Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Cuando irrumpió en la política uruguaya a pocos meses de las elecciones internas de 2019, el empresario Juan Sartori era un outsider en dos de los sentidos del término: era una figura que no tenía vinculaciones partidarias previas y era absolutamente desconocido para la mayoría de los votantes. A esta desventaja (hay otros de su clase que ya eran figuras públicas antes de saltar a la política, como Donald Trump) el equipo de Sartori la combatió con una campaña de expectativa que tenía por consigna la pregunta-invitación “¿Lo conocés a Juan?”.

Pasó bastante desde entonces. Sartori cosechó amigos y también enemigos dentro del Partido Nacional, al que se incorporó. Fue protagonista de forcejeos metafóricos y literales con algunos de sus flamantes correligionarios, desplegó una campaña en la que era central la exhibición de recursos económicos y consiguió más de 92.000 votos, lo que lo colocó como el segundo nacionalista más votado, detrás de quien sería candidato del partido, el actual presidente de la República, Luis Alberto Lacalle Pou.

Luego, en octubre de 2019 fue elegido senador y, camino a la segunda vuelta de las elecciones, hizo campaña a favor de la presidencia de Lacalle. Tras asumir su banca, justificó sus repetidas ausencias del Senado en las restricciones que imponía la pandemia, dado que estaba en el exterior, a pesar de que se sesionaba en modalidad virtual. Finalizadas las restricciones, Sartori siguió y sigue faltando.

También falta la declaración jurada de los bienes de su esposa requerida por la Junta de Transparencia y Ética Pública (Jutep) a quienes desempeñan cargos nacionales. No es un dato menor porque la pareja de Sartori es hija del millonario ruso Dimitri Rybolovlev. Desde hace dos años, el senador desafía a la Jutep, mientras no parece haber consenso para impedirle presentarse a cargos públicos. El organismo apenas consiguió retenerle la mitad de su sueldo como legislador hasta que se atenga a las normas, pero Sartori convirtió la sanción en simbólica (declaró que donaba su sueldo y que completaría el faltante con sus ingresos como empresario), en una nueva exhibición de poderío económico y en un año en que el Parlamento uruguayo dejó pasar nuevamente la posibilidad de blindarse en serio ante los grandes capitales con una ley de financiamiento de partidos potente y rigurosa.

En paralelo, muchos de los correligionarios que antes miraban con sospecha a Sartori pasaron a considerar abiertamente la posibilidad de aproximarse electoralmente a él, mientras que son pocos los que hablan claramente de las irregularidades en las que ha incurrido su correligionario. Todo esto, en años especialmente plagados de conflictos éticos dentro del Partido Nacional. Ahora parece confirmarse que Sartori tiene luz verde para volver a intentar ser el candidato a la presidencia por ese partido.

“Yo soy distinto; he sido un senador y un empresario distinto, soy un político diferente a otros y hago las cosas a mi manera”, dijo hace unos días, tras reunirse con Lacalle Pou en la Torre Ejecutiva. Con ese tipo de discurso, Sartori -ya no simplemente Juan- apunta al desafío que enfrentan los outsiders cuando dejan de ser desconocidos y buscan preservar su imagen antisistema.

Hay una tercera acepción de outsider traducible como “marginal”, especialmente referida a aquellos que se manejan por fuera de las normas. Un outsider exitoso, entonces, sería el que consigue transgredirlas impunemente.

Hasta mañana.