Hoy es 22 de octubre. Faltan cinco días para las elecciones nacionales.
Lo programático no es el aspecto más destacado de esta campaña, y lo cultural rara vez ha sido el punto fuerte de un partido uruguayo. Era previsible que la revisión de las iniciativas sobre cultura en los actuales programas partidarios resultara un poco decepcionante. En esta edición, el suplemento Decisiones 2024 está dedicado a propuestas electorales de los partidos, y las de política cultural, que no ocupan un lugar central ni se caracterizan por su potencia, permiten algunas reflexiones sobre lo que incluyen y lo que omiten.
Gran parte de las ideas planteadas tienen que ver con aspectos económicos, y en particular con las condiciones materiales necesarias para que la producción cultural sea viable como “emprendimiento”. Esto tiene sin duda mucha importancia y abarca, entre otras áreas relevantes, desde el fomento a proyectos hasta la inclusión de los artistas en el sistema de seguridad social, pasando por las ofertas de infraestructura y de formación (incluyendo las dedicadas a la gestión cultural), la valorización del patrimonio, el desarrollo de archivos accesibles en diversas disciplinas, el estímulo a la formación de públicos y la descentralización, con criterios que contrarresten las desigualdades territoriales.
Sin embargo, este enfoque, al igual que el popularizado con la consigna “la cultura da trabajo” (en políticas impulsadas por Gonzalo Carámbula y trabajos de investigación liderados por Luis Stolovich), poco o nada tiene que ver con la muy delicada cuestión de los contenidos culturales.
Cuando se trata de diseñar políticas agropecuarias, es claro que corresponde tener muy en cuenta las demandas internacionales, identificar las posibilidades de oferta uruguaya que las puedan satisfacer, e involucrar al Estado en aportes para desarrollar ese potencial. Puede haber un área de discusión acerca de la medida en que las autoridades estatales deben orientar las transformaciones o dejar que las decidan los propios productores, pero sobre lo demás no hay grandes controversias.
El tema del desarrollo industrial es mucho más debatido, y entran en la conversación consideraciones sobre los intereses estratégicos del país, aunque con las mismas diferencias entre los enfoques liberales y los partidarios de la orientación estatal.
La complejidad es muchísimo mayor en lo vinculado a la producción cultural. Por un lado, los valores de diversidad y tolerancia quedan en peligro si el Estado intenta incidir en los contenidos. Por otro lado, la prioridad de lograr “éxitos” adecuándose a lo que tiene demanda internacional compromete, obviamente, nuestra identidad.
Además, la identidad uruguaya se puede concebir como algo esencial que debe permanecer inmutable o como un proceso dinámico que siempre ha incorporado lo “externo”. Y, a su vez, esa identidad “nuestra” es una articulación de identidades muy diversas, a las que también se puede ver como esencias a preservar o como variables en interacción fecunda.
Todo esto, que apenas esboza una parte de la problemática cultural, está lejos de las preocupaciones prioritarias para los partidos, pero determina en gran medida el éxito o el fracaso de las políticas en otros terrenos.
Hasta mañana.