Hoy es 24 de octubre. Faltan tres días para las elecciones nacionales.
La votación de este domingo decidirá la integración del Parlamento en el próximo período de gobierno y, probablemente según las encuestas, una segunda vuelta por la presidencia de la República, a realizarse el domingo 24 de noviembre, entre la fórmula del Frente Amplio (FA) y la del Partido Nacional. La principal incógnita inmediata es cómo quedará configurado el Poder Legislativo, y del resultado en este terreno dependerán mucho varios más.
Desde que la reforma constitucional de 1996 estableció la posibilidad del balotaje, este se realizó en cuatro de las cinco elecciones nacionales realizadas, y en las cuatro ocasiones ganó la fórmula que contaba de antemano con apoyo mayoritario en el Parlamento. Así ocurrió con Jorge Batlle en 1999, con José Mujica en 2009, con Tabaré Vázquez en 2014 y con Luis Lacalle Pou en 2019.
El antecedente es muy significativo, pero en aquellas cuatro segundas vueltas los ganadores venían con respaldo de la mayoría en ambas cámaras, y esta vez podrían presentarse panoramas distintos. Es muy probable que el FA cuente con esa ventaja en el Senado, pero en Diputados podría corresponderle tanto a los frenteamplistas como al actual oficialismo o a ninguno de los dos. Esto dependerá de que logren representación en esta cámara uno o más de los seis partidos menores que se presentan sin integrar ninguno de los dos grandes bloques.
Resulta muy difícil prever cómo votará cada una de esas seis fuerzas políticas, porque los prefieren pequeñas porciones del electorado y el margen de error es muy grande. Pero es viable razonar sobre lo que podría ocurrir en los próximos cinco años si tenemos un Parlamento sin mayorías propias de Orsi ni de Delgado.
En el sistema de gobierno uruguayo, el presidente puede tomar muchas decisiones por su cuenta y también vetar las resoluciones parlamentarias, pero esto tendría obvios costos de desgaste y desprestigio. Por otra parte, negociar cada decisión legislativa con un partido pequeño le otorgaría a este una preponderancia desmesurada. La opción más sensata sería lograr un acuerdo estable con mayoría en las dos cámaras, que no implique priorizar las sucesivas demandas y el afán de protagonismo de un sector muy minoritario.
Si nos guiamos por lo que dicen los discursos de campaña polarizantes, un acuerdo de ese tipo parece imposible. Sin embargo, en el caso de que la votación ciudadana deje sin mayorías propias a los dos grandes bloques, pueden ganar terreno enfoques más constructivos de la política, que están presentes aunque tengan, a menudo, menos repercusión pública que las agresiones.
Cinco años de tensiones, incertidumbres, vaivenes y eventuales bloqueos le causarían graves daños a Uruguay. Harían muy difícil la búsqueda de soluciones para sus grandes problemas pendientes y podrían causar un descrédito del sistema partidario y de las propias instituciones democráticas. Sería muchísimo mejor la búsqueda de grandes acuerdos que, a la inversa, le convendrían al país y fortalecerían tanto a los partidos como a la democracia.
¿Será indispensable que ningún bloque tenga mayoría propia para que se le dé una oportunidad al diálogo? Pensemos en esto durante la veda.
Hasta mañana.