida en medio del océano esperando volver a su desconsolado propietario, sino aportar información valiosa.

Uruguay participa en dos grandes programas internacionales de marcado de tiburones: el de la Comisión Internacional para la Conservación del Atún Atlántico (CICAA) desde 2007, y el de la National Oceanographic and Atmospheric Administration (NOAA) de Estados Unidos, desde 2012.

Los programas de marcado son útiles para conocer la dinámica de la población de una especie, su abundancia, conectividad entre diferentes regiones y patrones de movimiento, entre otros aspectos, aunque el aprovechamiento de la información dependerá de un buen diseño del esfuerzo de marcado, del número de recapturas y por ende de la eficiencia de las propias marcas. Dicho de otro modo, si las marcas se salen una vez que el tiburón es devuelto al agua y hace un par de maniobras enérgicas, o luego de un tiempo no muy extenso, el esfuerzo habrá sido en vano.

El objetivo de Mas y sus colegas (entre los que hay investigadores de la Dinara, de la Universidad de la República, de Estados Unidos y de Portugal), fue justamente evaluar la eficiencia de las distintas marcas, una disyuntiva con la que se enfrentaron en 2012 cuando tuvieron acceso a marcas con otras características al colaborar con el programa de la NOAA. ¿Cómo lo lograron? Con el primer estudio de doble marca o doble tag realizado en una especie grande de tiburón oceánico, el tiburón azul, ideal para responder a esta interrogante gracias a su abundancia. El doble marcado implica colocar a los ejemplares dos “dardos” distintos con esperanza de recapturarlos luego y así comparar el desempeño que tuvieron los distintos modelos.

En este caso, hicieron combinaciones con cuatro marcas distintas: SB (dardo de plástico de punta simple, principal marca utilizada por el programa de la CICAA en tiburones), DB-S (dardo de plástico de punta doble), DB-L (igual que el anterior pero de cabeza un poco más grande) y M (dardo de acero inoxidable, utilizado por el programa de la NOAA). Como el objetivo era evaluar la performance de las marcas SB, usadas extensivamente y hace más tiempo, se las colocó en casi todos los ejemplares en combinación con alguna de las otras marcas. Hay que aclarar que estos dardos, aunque se inserten en la piel de los tiburones, no representan una amenaza para la supervivencia de los individuos.

Los investigadores venían marcando tiburones con una sola marca, pero a partir de 2012 comenzó el experimento uruguayo de doble marcado mediante campañas científicas del buque de investigación Aldebarán de la Dinara y en buques de la flota industrial atunera con observadores científicos a bordo. Desde 2007 hasta 2018 se lograron marcar 4.648 ejemplares de tiburón azul y devolverlos luego al agua, una cifra que parece enorme pero es ínfima en comparación con las varias decenas de miles de tiburones de esa especie que son capturados en el Atlántico.

Devolver a la inmensidad oceánica a un tiburón marcado y con la capacidad de desplazarse miles de kilómetros, albergando la esperanza de recapturarlo luego, parece tan probable como tirar una botella con un mensaje al mar y esperar que alguien la encuentre, pero es tal la presión pesquera que esto se logró suficientes veces como para sacar conclusiones.

Marca personal

Del total de 4.648 tiburones marcados, 1.827 recibieron doble marca en distintas combinaciones. Durante el tiempo en que se realizó el estudio se recapturó a 67 ejemplares, 32 de la tanda de marca simple y 35 de la de marca doble.

Que las marcas se desprenden resultaba evidente: de los 35 tiburones de doble marca recapturados, sólo 15 retenían aún ambos dardos. La muestra fue limitada, pero dio indicios interesantes: las SB se habían desprendido en más de la mitad de los tiburones en los que se colocó (18 de 33), las M en ninguno (0 de 23) y las DB-S en menos de 10% (1 de 12). No se obtuvieron recapturas suficientes de dardos DB-L como para sacar conclusiones significativas.

En cuanto a las tasas de recaptura de los dardos SB (porcentaje de animales recuperados sobre el total de animales que tenían esa marca específica), también fue sustancialmente más baja que las de los dardos M de acero inoxidable (1% contra 7,1%) y similar a la de los dardos DB-S.

“Esto nos permitió evidenciar que hay marcas que son más propensas a desprenderse del animal que otras, por ende comprometiendo la cantidad potencial de información a recuperar. En otras palabras, el alcance y volumen de tus resultados dado un mismo esfuerzo de marcado depende del tipo de marca que utilices”, cuenta Mas.

“El doble marcado nos permitió poner en perspectiva la cantidad de información que potencialmente se estaría perdiendo al usar las marcas del tipo SB. Entre 2007 y 2018 marcamos 4.458 tiburones azules con ellas; si consideramos la tasa de recaptura que obtuvimos utilizando las M, si estos tiburones hubiesen tenido estas marcas podríamos estar hablando de 316 recapturas y no de las 32 que obtuvimos, con toda la información que esto conlleva”, dice.

Además, los resultados mostraron que la probabilidad de desprendimiento de los dardos SB aumentaba a mayor cantidad de tiempo en libertad, convirtiéndolos en menos eficientes para revelar desplazamientos a gran escala o bien obtener recapturas al cabo de varios años. Según su estudio, más de la mitad de las recapturas de tiburones marcados hacía más de un año, y más de la mitad de los tiburones que fueron recapturados a más de 1.000 kilómetros de donde fueron originalmente marcados, se habrían perdido a causa del desprendimiento de las marcas SB.

En aguas oscuras

Un muestreo sistemático y con mejores marcas nos permitiría tener mucha más información sobre lo que ocurre con la población de tiburones azules en nuestras aguas, o de otros tiburones pelágicos. “Por ahora, la mejor información que estamos obteniendo con estas marcas es cuán lejos se van, a dónde y con qué frecuencia. A medida que sigamos marcando y obteniendo recapturas obtendremos resultados cada vez más robustos y representativos de la población”, explica Mas.

Pese a que la información que se obtuvo hasta ahora es limitada, el de Uruguay es un trabajo pionero en la región porque es “la fuente de datos más grande que hay sobre los movimientos de los tiburones azules en el Atlántico Sur”, cuenta Mas. Por ejemplo, uno de los individuos fue recapturado a 5.724 kilómetros de distancia de donde se lo marcó. “Estamos viendo que son animales que se desplazan un montón, algo que ya se había observado en el Atlántico Norte, en el Índico y en el Pacífico, pero también tenemos muchas recapturas cerca de la zona en las que los liberamos. Ecológicamente hay algo por aquí que es de su interés, que hace que vuelvan después de recorrer distancias muy grandes o que se queden en esta zona durante todo ese tiempo”, agrega.

Para conocer otros datos, como la ruta, profundidades y temperaturas experimentadas durante el desplazamiento de los especímenes, es necesario colocar marcas satelitales, algo que el Laboratorio de Recursos Pelágicos también ha hecho pero en muy pocos individuos, y que también forma parte de los estudios de Mas en el marco de su doctorado.

Lamentablemente, todas estas conclusiones a las que llegaron los investigadores, tan útiles para ampliar el conocimiento de los tiburones azules en nuestras aguas (y por ende del ecosistema oceánico) se dan de bruces con la realidad actual. Las últimas actividades de marcado en tiburones azules se realizaron en 2019, y desde entonces las investigaciones se detuvieron debido a dos factores.

En primer lugar, la flota atunera nacional se encuentra inoperativa desde 2013. El segundo factor es mucho más grave. El buque Aldebarán está fuera de servicio desde hace casi tres años, a la espera de una inversión para repararlo (improbable debido a su estado) o sustituirlo por otro. Esta es una noticia lamentable no sólo para los trabajos sobre tiburones azules, sino para cualquier clase de investigación científica en nuestras aguas oceánicas.

Mucho de lo que sabemos sobre las especies de tiburones que habitan nuestras aguas se debe a los trabajos –como el aquí comentado– realizados por investigadores a bordo del buque Aldebarán. En un contexto mundial en el que la sobrepesca amenaza el estado de conservación de tiburones y muchas otras especies marinas, y donde nos cuestionamos los efectos que esto puede causar en los ecosistemas oceánicos, es una pena tener que quedarse parcialmente a oscuras sobre lo que ocurre en nuestras aguas.

Artículo: “Shedding rates and retention performance of conventional dart tags in large pelagic sharks: Insights from a double-tagging experiment on blue shark (Prionace glauca)”
Publicación: Fisheries Research (agosto de 2022)
Autores: Federico Mas, Enric Cortés, Rui Coelho, Omar Defeo, Rodrigo Forselledo, Sebastián Jiménez, Philip Miller y Andrés Domingo.