Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

En Argentina, algunos comentaristas políticos de derecha sostienen que los datos principales de la realidad política actual son que el antikirchnerismo es mayoría y que su división electoral permitió que el peronista Sergio Massa fuera el candidato más votado el domingo 22. Esta es la base de la campaña hacia la segunda vuelta de Javier Milei y del apoyo a este anunciado ayer por Patricia Bullrich, pero hay fuertes indicios de que Massa puede derrotar el 19 de noviembre a la flamante coalición de sus adversarios, aunque estos hayan sumado hace pocos días más de la mitad de los sufragios.

Para empezar, el anuncio de Bullrich quebró a Juntos por el Cambio, la alianza que la había llevado como candidata. El alineamiento tras Milei le resulta inaceptable a buena parte de sus dirigentes y probablemente también a buena parte de quienes votaron a Bullrich.

Esto tiene que ver con las limitaciones de una forma de hacer política basada en estimular el rechazo pasional a un enemigo, en este caso el kirchnerismo, al que se construye de tal modo que encarne solamente características repudiables, de tal forma que parezca tan inviable como inmoral intentar algún acuerdo o diálogo con él, y se priorice ante todo su erradicación.

No es una estrategia nueva en perspectiva histórica, y la han adoptado fuerzas de muy distinta ideología, pero en las últimas décadas se ha extendido y profundizado en gran parte del mundo, convertida en doctrina por gurúes del marketing político y potenciada con el uso de nuevas herramientas para el manejo masivo de los datos personales y las intervenciones en redes sociales.

Tampoco se aplica del mismo modo siempre, y lo que en Argentina se llama “grieta” es un producto del arraigo de la estrategia en características propias del país vecino. Sin embargo, algunas consecuencias contraproducentes de esta forma de hacer política se pueden ver aquí, allá y en todas partes.

Hace pocos meses, en España, el opositor Alberto Núñez Feijóo, candidato del Partido Popular, destruyó sus posibilidades de reemplazar al gobierno presidido por Pedro Sánchez cuando apostó a una alianza con la ultraderecha de Vox y sus discursos de odio. Sánchez, cuyo desgaste había llegado a parecer terminal, jugó sus cartas con inteligencia y logró extender en la sociedad española una alarma ante el peligro de que el país abandonara el terreno de la política democrática, humanista y racional. Algo similar viene haciendo Massa.

En Uruguay, la coalición que ganó el balotaje en 2019 tuvo como bandera común principal terminar con 15 años de gobierno del Frente Amplio. Esto implicó limitaciones importantes en la gestión de gobierno posterior, ya que el acuerdo programático no fue ni podía ser profundo entre partidos de orientaciones muy diversas. Varias de las promesas de campaña no pudieron siquiera convertirse en proyectos de ley apoyados por todos los socios, y las discrepancias internas afloran cada vez más. Sin embargo, se insiste en retomar la bandera antifrenteamplista como fundamento de la campaña para el año que viene, y hay quienes sólo parecen capaces de proponer una guerra feroz y permanente. El país necesita y merece mucho más.

Hasta mañana.