Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

La Asociación Uruguaya de Historiadores manifestó su preocupación por los cambios planteados por la mayoría de las autoridades de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) en los programas de la disciplina a la que se dedican, y pocas dudas caben de que hay motivos de alarma.

El primer indicio difundido fue la modificación de la bibliografía recomendada a profesores de historia de lo que se propone pasar a llamar noveno grado (actualmente, tercer año de liceo). En el marco de una sustancial disminución del total de obras, se eliminó de la lista un libro del historiador Carlos Demasi y se incluyó La agonía de una democracia, de Julio María Sanguinetti.

Sanguinetti es un político de prolongada trayectoria, dos veces presidente de la República y actualmente secretario general del Partido Colorado. Tiene todo el derecho de opinar acerca de procesos en los que fue protagonista, pero La agonía de una democracia es obviamente un ensayo o un alegato, en el que el autor selecciona datos y acota la descripción de los hechos en función de la tesis de la que quiere convencer a sus lectores.

Sostener que se trata del trabajo de un historiador es como asignarle esa identidad a los escritos de Enrique Tarigo y Luciano Álvarez en la polémica sobre el decanato en el fútbol uruguayo, e incluso se puede decir que estos dos autores tienen, por lo menos, el atenuante de que no participaron directamente en los procesos de los que se ocuparon.

Hace poco se publicó el libro Julio María Sanguinetti ante el tribunal de la historia, de María Urruzola, con abundante información sobre posturas y actos del expresidente que este decidió no incluir en La agonía de una democracia. Por supuesto, el trabajo de Urruzola tampoco es un libro de historia y no tendría sentido incluirlo en una bibliografía para profesores de esa materia en el liceo, por más que a estos y al público en general les pueda resultar útil escuchar otra campana.

A medida que se fueron conociendo más detalles de los cambios propuestos en los programas de historia para noveno grado, se multiplicaron las preocupaciones, ya que no se trata sólo de textos de referencia para docentes, sino de cuestiones conceptuales. Por ejemplo, las autoridades de la ANEP designadas por el oficialismo plantean cosas tan gruesas como eliminar la mención expresa al terrorismo de Estado y la violación de los derechos humanos durante el proceso autoritario que desembocó en el golpe de Estado de 1973, y muestras de bochornosa pequeñez como no destacar la importancia histórica del triunfo electoral de la izquierda en 2004.

Si algo faltaba para pasar de la alarma al escándalo, ayer la ANEP publicó en su cuenta de Twitter lo siguiente: “Julio Castro nació un 13 de noviembre (1908-1977). Maestro, pedagogo, profesor en formación docente, fue inspector departamental, director de escuela, consejero de Unesco, periodista y fundador del semanario Marcha. Su figura resulta clave en el ámbito educativo local y regional”. Faltó decir que lo secuestró y asesinó la dictadura, en el marco de ese terrorismo de Estado que no se quiere mencionar.

Hasta mañana.